La Revolución de Álzaga

El almirante Sidney Smith le escribió el 10 de octubre a Souza Coutinho acerca del republicanismo: “La historia reciente de Buenos Aires nos sirve de prueba: la fuerza del partido republicano aumentó por el poder adquirido por el pueblo al luchar contra un ejército extranjero, al deponer al virrey (Cisneros); limitando el poder de su sucesor que había sido elegido por aclamación; y por el hecho de que el Cabildo ha recuperado gran parte de la autoridad de aquel cargo”. No hay duda que Smith se refiere al republicanismo de los españoles en el Cabildo, ya que los dirigentes criollos se preocupaban entonces en congraciarse con la princesa Carlota. Así es que el 13 de octubre Manuel Belgrano le escribió a Souza Coutinho pidiéndole que la princesa se trasladara a Buenos Aires cuanto antes para asumir la Regencia y evitar “que corra sangre de nuestros hermanos” por existir “un proyecto de independencia demócrata” (clara alusión a la Junta con la cual Martín de Álzaga pensaba sustituir a Liniers).

Dábase la paradoja que los futuros revolucionarios criollos hacían pública profesión de fe monárquica (eran carlotistas en esos momentos) mientras acusaban fundamentalmente a Álzaga y a sus partidarios de buscar la independencia para establecer una república. El 16 de octubre de 1808 vuelve el almirante Sidney Smith a referirse al republicanismo de ese grupo español en una carta al príncipe regente de Portugal: “Dejándolos hacer las formas serán oligárquicas, y al fin será una república armada como la de Polonia, y en consecuencia muy mal vecino para Brasil”.

No cabe duda de que Álzaga y sus compañeros estaban dispuestos entonces a instalar una república en el Río de la Plata se caía España. Pero no era Polonia, como decía el almirante, sino los Estados Unidos, la república que podía servirles de modelo. La Metrópoli parecía definitivamente perdida y los españoles del Río de la Plata aspiraban en tal caso a la independencia, pero con ellos en el poder. Su plan era organizar una república federal aristocrática, tomando como ejemplo los Estados Unidos donde, en esos tiempos, sólo tenían derecho al voto los hombres blancos que fueran propietarios, y donde “paladines de la libertad”, como Washington y Jefferson tenían decenas o centenares de esclavos.

Volvamos a Álzaga. El plan que había acordado con Elio era el de un golpe militar para el 17 de octubre. Contaba con el apoyo de los batallones de catalanes, vizcaínos y gallegos, con el Regimiento de Voluntarios Patriotas de la Unión, que había armado Álzaga de su propio peculio. Pero estaba militarmente en inferioridad de condiciones y Saavedra conocía su plan porque Hipólito Vieytes y Juan José Castelli le habían pedido que apoyara a Álzaga, dándoles entonces Saavedra su conocida respuesta de que “las brevas aún no están maduras”.

Si Saavedra hubiese apoyado a Álzaga y se hubiera establecido una Junta de españoles y criollos quizás se habrían evitado los cruentos enfrentamientos que jalonan nuestra historia. Pero Saavedra, comandante de Patricios, se puso de acuerdo con los comandantes de otros cuerpos (Ortíz de Ocampo, de Arribeños, Pedro Andrés García, de Montañeses, Esteve y Llac, de Artilleros de la Unión, Merelo, de Andaluces, Terrada, de Granaderos, Benito González Rivadavia, de Cazadores, y Martín Rodríguez, Vivas y Núñez, de los tres cuerpos de Húsares) y le mandaron una nota de adhesión a Liniers el 10 de octubre.

A causa de esto debieron postergarse los planes de Álzaga para deponer a Liniers pero a fines de diciembre las cosas se precipitaron. El Cabildo se opuso a la emisión de “vales patrióticos” solicitada por Liniers para pagar a las tropas criollas que le respondían a él, y al nombramiento, hecho por el virrey, de Bernardino González Rivadavia como alférez Real. El padre de éste era uno de los firmantes de la nota de adhesión a Liniers, del 10 de octubre y, aparentemente, el virrey también le adeudaba dinero. Al rechazar el nombramiento de Rivadavia (que no usaría el González paterno) el Cabildo adujo que el candidato “no ha salido aún del estado de hijo de familia, no tienen carrera, es notoriamente de ningunas facultades, joven sin ejercicio, sin el menor mérito ni otras cualidades”.

