Hay un antes y un después de Edward Jenner (1749-1823). A lo largo de 28 años de investigación metódica, el médico ingles desarrolló una técnica de inoculación basada en la observación empírica. Jenner describió que las personas infectadas por la viruela desarrollada en el ganado vacuno (Cowpox), se hacían refractarios a la infección por la viruela humana. Por usar el virus del ganado es que el proceso de inoculación se llama vacuna.
Esta llegó a Buenos Aires en 1805, transportada por el cirujano militar Francisco Balmis. El virrey Sobremonte fundó el Conservatorio Vacuna y el cura Saturnino Segurola fue el encargado de la primera inoculación en el Fuerte de Buenos Aires.
Desde entonces este proceso de inmunización se ha usado para distintas enfermedades, pero pocas crearon tantas expectativas como la vacuna contra la Poliomielitis, afección que se conocía desde el tiempo de los egipcios, y pudo verse en algunas momias con secuelas de parálisis -la consecuencia más temida de esta enfermedad-. La primera gran epidemia de polio apareció en la isla de Santa Elena en 1834 y de allí se extendió a Europa y Norteamérica. A Australia llegó en el siglo XX. Desde entonces más de medio millón de personas se afectaba anualmente.
En 1952, un brote sacudió a EEUU, 58.000 personas fueron afectadas por la poliomielitis, ocasionando 3.145 muertes. Hubo 21.269 sobrevivientes con graves secuelas y algunas de ellas podían confinar al paciente a un respirador de por vida.
El virus había sido aislado por Erwin Popper y Karl Lansdteiner (quien también había descubierto los grupos sanguíneos).
En 1948, John Enders puedo replicar el virus en el laboratorio. Desde ese año, la Fundación Norteamericana para la Parálisis Infantil se propuso erradicar la enfermedad que era un flagelo para las familias que vivían con la incertidumbre de saber si sus hijos podían contraerla y qué secuelas les dejaría, como las que había sufrido Roosvelt.
Jonas Salk era descendiente de inmigrantes rusos de escasa educación, pero que se esforzaron en darle a sus hijos la mejor formación posible. Después de recibido de médico, Salk aceptó un nombramiento como investigador en la Universidad de Pittsburgh y en esa casa de estudios comenzó a investigar el tema de la poliomielitis. Los primeros en probar la vacuna inyectable que había desarrollado fueron el mismo Salk, su mujer y sus hijos. En 1953 publicó su hallazgo en el Journal of the American Medical Association. La buena acogida en los medios científicos facilitaron la ejecución de un ensayo clínico, el más grande llevado hasta el momento que involucró casi 2.000.000 de personas. Salk contó con el apoyo de Thomas Francis Jr., un destacado microbiólogo que había desarrollado una vacuna contra la gripe, usada para inmunizar a los soldados americanos durante la II Guerra.
Cuando Salk anunció los resultados de su estudio, en abril de 1955, la noticia fue recibido con regocijo; por fin podrían las familias americanas quitarse el peso de la incertidumbre que creaba el virus de la polio.
Salk no quiso patentar su descubrimiento. “¿Se puede patentar el sol?”, le dijo a la prensa. Había nacido un héroe nacional.
Dos años más tarde, Albert Bruce Sabin, un virólogo polaco nacionalizado estadounidense, desarrolló una vacuna oral que se daba a los niños en un terrón de azúcar.
El verdadero nombre de Sabin era Albert Saperstein, pero al emigrar en 1921 por cuestiones del antisemitismo, cambio su apellido. Diez años después de llegar a EEUU, se licenció de médico en la Universidad de NY y comenzó a trabajar en el tema de la poliomielitis para la Fundación Rockefeller y la Universidad de Cincinnati. Al igual que Salk, Sabin no patentó su descubrimiento.
Ninguno de los dos recibió el premio Nobel que sí le fue concedido a John Enders por desarrollar el medio de cultivo para el virus de la polio.
Si bien Sabin y Salk aparecen sonrientes en algunas fotografías, mantuvieron rencillas hasta el final de sus días, conflictos que trascendieron lo personal. Sabin, a los 84 años, aun sostenía que la de Salk era “pura química de cocina” y Salk acusaba a Sabin de que su vacuna había sido responsable de varias muertes (cosa que era verdad).
En realidad, ambos tenían perspectivas distintas sobre los mecanismos inmunológicos ya que la preparación de Salk era una vacuna a virus muerto mientras la de Sabin contenía virus vivo y atenuado. A pesar que la vacunación oral de Sabin producía más complicaciones que la inyección de Salk, se impuso la forma oral, por su facilidad de administración. Lo cierto es que los dos hombres que habían derrotado a la poliomielitis, nunca pudieron trabajar juntos y fallecieron enemistados.
Como dijo Isaac Asimov