Checoslovaquia (en checo, Ceskoslovensko; en eslovaco, Cesko-Slovensko) existió desde 1918 hasta el último día de 1992, y dejó de existir oficialmente el día de Año Nuevo de 1993.
Nacieron así la República Checa y Eslovaquia como naciones independientes con su propia lengua, su propio gobierno y sus propios problemas económicos y sociales.
Desde su unión en 1918 a partir de los restos del antiguo imperio Austro-Húngaro, Checoslovaquia estuvo dominada por la mayoría checa predominante en las ciudades. La rural Eslovaquia, al este, era la parte menos importante del país.
En el clima de libertad que se extendió por el país tras el rompimiento incruento con el comunismo en la “Revolución de Terciopelo” de 1989, Eslovaquia empezó a pedir más autonomía.
Finalmente, el destino del país lo decidieron los políticos (lo cual parece lógico, aunque nunca se termina sabiendo si es bueno o malo. En 1989, los checos eligieron a Vaclav Havel, a quien le exigieron un Estado con una mayor firmeza para administrar y dirigir lo que de hecho era una federación o, en su defecto, instaurar dos estados independientes. Por su parte, Vladimir Meciar y los principales políticos eslovacos querían una especie de confederación, pero con más autonomías regionales. Los dos lados entablaron negociaciones frecuentes e intensas en junio. Pero no avanzaron mucho, más bien nada. La minoría eslovaca del Parlamento había crecido lo suficiente como para bloquear el programa unionista del presidente checoslovaco Vaclav Havel. Havel (de alguna manera un idealista) declaró que no quería presidir la disolución del país, y dimitió. Jan Strásky fue elegido presidente interino y el primer ministro Vaclav Klaus fue entonces quien pactó la separación, que fue anunciada para agosto. Impaciente, el 17 de julio de 1992, el Parlamento eslovaco adoptó la Declaración de Independencia de la nación eslovaca. Seis días más tarde, en una reunión en Bratislava, se decidió la disolución de Checoslovaquia.
Una vez tomada esta decisión, el objetivo de las negociaciones cambió: ahora la cuestión primordial era buscar la vía para alcanzar una división pacífica. El 25 de noviembre, el aún existente Parlamento federal adoptó la ley Constitucional que marcaba el final de la existencia de Checoslovaquia, y declaró que desde la medianoche del 31 de diciembre de 1992 la República Federal Checa y Eslovaca (Checoslovaquia) dejaría de existir, asegurando los detalles técnicos necesarios.
La separación ocurrió sin violencia y fue llamada “Divorcio de Terciopelo”, tomando el nombre como referencia a la “Revolución de Terciopelo” que la había precedido, que fue llevada a cabo mediante manifestaciones masivas y acciones pacíficas, en contraste con la desintegración con episodios violentos de Yugoslavia o con la revolución rumana.
En la recién nacida Eslovaquia, Vladimir Meciar fue elegido presidente. Para conseguir partidarios, resaltó el sentimiento nacionalista al comparar a Eslovaquia con una colonia oprimida e insinuar que los altos índices de desempleo e inflación eran causados por conspiraciones checas. Nada nuevo, ya arrancamos peleando con el vecino, digamos. Su propuesta para la recuperación económica fue el aumento del control estatal sobre la economía y la revitalización de las fábricas de armas (aunque la disolución del Pacto de Varsovia había eliminado ese mercado, en teoría…).
Por su parte, la República Checa continuó promulgando reformas liberales y al poco tiempo, Vaclav Havel fue reelegido como presidente.