Las cartas de Aurora

“La verdad, la triste o hermosa verdad, es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora (Rayuela) será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género…”, le contaba Julio Cortázar a Jean Barnabé en una carta fechada en 1959.

Rayuela fue, de hecho, una antinovela en toda regla, que reinventó el género desde los parámetros intelectuales y literarios que el escritor argentino nacido en Bélgica detallaba en esa misma misiva: “Lo que yo creo es que la realidad cotidiana en que creemos vivir es apenas el borde de una fabulosa realidad reconquistable, y que la novela, como la poesía, el amor y la acción deben proponerse penetrar en esa realidad. Ahora bien, y esto es lo importante: para quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven“.

El millar de cartas que reunió la primera mujer del escritor, Aurora Bernárdez, junto con Carles Alvarez Garriga, ofrece mil fragmentos del pensamiento de uno de los escritores de referencia del ‘boom’ literario latinoamericano, una etiqueta que el propio Cortázar cuestiona en algunas de esas cartas. Hace más de una década, Bernárdez preparó ya una primera edición de la correspondencia de Cortázar, pero en el año 2012 fue cuando el lector pudo tener en sus manos más de 3.000 páginas que desgranan desde las peripecias vitales del escritor, plagadas de relatos de viajes, a sus opiniones políticas y literarias. Editadas por la editorial Alfaguara, en cinco volúmenes ordenados cronológicamente.

El Perseguidor

Una sucesión de epístolas que no sólo conforman una narración autobiográfica y dan cuenta del paso de Cortázar por París o su viaje a la India, sino que también van desgranando sus opiniones políticas sobre el peronismo y la dictadura militar, así como disquisiciones sobre la literatura y su propia obra.

Como cuando, al comienzo del proceso de escritura del que es quizá su mejor cuento, ‘El Perseguidor’, advierte que está escribiendo “biografía ficticia (cambiando incluso el nombre, pero dejando los indicios suficientes para que todo amateur de jazz se dé enseguida cuenta de que se trata de Parker). Quiero presentarlo como un caso extremo de búsqueda, sin que se sepa exactamente en qué consiste esa búsqueda, pues el primero en no saberlo es él mismo. Ni qué decir que en cierto modo estoy haciendo una transferencia personal, y que mucho de lo que me preocupa irá a la cuenta del personaje…”

Tal vez una de las relaciones epistolares más interesante sea con su traductor al inglés, Paul Blackburn, de cuyo oficio sabía mucho –el propio Cortázar hizo traducciones de autores como Edgar Allan Poe-. Con Blackburn habla de la dificultad de traducir términos coloquiales o, más aún, esas palabras inventadas que tanto le gustaban a Cortázar: “Salenas es una palabra inventada, que me gusta porque rima con buenas y el resultado es rítmico y les va bien a los cronopios. Tendrías que encontrar alguna manera equivalente en inglés…”, le explica el novelista a su traductor en una misiva de 1959.

Cronopios

En la misma misiva, Cortázar le responde a Blackburn a un interrogante que seguramente se han hecho miles de lectores: ¿de dónde salieron los cronopios, esos entes arquetípicos que se oponían a las famas? “¿Cómo puedo saberlo? Yo estaba en el Théâtre des Champs Elysées escuchando música y llegaron los cronopios. Simplemente llegaron, en cuerpo y alma. La única diferencia con la forma definitiva es que al principio eran para mí más bien algo parecido a globos verdes y húmedos (…) Sus características humanas fueron apareciendo después”.

Se vislumbra en las cartas, a lo largo del tiempo, el malestar que siente Cortázar ante la situación política argentina en sus viajes a Buenos Aires; cuando se instala el peronismo, que para él es símbolo de opresión, y más aún en los tiempos de la dictadura militar. El escritor manifiesta en una de sus epístolas, fechada en 1983, su disgusto al comprobar, una vez de vuelta a la democracia, que los medios de comunicación no publicaron durante aquellos años oscuros los textos que él envió desde París a propósito del exilio: “No le pido heroísmo a nadie, empezando por mí mismo, pero hay límites para ciertas indecencias“.

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