A pesar de tener 28 años el vanidoso Rivadavia no había logrado recibirse de abogado abandonando los estudios. Herido en su orgullo, se vengará cuatro años más tarde haciendo cumplir, como ministro de guerra, la sentencia de muerte dictada contra Álzaga y otros españoles que tan mal lo calificaran en el Cabildo.

Liniers astutamente aceptó las decisiones del Cabildo contrarias a sus pedidos, para evitar un enfrentamiento. Pero el Cabildo, asesorado por Mariano Moreno, persistió en sus intentos contra el virrey y solicitó al Ayuntamiento la inmediata deposición de Liniers por haber casado a su hija en Buenos Aires, contraviniendo así las Leyes de Indias que prohibían a los virreyes hacerlo en su jurisdicción para evitar que los vecinos se vieran obligados a hacerles ricos presentes a los recién casados.

Faltos ya de justificativos legales, los complotados decidieron actuar revolucionariamente el 1ero de enero de 1809, fecha en que se renovaba el Cabildo con amigos de Álzaga, el cual cesaba en el cargo de alcalde de primer voto. Hubieran podido triunfar de haber estado dispuestos a dar amplia participación a los criollos en el movimiento, cosa que no hicieron porque deseaban mantener su supremacía sobre ellos.

Luego de ocupar la Plaza Mayor con los Batallones de Catalanes, Vizcaínos y Gallegos, Álzaga y sus partidarios entrevistaron al virrey y le exigieron su renuncia y la formación de una Junta, siguiendo el ejemplo de las organizaciones en España. Liniers accedió a delegar el mando en el oficial de mayor graduación, que era Pascual Ruiz Huidobro, recientemente llegado luego de ser liberado por los ingleses. Presionados por los rebeldes, el virrey se manifestó dispuesto a que se organizara la Junta. Pero mientras se preparaba la documentación necesaria llegó Saavedra con sus fuerzas para apoyar a Liniers, lo cual hizo fracasar la revuelta. En esa oportunidad dijo Saavedra “que habrían de correr ríos de sangre antes que permitir dejase el mando Su Excelencia” porque “el pueblo y la tropa aman al Señor Virrey”. Estas declaraciones no le impidieron concordar con Mariano Moreno, al año siguiente, y hacer fusilar a Liniers sin juicio previo.

En la Junta proyectada por Ruiz Huidobro hubiera sido presidente y Álzaga Primer Vocal y Director General de Comercio. Los otros integrantes también hubiesen sido españoles excepto los secretarios, puestos reservados para dos abogados criollos: Mariano Moreno y Julián Leiva.

Juan Larrea, futuro integrante de la Primera Junta de Mayo, también estaba comprometido en ese plan, según escribirá Saavedra más adelante.

Reafirmando su lealtad a Liniers como representante legal de la monarquía, Saavedra y otros jefes militares acusaron a los frustrados revolucionarios de querer instalar un gobierno popular con Juntas en las ciudades después de quitarle el mando al virrey. El español Pedro Andrés García, comandante de Montañeces, fue más allá aun, acusándolos de atentar contra la Corona y buscar la independencia, delito de lesa majestad penado con la muerte. La Audiencia de Buenos Aires también les atribuyó complotar para “trastornar el sistema de gobierno; y esto una vez conseguido, quedar franco el paso a la independencia, que es el término a que aspiran por aquel medio indirecto algunos cuyas siniestras ideas se han ocultado al gobernador de Montevideo”, (es decir, a Elio, el cual como realista fiel y partidario del absolutismo será ejecutado con la pena del garrote en Valencia durante la revolución liberal en 1822).

Liners declaró “No quiero que corra sangre entre hermanos; quiero el sosiego y la paz” según Juan Manuel Beruti. Mantuvo en sus puestos a los nuevos miembros del Cabildo a pesar de ser amigos de Álzaga, el síndico Villanueva y los regidores Neira (comandante de Gallegos), Ollaguer Reynals (comandante de Catalanes) y Santa Coloma (capitán de Vizcaínos) fueron embarcados con destino a Carmen de Patagones, de donde serán rescatados meses después y llevados a Montevideo por orden de Elio. Allí fueron sometidos a un “Juicio por Independencia” durante el cual, para salvar sus vidas, todos negaron haber actuado con ese fin. El juicio terminó recién en julio de 1810 con un sobreseimiento de los acusados.

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