Cuando en 2009 le dieron el Oscar compensatorio (el honorífico), Lauren Bacall dijo: «Cielos, no puedo creerlo. Un hombre al fin». También comunicó su agradecimiento por estar viva, hizo una pausa dramática y concluyó: «Algunos estáis sorprendidos, ¿eh? En cualquier caso, estoy aquí y es mejor que se hagan a la idea». Lauren Bacall estuvo aquí desde el 16 de septiembre de 1924. Y en sus pantallas desde 1944, cuando hizo lo que se puede considerar la mejor primera aparición en el cine, la de «Tener y no tener», donde conoció a Humphrey Bogart. Por poco conoce a Cary Grant. Howard Hawks le dio a elegir. Ella estaba inclinándose por el de Bristol, pero al final el director optó por la otra opción. Bacall contó en sus memorias que perdió la virginidad con el que fuese su futuro primer marido a los 19 años, en febrero del 44.
Hawks la rechazó en cuanto comprobó lo nasal de su voz, pero Bacall pasó dos semanas trabajándola y volvió con la característica voz ronca. Era parecida a la de Suzanne Pleshette. O a la de Kathleen Turner, a quien tantas veces se ha comparado con Bacall. El día que se conocieron, Turner le soltó: «Hola, soy tú de joven». Y Lauren Bacall de joven era como Slim Keith, la mujer de Howard Hawks, quien había descubierto a Bacall en las páginas del «Harper’s Bazaar». No es solo que su personaje en «Tener y no tener» se llamara Slim, es que su figura cinematográfica fue creada a imagen de Slim Keith. Esta era la original; Lauren Bacall fue la copia.
Celosa
La Academia de Hollywood no hizo ni caso a la actriz hasta que la nominó por «El amor tiene dos caras» (1996), donde hacía de imposible madre de Barbra Streisand. Por suerte no se produjo el momento grotesco de que se lo dieran. Sobre todo porque no se habían acordado de ella en «El sueño eterno» (1946), «Cómo casarse con un millonario» (1953), «Escrito en el viento» (1956) o «Mi desconfiada esposa» (1957). La de Sirk la odiaba y la de Minnelli era su favorita. Se la consideraba una cara bonita y la esposa de Bogart. Ni siquiera como mujer de estilo era la más valorada. En 1951, Katherine Hepburn presentaba «La reina de África» en el hotel Claridges de Londres y Bacall estaba allí como mujer de Bogart. Llevaba un vestido de Balenciaga pero, según contaba Bacall, todos los focos fueron para Hepburn y sus pantalones (inhabituales y atrevidos).
También influiría algo que fuera la protagonista. En todo caso, nada de bitcherío, ambas fueron muy amigas. La Hepburn era la madrina de Sam Robards, el hijo que Bacall tuvo con Jason Robards, su segundo marido. Con Bogart estuvo casada del 45 al 57, hasta que este murió (tuvieron dos hijos). Con Robards, del 61 al 69, cuando se divorciaron. En medio hubo un extraño intento. Al poco de quedarse viuda, Frank Sinatra le propuso casarse. Ella accedió. Pero cuando el compromiso fue filtrado por el agente Irving Lazar, Sinatra desapareció. El cantante le pidió perdón años después. Bacall se había sentido humillada. Hasta dejó su casa de California y volvió a Nueva York. En sus memorias escribió que Sinatra se comportó «like a shit» (como un mierda). A su manera. Que volviera a Nueva York, su lugar de nacimiento, permitió que años después, viviendo en el edificio Dakota, escuchara los tiros que mataron a John Lennon. Pero creyó escuchar un neumático estallando. O el motor de un coche.
Mimada
Lauren Bacall era una mujer de carácter. También de mal carácter. Tom Maschler, el editor británico, relata en sus memorias la pesadilla que supuso la promoción de «Lauren Bacall por mí misma». Aparte de exigir viaje y alojamiento en primera clase (algo normal), pidió que pagaran a su peluquera, a la que también se llevaba a Australia. Le dio igual si la editorial era pequeña. También le pareció inadmisible una limusina Mercedes. En dos televisiones de Bristol y Glasgow querían entrevistarla. La única manera de cumplir los compromisos era ir en avioneta. Exigió dos pilotos. No se los podían permitir. A la que llevaba la publicidad le horrorizaba volar y le confesó que estaba dispuesta a superar su miedo en el avión pequeño. «Eso vale para ti, querida, ¿pero y si me pasa algo a mí?». En la oficina londinense brindaron cuando se fue. Una vez intentó entrar a una tienda. «El establecimiento está cerrado al público», le dijeron. Y ella: «Es que yo no soy el público». Era Lauren Bacall…