Striptease, el arte de la lentitud

Seis operarios de una fábrica de acero han quedado desempleados. Para hacer un poco de dinero deciden dejar de lado las inhibiciones y sacarle partido al exhibicionismo. Organizan un musical, The Full Monty, donde se despojan de la ropa y procuran desnudar otras verdades sobre el escenario. “Es un cuento moderno, honesto y relevante sobre personas comunes y corrientes que se sobreponen a la adversidad a través de la amistad, el amor y la locura”, dijo el actor Christian Anderson a CNN en español. Reconoció que tenía un poco de miedo al intervenir en la versión teatral pero que ese temor lo tiró por la ventana porque sentía el apoyo del público. Observó que el personaje triunfaba y los espectadores no veían la demostración como un espectáculo de striptease. No se privó de la vena poética: dijo también que al desnudarse en público se desnudaba el alma.

El hombre, por lo general, parece pedir excusas si por alguna razón se desnuda en público. En el arte, el hombre necesita una coartada más sutil que la mujer para justificar su protagonismo. “La representación del desnudo masculino –escribe Sylvia Navarrete Bouzard – ha requerido hasta fechas recientes de una excusa, de un pretexto; ya sea el ejercicio, el martirio, el heroísmo o la pose académica. El desnudo femenino, omnipresente, se da en contextos narrativos más generales: la naturaleza y la belleza, la maternidad y el erotismo”.

Desde hace no más de un cuarto de siglo el hombre subió al escenario para despojarse lentamente de su vestimenta. Y es realmente un tema conflictivo considerar este fenómeno como algo asimilable a la misma idea del desnudo femenino. Desde las representaciones pictóricas, el hombre aparecía desnudo cuando estaba afrontando una situación heroica o si era víctima de un sacrificio. El desnudo masculino para generar una respuesta placentera en los espectadores, no tiene antecedentes visibles en la historia. Si tomamos el caso de Full Monty, se trata de un recurso consensuado ante la pérdida de un trabajo común; es la última salida ante una solución dramática y no el simple juego de diversión final.

Se ha perdido el objetivo de desnudarse provocativamente, que es lo que caracteriza al striptease femenino. Por otra parte, el espectáculo de strippers masculinos no termina de mostrar con claridad cuál es verdaderamente la sensibilidad de la mujer ante el mismo. ¿Se excita sexualmente? ¿O se trata de una liberación histérica alejada de la satisfacción sexual?.

Navarrete Bouzard descubre diferencias entre el desnudo del hombre y de la mujer a partir de los espectadores: “El desnudo femenino ha sido un género practicado casi exclusivamente por y para un público de varones, cuando menos hasta nuestro siglo. El desnudo masculino, al igual que su contraparte, llama a ser visto, apreciado y consumido metafóricamente; pero, y he aquí la paradoja. ‘en esencia, la cultura prohibe a los hombres disfrutar el ver otro cuerpo de su propio sexo.’ La imagen de otro hombre con los genitales expuestos sigue siendo causa de tensión o de repulsión en el espectador masculino. ¿Simple pudor? ¿Miedo a la competencia frente al cuerpo semejante pero idealizado? ¿Resistencia a que la mujer tenga acceso o fantasías eróticas alternas?”.

En 1973 se puso de moda el streaking, fugaz osadía masculina de desnudarse en un lugar público y salir corriendo para no ser atrapado por la policía. William Stocker lo define como “esa moda que nació, creció y desapareció en poco tiempo en Europa y en América, y que consistía en pasearse o correr enteramente desprovisto de ropas por las calles y plazas de varias ciudades. Fue un divertido desafío de nudistas excéntricos”.

El breve furor de desnudarse corriendo en medio de un escenario (nude streaking) fue la respuesta a la ley contra la obscenidad impuesta por la Corte Suprema de los Estados Unidos en 1973. Los motivos para desnudarse y los efectos en la persona que lo hacía probablemente eran poco saludables en la mayoría de los casos. Pero esa burla abierta al autoritarismo sexual ayudó a socavar la implementación de la censura opresiva y las leyes en defensa del pudor pero socavando las libertades.

La práctica de streaking invadió los lugares públicos del deporte y del espectáculo. En la entrega de los Oscars de 1974, un alelado David Niven, maestro de ceremonias, se quedó sin palabras ante la irrupción de un streaker sobre el escenario. El filósofo griego Diógenes, el cínico (413-323 a. C.), asumió la desnudez como método de protesta contra las riquezas, las convenciones sociales y la hipocresía. Consideraba que el vestido enmascaraba la realidad y por eso se paseaba por Atenas envuelto en un tonel vacío, que pronto lo hizo popular en toda Grecia.

