La renuncia de Galtieri

El 22 de mayo de 1982 la representante norteamericana ante Naciones Unidas, Jeanne Kirkpatrick, que había intentado favorecer a los argentinos a lo largo de casi todo el conflicto, perdió la paciencia.

Por enésima vez, la Junta había rechazado una propuesta de paz, pese a que sus fuerzas en las Malvinas estaban a punto de ser rodeadas por la poderosa Task Force británica.

“No hay nada que hacer. Tus compatriotas, le dijo a un mediador oficioso argentino, han cambiado una victoria diplomática por una derrota militar”. Su embajador, José Sorzano, fue algo más contundente: “¡Los ingleses los van a cagar a patadas!”, dijo a los tozudos militares argentinos.

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Ambos vaticinios se habían cumplido. El 15 de junio los periódicos argentinos publicaron la noticia de la derrota que las radios y televisiones habían adelantado la noche anterior. La Plaza de Mayo se fue llenando de gente agobiada por la depresión y por el doloroso fin de una ilusión que habían abrazado apasionadamente.La multitud pidió armas para seguir la lucha y siguió cargando de gruesos epítetos a los militares, el menor de los cuales era “cobardes”.

Galtieri difícilmente podía escapar de esta calificación. Acosado, empezó a repartir culpas, señalando a supuestos “traidores” con la ilusión de quedar indemne. Tres ministros, entre ellos Costa Méndez, se apresuraron a presentarle sus renuncias, mientras en la Plaza la policía arremetía contra los indignados manifestantes con ensañamiento y su habitual brutalidad.

Una vez que la multitud fue barrida de la Plaza de Mayo, el todavía presidente de facto habló por televisión a la ciudadanía para advertir que cuestionar la decisión y la conducción de la guerra sería una “traición” inadmisible.

No opinaban lo mismo sus pares del generalato. En la reunión que ese mismo día mantuvo con los generales de división recibió las más amargas críticas. Le recordaron especialmente que los había marginado de las decisiones de lanzar la invasión y sostener la contienda, porque todo se había fraguado entre los tres comandantes de la Junta. Los generales del Estado Mayor, a su vez, también lanzaron sus dardos contra el presidente, que arguyó como pudo, entre otras cosas, que el gran traidor había sido USA.

La sombra del ejemplo de lo acaecido con los coroneles golpistas griegos empezó a planear sobre la dictadura. Algunos creyeron que era necesario buscar un Karamanlis, echar mano de algunos políticos para salir del embrollo, porque la Junta no tenía el apoyo ni siquiera de la cúpula militar y la represión policial mal podría servir para calmar la ira de la población y atraer su apoyo.

Pero los principales partidos decidieron que no les correspondía sacar las castañas del fuego. Quedaban los generales. José Vaquero, jefe del Estado Mayor General, dando la espalda a Galtieri, reunió a los generales de división para acordar con ellos una salida a la situación.

Galtieri estaba durmiendo cuando Vaquero llegó a su casa a comunicarle que había dejado de ser presidente. El adormilado sosias de Patton intentó resistirse, pero Vaquero le cortó rápidamente toda fantasía de que la situación pudiera revertirse.

No sólo Galtieri estaba herido de muerte políticamente. La sangrienta dictadura militar, con sus 30.000 muertes, secuestros, torturas, saqueos, robos y estafas, se hallaba al borde del colapso.

Las Malvinas fueron para la Junta una excusa. Lo dijo el general Martín Balza, comandante en jefe del Ejército argentino en los 90 y oficial de artillería en la contienda por el archipiélago: “La decisión [de la Junta] de ir a la guerra fue un intento de perpetuar la dictadura”.

El tiro les salió por la culata. Lo que no habían conseguido hacer los argentinos lo consiguió Margaret Thatcher con su decisión de mandar sus bien pertrechadas Fuerzas Armadas a combatir la disparatada aventura de los milicos argentinos.

La dictadura fenecía de muerte natural poco después, cuando la ciudadanía argentina votaba en elecciones libres a un abogado para ocupar el cargo de presidente de la República y devolver al país al sistema democrático.

En el Reino Unido la alegría por la victoria inflamó el alicaído orgullo de los británicos. “El patriotismo ha obrado su vieja magia”, titulaba The Guardian el 16 de junio.

“La Union Jack ondea otra vez sobre las Malvinas. Alegría y enhorabuenas mutuas en la Cámara de los Comunes y Rule Britannia [himno patriótico] en Downing Street. Cada uno debe hacer su propio balance y los historiadores deben decidir dónde poner la Guerra de la Malvinas en los anales de la Gran Bretaña de la posguerra para reducir las circunstancias de ser un poder en declinación”, decía el diario.

A la primer ministro la jugada le había salido redonda. Thatcher, que, unió su destino como decadente jefa del Gobierno al resultado de la guerra, salió suficientemente fortalecida de la prueba como para poder permanecer en el Gobierno ocho años más, pese a la impopularidad de sus políticas neoliberales. Sabía desde el principio que se estaba jugando su poder personal y el opacado prestigio del antiguo Imperio.

“Habíamos empezado a ser vistos por amigos y enemigos escribió en sus memorias, Los años de Downing Street como una nación a la que le faltaba la voluntad y la capacidad para defender sus intereses en la paz y para meterse en guerras. La victoria en las Malvinas cambió esto”.

Los kelpers o isleños del archipiélago fueron los más beneficiados por el resultado de la guerra. Esta olvidada colonia ha recibido en los últimos 20 años créditos, subvenciones, obras públicas, fortificaciones y algunos centenares de funcionarios y militares residentes encargados de velar por su defensa y desalentar cualquier tentación de repetir aventuras similares.

galtieri

ARTICULO ORIGINALMENTE PUBLICADO EN https://archivo.urgente24.com/142482-la-renuncia-de-galtieri-xi

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