Juan José Castelli, pico de oro

Juan José Castelli y Mariano Moreno, asiduos lectores de Voltaire y Rousseau, encararon la tarea de construir una nación con el espíritu propio de sus ídolos, los jacobinos franceses. Le tocó a Castelli la ingrata misión de ejecutar al ex Virrey Liniers, al igual que a los jefes realistas tomados prisioneros en Suipacha, la primera victoria patria. De esta forma daban comienzo a las retaliaciones que cobrarían tantas muertes inútiles durante nuestras guerras por la independencia.

Castelli actuaba como comisario ideológico en el politizado Ejército del Norte y debía velar por la ortodoxia doctrinaria de sus miembros. Durante su permanencia en el Alto Perú se lo acusó de fomentar una actitud antirreligiosa que le granjeó a los porteños la antipatía de la población del lugar. Se habló de profanaciones de templos y sermones sacrílegos dados desde el púlpito de las Iglesias por Monteagudo y el mismo Castelli vestido de cura.

Después del desastre de Huaqui y la desaparición de Moreno del espectro político, Castelli recibió una carta de Saavedra donde le ordenaba suspender “toda ejecución capital” y otras arbitrariedades. Castelli debió volver a Buenos Aires para rendir cuenta de sus actos durante el juicio al que fue sometido, conocido como “La Causa del Desaguadero” y “Proceso formado al Dr. Juan José Castelli”.

En los actos nada se habla de conductas heréticas, por el contrario, se expone el sentimiento cristiano que en todo momento imprimió a sus actos dentro del ejército. Los testigos -Gregorio Zeballos, Juan Argerich y Juan Madera- sostenían vehementemente que en ningún momento Castelli había caído en “proposiciones escandalosas o sospechosas en la fe”. Es más, cuentan los testigos que Castelli reprendió a un grupo de oficiales que habían arrastrado una cruz del cementerio de Cochabamba.

Más precisa y contundente es la afirmación de Bernardo Monteagudo, a quién sindican como otro autor de atentados contra la Iglesia. “A no ser que se confundan, como es frecuente, las máximas de libertad política como el espíritu de irreligión, ignoro que ningún individuo del ejército se hubiese deslizado contra la religión dominante”, aclaró el tucumano.

Lamentablemente, las causas quedaron inconclusas ya que Castelli no llegó a declarar, debido a que el 12 de octubre de 1812 falleció de una llaga cancerosa en la lengua causada por el fuego de un cigarro, como relata Cayetano Bruno en su libro El ocaso cristiano de los próceres.

Otros testimonios, como el de Deán Funes (“Castelli se maneja como un libertino”) o en las memorias del general español García Camba donde afirma que este cáncer es “sin duda un castigo del cielo por las blasfemias que profirió por su boca en el Perú…donde le decían Pico de Oro y predicaba la irreligión”, dejan el debate abierto.

Al sufrimiento físico que padeció a causa de esta dolorosa enfermedad, debemos agregar la amargura inducida por su hija Ángela, unida en matrimonio clandestino contra la voluntad de su padre.

Juan José Castelli[1] murió habiendo recibido todos los sacramentos y fue enterrado en la Iglesia de San Ignacio, donde aún se encuentran sus restos.

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[1] El hijo de Castelli murió degollado durante la revolución de los “Libres del Sur” en 1839, su cabeza fue robada y escondida por una esclava de la familia que la devolvió a sus deudos terminada la dictadura de Rosas.

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