Suele haber una interpretación más liviana acerca de las demostraciones que tienden a analizar a sus practicantes como personas que disfrutan interrumpiendo eventos deportivos a través del desnudo fugaz. No caben dudas de que el narcisismo y el exhibicionismo habrán motorizado ciertas demostraciones. De hecho, las fotos de Michael O ́Brien, saltando y corriendo desnudo en abril de 1974 ante cincuenta y tres mil personas que observaban el partido de rugby entre Inglaterra y Francia, parecen indicar que había mucha adrenalina en el protagonista, más allá de sus buenas intenciones.

El legendario Keith Moon, integrante de The Who, contribuyó a dar fama al grupo no tanto por sus valores musicales como por sus excentricidades. Romper equipos de sonido o practicar streaking en pleno espectáculo lo ubicó en un curioso lugar de la historia del rock.

Cuando el hombre se despoja de su vestimenta no es necesariamente la mujer la destinataria de dicho desnudo. Michael Hutchison llega a parecidas conclusiones al referirse a la pornografía para mujeres: “Prospecciones de mercado y toda una variedad de enfoques convencieron a los editores de que las mujeres también estaban deseosas de un material que las estimulara sexualmente, pero no al modo visual o erótico que atraía a los varones (la revista Playgirl causó una breve sensación con sus fotos de hombres desnudos, incluyendo a Burt Reynolds, pero a la larga resultó que muchos de los compradores de la revista eran homosexuales)”.

Desde los años ́80 han proliferado determinados lugares que ofrecen espectáculos de strip- tease protagonizados por hombres para un erotizado (habría que decir histérico) público femenino. Se trastrocaba así la vieja tolerancia del cuerpo femenino desnudo para regocijo de los hombres. Admitir que la mujer tenía derecho a excitarse de un modo recíproco implicaba dejar caer innumerables barreras de tabúes, hegemonías y permisividad. No por casualidad estas expresiones de striptease masculino son contemporáneas de los productos cinematográficos donde prevalecen los héroes musculosos y solitarios. “Estas emociones masculinas –escribe Hutchison- fueron expresadas en una avalancha de películas de Hollywood, con individuos de pecho desnudo, fuertes músculos y carácter arriscado que empuñaban ametralladoras, lanzaban granadas de mano y esgrimían finos y mortíferos puñales. Nada de mujeres. Estos nuevos héroes norteamericanos al ciento por ciento eran una respuesta directa a las demandas de intimidad y participación por parte de las féminas. Interpretados por actores como Sylvester Stallone, Arnold Swarzenegger y Chuck Norris, estos héroes no tienen tiempo alguno para dedicarse a las mujeres o cumplir las perturbadoras exigencias de éstas respecto a intimidad y participación”.

En la época de los Tudor se vio la costumbre “de usar vestimentas inferiores masculinas tan estrechas que obligaban a situar los genitales en una parte abultada de las calzas (codpiece), porción hacia la que se atraía la atención por medio de un color vívido o contrastante, que además se embellecía a veces rellenándola para simular una erección perpetua”. Alrededor del siglo XVIII ocurrió uno de los acontecimientos más notables en toda la historia de la vestimenta, bajo la influencia del cual vivimos todavía, y que ha atraído mucha menos atención de la que merece: los hombres renunciaron a su derecho a todas las formas de ornamentación más brillantes, llamativas, elaboradas y variadas, dejándolas enteramente para uso de las mujeres, y haciendo con ello de su sastrería la más austera y ascética de las artes. Desde el punto de vista de la indumentaria este acontecimiento tiene con toda seguridad el derecho de ser considerado como “La gran renunciación masculina”.

Marcelo Bugliotti, corredor argentino de TC, hizo un strip después de ganar una carrera en el autódromo de la ciudad argentina de San Juan donde se abrió una causa judicial y una multa de cuarenta mil litros de leche, aplicada por el Automóvil Club Argentino (ACA). Ya había presagiado sus intenciones cuando apenas cruzada la meta en una carrera anterior estacionó su Honda al costado de la pista, se bajó, y cruzó la pista para empezar a tirar el casco, los guantes, la capucha antiflama y las botas a la gente que colmaba la tribuna. Una actitud también peligrosa, porque ese cruce de pista lo hizo a metros del lugar en el que sus colegas recibían a toda velocidad la bandera de llegada.

