La dolorosa y lenta agonía que mató a Tito, el comunista que aterrorizó a Stalin

«Yugoslavia llora la muerte de Tito». Con estas palabras abría su portada el diario ABC el 6 de mayo de 1980, apenas dos jornadas después de que el que fuera el presidente del país, Josip Broz Tito, falleciera después de una larga agonía poco antes de cumplir los 88 años de vida. «Mientras se cierne sobre el país la incógnita de su futuro político, los restos mortales del mariscal fueron ayer llevados en el “tren azul”, el mismo que el utilizaba para sus desplazamientos, hasta Belgrado, donde esperaba una multitud silenciosa y emocionada», incidía este periódico.

La muerte del líder comunista que, como desvelaba en su información especial ABC, hizo temblar a tanto a Adolf Hitler como a Iósif Stalin, no fue la que él habría deseado. Para nada. Según varios despachos de época enviados por la agencia AFP, Tito dejó este mundo tras cuatro meses de agonía hospitalizado en el Liubliana por problemas circulatorios provocados por la diabetes. Una infinidad de jornadas de sufrimiento y dolor que hicieron que se presentara ante la parca famélico y obligaron a los médicos a amputarle una pierna el 20 de enero.

Los términos que, años después, pudieron leerse en los informes médicos de entonces fueron «bloqueo renal», «neumonía repetida», «septicemia», «hemorragia interna», «daño hepático» o «estado comatoso». Así hasta que, a primera hora de la tarde del 4 de mayo de 1980, una declaración de la Liga de Comunistas de Yugoslavia (el partido único que gobernó el país hasta su disolución) informó de que este controvertido personaje se había marchado. «El camarada Tito está muerto».

Tras ello, se decretó un duelo nacional de una semana que fue acompañado por todo tipo de canciones funerarias a través de la radio. La televisión, por su parte, transmitió un extenso homenaje que sus seguidores pudieron disfrutar durante jornadas. El 8 de mayo se celebró el funeral, al que acudieron líderes mundiales como Erich Honecker o, incluso, Leonid Brezhnev, el representante de la misma URSS de la que Tito se había emancipado por las bravas tras la Segunda Guerra Mundial. Todo ello fue un triste preludio de la división que generó, a la postre, su fallecimiento.

Despegue en la IIGM

Josip nació el 25 de mayo de 1892 en el seno de una familia sin recursos. Habría permanecido toda la vida en la granja de sus padres de no haber sido porque la Primera Guerra Mundial le llevó al frente por el bando de Austria-Hungría. Tras ser capturado por los rusos se unió al ejército soviético. Aquella fue su escuela y, en 1920, se adhirió al Partido Comunista de Yugoslavia, su tierra natal. Unos 17 años después, después de hacer carrera política, fue nombrado secretario general del grupo.

Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un verdadero icono de su país. Y es que, mientras que el Ejército Rojo liberó sin ayuda una infinidad de capitales de Europa Oriental y Central, no ocurrió lo mismo con Yugoslavia. Allí, en Belgrado, la verdadera resistencia contra el invasor la había protagonizado el partido comunista liderado por el propio Tito. El militar, de hecho, se sabía una pieza clave en la política regional y conocía el arraigo que tenía su figura en parte de la población. Eso hizo que, tras el final del conflicto, se sintiera un par de Iósif Stalin, y no un mero títere del régimen de Moscú.

Así lo confirma la profesora de la UNED María Casanova en su dossier «La Yugoslavia de Tito. El fracaso de un Estado Multinacional». En sus palabras, «al término de la guerra, Tito controlaba el aparato militar y político e impulsó la creación de un Frente Popular que, en las elecciones del 11 de noviembre, obtuvo un 90,48% de los votos». De esta guisa, el 29 de noviembre de 1945 proclamó la República Federal Popular Democrática de Yugoslavia, controlada por el partido comunista.

Revolución política

El mariscal, que ya había desobedecido a Stalin durante la Segunda Guerra Mundial (cuando se negó a cumplir la orden de combatir junto a Draza Mihajlovic, al que la URSS y los Aliados consideraban la legítima cabeza de la lucha armada en la región) inició así una serie de movimientos que buscaron, desde el primer momento, la grandeza de Yugoslavia. Todo ello, a costa de apartar la mirada de la URSS. Aunque, eso sí, sin atacar de facto a los rusos. «Tito no cuestionó la hegemonía soviética, pero, a pesar de aceptar la ayuda económica y la llegada de consejeros desde la URSS, emprendió una política muy personalista», desvela la autora.

Las tensiones entre ambos terminaron de materializarse a partir de 1947, año en el que Stalin creó el Kominform, a nivel oficial, un comité de organización de los principales partidos comunistas de Europa, pero, en la práctica, un sistema de control de los mismos. Tito, desde el primer momento, se declaró independiente y obvió, una vez más, la autoridad de Stalin. Como ya había afirmado en 1944 cuando los aliados se dividían Europa, consideraba su país como un ente independiente alejado tanto del bloque capitalista como del soviético.

A partir de 1947 las diferencias se multiplicaron. «Las divergencias entre Tito y Stalin fueron en aumento: el problema de Trieste que Tito reivindicaba, problema que no se solucionaría hasta 1954, el proyecto de establecer una federación balcánica con Bulgaria, el envío de tropas yugoslavas a Albania para fortalecer sus fronteras con Grecia y su apoyo a los comunistas griegos, contrariaron a Stalin que veía con recelo la excesiva independencia de Tito», añade la experta en su dossier.

Lujo comunista

El ya presidente de la República Federal y del partido fue uno de los fundadores del movimiento «no alineado», el cual planteaba una alternativa para los países que no querían posicionarse en la Guerra Fría. La realidad, sin embargo, es que también mantuvo un régimen basado en el culto a la personalidad y autoritario. En la práctica fue un líder despiadado que encarceló a 15.000 opositores en la prisión de Goli Otok acusándolos de estalisnistas.

A nivel personal, y aunque abogaba por la igualdad, Tito era un amante de los cigarros caros, de los uniformes lujosos y adoraba recibir a los líderes internacionales y las estrellas de Hollywood en sus extensas villas ubicadas en el archipiélago de Brioni (Croacia) o en su yate. La opulencia en la que vivió junto a su tercera esposa marcó a Richard Burton, quien le visitó en 1971: «Vivían en un lujo extraordinario, mayor que cualquiera que yo haya conocido. Creo que es equiparable al del Buckingham Palace». Así pasó su vida hasta que la salud pudo con él en 1980.

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