La pandemia de gripe española quedó eclipsada por la carnicería de la Primera Guerra, aunque los muertos por la enfermedad hayan sido más numerosos que las víctimas de la metralla. Aún en un enfrentamiento menos espantoso que la primera gran contienda del siglo xx, los gérmenes suelen causar más estragos que las balas.
Después de una pandemia, la sociedad suele cambiar sus prioridades; tanta muerte se acompañarse de una “sed de vida”. Conscientes de nuestra finitud, la gente suele romper ritos, tabúes y restricciones religiosas para vivir con cierto desenfreno, bebiendo el elixir de la existencia. No es de extrañar que en los países donde los contagios han bajado notablemente haya un boom del turismo, aunque no se salga del país. Solo la contemplación de las verdes praderas o el cambio de clima, actuará como un bálsamo.
Este “desenfreno” es lo que se vivió hace un siglo atrás, cuando aumentó el consumo a raíz de que ciertos objetos que antes eran considerados lujos se convirtieron en necesidades. ¿Quién pensaba al principio del siglo xx que un teléfono podía ser esencial en nuestra existencia? (a propósito, hoy las ¾ partes de la humanidad tienen un celular).
En la década de 1920 hubo un auge en la venta de tecnología que la gente adquiría en cómodas cuotas, aún a expensas de endeudarse. El automóvil, la radio, los gramófonos, y electrodomésticos se convirtieron en productos de primera necesidad. La sola tenencia crea un bienestar ilusorio. Este boom del consumo y del divertimento evasivo (radio, cines, teatro) llevó a una falsa expectativa de crecimiento irrestricto, de creer que la bonanza era ilimitada. Entonces la Bolsa y otras actividades productivas y especulativas crecieron en forma exponencial, creando una de esas famosas burbujas que periódicamente explotan en la economía… y esta lo hizo en octubre del año 1929. ¿Acaso nos espera al final de esta próxima expansión de la economía mundial una situación semejante? La diferencia con la crisis del 29, es que hoy los gobiernos no quieren que los problemas económicos se profundicen. Salen a cubrir el faltante dándole a la maquinita o apoyando a los bancos, como pasó en el 2008. Los errores de los gobiernos y la codicia de los inversores se entierran con emisión monetaria.
El mundo, con 7.000 millones de habitantes a cuesta, y una tecnología que tiende a disminuir los trabajos manuales sin habilidad intelectual, se encuentra ante una paradoja. Por un lado, es necesario premiar la iniciativa individual para crear soluciones tecnológicas y más diversión para las horas de ocio que disponen las masas. En este grupo se concentra la mayor cantidad de esfuerzos económicos; los grandes capitales están en el rubro tecnológico o diversión. Por otro lado, hay millones de trabajadores sin clasificación con escasos ingresos, pero dueños de una enorme presión política. Este fenómeno crea una disyuntiva entre el premio al esfuerzo individual y el distribucionismo proselitista que desemboca en una voracidad fiscal .
La década de 1920 terminó con lo que Leopoldo Lugones llamó “la hora de la espada“, la imposición de regímenes totalitarios que venían a imponer su remedio a lo que llamaban “relajo de la moral” y algunos excesos “de la democracia”. Nunca faltarán iluminados que impongan a palos sus perspectivas …
Después de un impasse de la sofisticación que creó la pandemia, habrá un resurgimiento de la actividad cultural, con “ritmos más rápidos” como decía Fitzgerald. También habrá cambios en la moda, donde “menos será más”. Habrá una propuesta de consumo más ecológico, de productos certificados sobre su origen y trato del medio ambiente y bienes reciclables.
Habrá alcohol más barato y otras formas de “evasión” que algún gobierno prohibirá. Tal restricción producirá un enorme mercado negro como el que se originó con la “Ley Seca” y fomentó conductas mafiosas para defender ese negocio declarado ilegal.
Será una década de migraciones masivas, de gente buscando una forma de vida que su país de origen les niega. La mayor diferencia con la descripción del Gran Gatsby es que nadie estará dispuesto, al menos por un tiempo, de habitar en esos monstruos de hormigón que se convierten en trampas contagiosas en tiempos de pandemia.
Nada de lo dicho es nuevo porque, justamente, lo que vivimos son fenómenos cíclicos con nuevas envolturas, antiguas conductas ante nuevos miedos, reacciones primitivas volcadas en computadoras, porque en definitiva somos los mismos homo sapiens con poca sapiencia y aunque creamos que lo conocemos todo y podemos derrotar a la naturaleza, es decir a nuestra naturaleza… NO es así, y cometemos los mismos errores ya que nos cuesta aprender las respuestas.
Euforia, depresión, imposición y enfrentamiento… y la historia vuelve a repetirse. Un maravilloso sinsentido propio de nuestra condición humana.