Flügel entiende que la libido “está más difusa en las mujeres que en los hombres; en las mujeres todo el cuerpo está sexualizado, en los hombres, la libido está más definidamente concentrada en la zona genital; y esto es verdad tanto subjetiva como objetivamente, tanto al mostrar el cuerpo como al mirarlo. De ahí que la exposición de cualquier cuerpo femenino obre más eróticamente que la exposición de la parte correspondiente del varón, salvo en el caso de los genitales en sí. En vista de esto no es sorprendente que las mujeres sean al mismo tiempo el sexo más púdico y el más exhibicionista, ya que tanto su vergüenza como su atracción se relacionan con todo el cuerpo”.

La visión de una mujer acerca del hombre

A partir de Expedientes X, una serie de televisión que se exhibió con éxito desde 1993 hay un relato (Intimidades, por Irati) que pone el ojo en la extraña relación de los protagonistas, un hombre y una mujer que representan a dos agentes del FBI tras las huellas de invasores extraterrestres. Eso los lleva a recorrer varias ciudades de los Estados Unidos y compartir necesariamente piezas de hotel. Ella, Dana Scully, es una católica con pensamiento lógico; él, Fox Mulder, un despreocupado detective que sólo parece tener la obsesión de capturar a los extraños seres.

El cuento es interesante desde nuestra óptica de la obscenidad porque plantea el tema del desnudo a partir del pensamiento femenino. La cuestión es así: las personas de sexo diferente y orientación sexual potencialmente compatible ¿se desnudan las unas delante de las otras sin el menor asomo de pudor, inhibición, delicadeza o vergüenza? ¿Es esto lo normal?

“Mi voz –reflexiona la protagonista-, suena ligeramente tensa y probablemente esté hablando demasiado alto. Probablemente trato de que se dé cuenta de que yo también estoy en esta habitación y está a punto de quitarse prendas sustancialmente más importantes que unos calcetines”.

Mulder ha caído en un pozo de estiércol y decide bañarse. Se va desnudando a medio camino entre la habitación y el baño del hotel y tirando la ropa dentro del lavabo. Scully queda desconcertada ante la naturalidad de su compañero de trabajo: “¿Es posible que este insensato sea tan obtuso como para no comprender que me está torturando con esto? ¿No le afectaría a él en lo más mínimo que yo me quitara la ropa mientras él me mira desde la cama?”.

Lo que más la irrita es que la única respuesta lógica sea no. “Evidentemente, si no le importa nada mi presencia aquí es porque le resulto tan lejana de algo remotamente sexual que le daría la risa sólo de pensar en taparse. Para él, es como si se estuviera quitando la ropa delante de los peces mal alimentados de su apartamento. Lo que me lleva al principio de mi divagación: si tan penosamente asexuada le resulto, ¿por qué se pasa media vida tocándome, hablando en susurros y convirtiendo cualquier conversación en una insinuación?”.

Le parece no sólo enigmático sino irritante. “Suena ridículo preguntarlo, pero lo hago igual. ¿Te das cuenta de que estás desnudo?”.
Está perpleja: “No es justo, Dios mío, no es justo que además de ser guapo, tener esa increíble voz de dormitorio en penumbra, vestir como un modelo de revista y oler siempre a bañeras calientes, Mulder tenga un cuerpo así y ni siquiera le de importancia. No es justo”.

Y Mulder responde con todo su orgullo masculino: “No es por echarme flores, Scully, pero he de confesar que no eres la primera mujer que se sorprende gratamente al verme desnudo”.
Pero he aquí el remate de su frase, que es bastante significativa:”Desnudarse en público, es algo que se hace en un local de striptease, Scully. La exhibición comporta una intención de excitar al público al que se dirige. Desnudarse, es sólo el acto de quitarse la ropa. En este caso, con la intención de ducharme”.

Dana Scully queda anonadada y se anima a preguntar: “¿Y si me desnudara yo delante tuyo?”.
Mulder se sorprende pero no responde. Scully se retira a su habitación y reflexiona: “Mientras me rindo al sueño, no puedo dejar de pensar en las diferencias que nos identifican. Quizá no estemos de acuerdo entre lo que es íntimo y lo que es natural, entre lo que es profesional y lo que es privado”.

Ella sigue elucubrando pero en el remate está la respuesta a lo que imaginamos puede pasar en la mente de una mujer ante el hombre que se desnuda delante de ella: “Quizá si me enfado con él es sólo porque envidio su capacidad de entrega. Pero esta noche su imagen desnuda me ayuda a dormir. Y mañana, si se cae en un sumidero, quizá caiga yo con él. Una cosa es segura: sea como sea, nos pondremos en pie. Y quizá, después nos duchemos juntos”.

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Texto extraído del libro:

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