Joseph Pulitzer, un tipo sensacional

Mucho antes de ser una superestrella del periodismo, Joseph Pulitzer había nacido en 1847 en el seno de una familia magiar judía en Makó, Hungría, y soñaba con ser soldado. Su pobre estado de salud, algo que lo acompañaría toda su vida, complicó su suerte y no logró que lo admitieran en ningún ejército europeo. Sin embargo, se podría decir que pudo satisfacer sus ansias militares ya que terminó en los Estados Unidos, dónde se estaba peleando la Guerra Civil y, lógicamente, las condiciones de alistamiento eran menos severas. Allí se unió a un regimiento alemán y luchó en defensa de la Unión, pero al final de la guerra, como millones de desmovilizados, se vio sumido en la pobreza, al punto de tener que vivir en las calles de Nueva York. Lejos de amedrentarse, puso su mira en el Oeste y terminó en Saint Louis, Missouri, dónde se entregó a todo tipo de trabajo, desde estibador hasta cochero, hasta que su intelecto y su conocimiento de la ciudad atrajeron la atención de Carl Schuz, dueño del periódico de lengua alemana Westlische Post, quien le ofreció trabajar como periodista cubriendo temas urbanos. Gracias a los contactos que pudo conseguir y a su inteligencia para los negocios, empezó a ascender socialmente, llegando a alcanzar notoriedad y a participar en política como parte del, hoy inexistente, partido Liberal Republicano.

Sin abandonar su carrera periodística, aprovechó también su nueva posición para comprar dos diarios moribundos y amalgamarlos en el St. Louis Post-Dispatch en 1872. Con este periódico – como haría a partir de 1883, cuando se trasladara a Nueva York y comprara The World – Pulitzer comenzó a desarrollar un nuevo estilo de periodismo que luego sería copiado hasta el hartazgo.

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En principio, sus periódicos se basaron en una lógica de negocios completamente novedosa y, lejos de los aportes partidarios, se buscaba generar una independencia económica basada, principalmente, en la publicación de avisos y en la generación de un atractivo a través de venta a un bajo precio. A esta novedad, sumó un drástico cambio en el contenido, apelando a los intereses del “hombre común” y combinando notas de información y entretenimiento, en general salpicadas con escándalo, gráfica impactante e interés humano.

En esta línea se entiende que una de las especialidades de sus periódicos era denunciar casos de corrupción o injusticia en diferentes ámbitos, algo que queda claro en una de las primeras grandes acciones encaradas por The World: la campaña de recolección de fondos que se llevó a cabo para construir el pedestal de la Estatua de la Libertad.

Con la obra de Bartholdi ya en el país en 1884, sorprendía que todavía no se hubiera habilitado un lugar en el cual ubicarla y parecía que a nadie con los medios para gestionarlo le importaba demasiado. A través de una muy hábil movida, Pulitzer puso el foco sobre las masas y las convocó a donar lo que pudieran a través de un discurso sumamente patriótico, eventualmente recolectando cerca de 100 mil dólares. Nombrando uno por uno a los más de 125 mil aportantes, no sólo logró conseguir suscriptores, sino que en el diario se exaltó de forma muy explícita la forma en la que personas muy pobres, conmovidas por el regalo de Francia, hacían donaciones tan pobres como 5 o 10 centavos, mientras que los magnates no daban ningún tipo de muestra de interés por la acción y las clases medias se contentaban con imaginar que los ricos ya se harían cargo del problema.

La fórmula resultó ser sumamente exitosa y la denuncia se volvió una marca del periódico, al pinto de poner a Pulitzer en contra de personalidades de todo color político y ganándose, incluso, el odio del mismísimo presidente de la nación, Theodore Roosevelt, cuando se lo denunció por la negociación fraudulenta en la compra del Canal de Panamá en 1909. En términos de enemistad, sin embargo, probablemente el encontronazo más importante de su carrera fue el que tuvo con William Randolph Hearst unos años antes.

Éste último, habiendo tenido éxito con el periodismo sensacionalista en San Francisco, decidió comprar el New York Journal a Albert Pulitzer, hermano de Joseph, y llevar su fórmula a la costa Este. Una vez allí, hizo de la exageración un arte y puso el precio más bajo del mercado: 1 centavo. Pulitzer, viendo que Hearst apuntaba a la misma demográfica que leía The World, entro en el juego bajando su diario al mismo precio. El magnate recién llegado redobló la apuesta y empezó a ofrecer mejores sueldos a los periodistas de Pulitzer, entre ellos a Richard F. Outcault, dibujante de la popular tira The Yellow Kid, que según se dice inspiró el término “amarillismo”. Todo esto, además, estuvo acompañado de una escalada sensacionalista que reportaba, entre otras cosas, los sucesos que por 1898 estaban sucediendo en Cuba y que, según las versiones más dramáticas, llevó a la declaración de la guerra con España cuando se exageraron reportes de que el acorazado USS Maine estalló en las costas de la Habana por acción española.

Luego del dramático desenlace en Cuba y de la famosa huelga de canillitas de 1899, producida por los bajos precios que Pulitzer y Hearst estaban pagando a los distribuidores, el dueño de The World decidió recortar la vea sensacionalista del diario y abandonar el amarillismo por un estilo más serio.

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Joseph Pulitzer (1909) por John Singer Sargent.
Joseph Pulitzer (1909) por John Singer Sargent.

 

Después de todo esto, la salud de Pulitzer, que históricamente había sido mala, comenzó a deteriorarse y obligó al magnate – ciego, con una audición ultra sensible y deprimido – a abandonar la dirección de sus periódicos, aunque nunca dejó de interesarse obsesivamente por lo que fuera que estuviera pasando en ellos. Obligado a estar cerca del mar por indicación médica, los últimos años de su vida los pasó viajando a bordo de su yate Liberty, donde murió el 29 de octubre de 1911.

Con todos los conflictos que tuvo en vida, Pulitzer falleció sin embargo siendo rico y prestigioso. Su legado fue mucho más allá que la gloria personal y quien quiera oírlas encontrará miles de historias que indican que nunca olvidó sus orígenes y que su compromiso con las personas de bajos recursos era en alguna mediada genuino, siendo capaz de ayudar a cualquiera que se presentara ante él con una necesidad. Su interés por la mejora de su profesión, a la que alguna vez calificó de “la más noble” también trascendió. Hoy no sólo existen los premios a la excelencia periodística que llevan su nombre y que se han entregado desde 1917, sino también la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia, institución que se creó a pedido suyo y para la que donó dos millones de dólares.

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