Venciendo a los vencedores: Las enfermedades de Churchill, Roosevelt y Stalin

Eran los dueños de medio mundo, conformaban la coalición más grande de la historia que se había constituido para pelear contra un enemigo común, el nazismo. Salieron victoriosos, pero cada uno y a su tiempo, fue vencido por las enfermedades cerebrovasculares que pusieron fin a sus días. Un enemigo demasiado poderoso que cada día se cobra más víctimas y al que solo podremos derrotar con tiempo, paciencia y voluntad.

Durante las conferencias de Teherán, Yalta y Postdam, Roosevelt, Churchill y Stalin se repartieron el mundo cuando ya estaban seguros de su victoria.

En las fotos se los ve sonrientes, dispuestos a mostrar a los medios que su alianza era imbatible y la victoria tan segura como los dedos en V que exhibía el primer ministro británico, pero los dos primeros ya sufrían las consecuencias del deterioro vascular que los llevaría de este mundo. Roosevelt no estaba en la plenitud de sus funciones, la secuela de poliomielitis le impedía moverse, y la arterosclerosis estaba minando su capacidad intelectual.

Churchill no solo había caído en uno de esos pozos depresivos que como “perros rabiosos” a veces mordían su psiquis, sino que tuvo una disritmia cardiaca (fibrilación auricular) que trataron de ocultar para no poner en peligro la alianza. Solo Stalin estaba en dominio de la situación y por eso fue que la Unión Soviética se quedó con el este de Europa, hecha la excepción de Grecia que Churchill quería mantener bajo el dominio occidental. ¿Podía la cuna de la democracia ser parte del bloque comunista? No, por más que el Partido Comunista era muy poderoso en Grecia, pero la perseverancia del ministro ingles logró que permaneciese fuera de lo que él mismo dió en llamar “la cortina de hierro”.

El primero en morir fue Franklin Delano Roosevelt, el 12 de abril de 1945 sin ver concluida la Segunda Guerra Mundial. Su muerte fue fulminante, apenas llegó a expresar que le dolía la cabeza, mientras posaba para su retrato hecho por la pintora Elizabeth Shoumatoff frente a su amiga y amante Lucy Mercer.

Elizabeth Shoumatoff y el retrato que estaba realizando de Roosevelt.

Comprobada la muerte del presidente por una hemorragia cerebral masiva, Lucy fue retirada discretamente de Warm Spring, la propiedad de Roosevelt donde pasaba su tiempo libre, antes de que llegara la primera dama, Eleanor Roosevelt. En estas luctuosas  circunstancias , la esposa del presidente fue informada de la relación de larga data que su marido mantenía con Mercer, quien se había desempeñado como su secretaria. Para evitar un escándalo y preservar la imagen de quien había sido el mandatario más popular de los Estados Unidos (y el único que gobernó por cuatro periodos al país), Eleanor Roosevelt guardó silencio sobre la infidelidad de su marido, aunque “no la habré de olvidar”.

Stalin sufrió una hemorragia cerebral masiva pero, a diferencia de Roosevelt, pasó horas solo, consciente y sin poder articular palabra, tirado en el suelo de su dormitorio. Tal era el terror que inspiraba que, a pesar de haber pasado la hora habitual en la que solía despertarse, sus asistentes pensaron que aun dormía después de una noche regada por vodka. Recién a las diez de la noche (es decir más de medio día después), cuando llegó un paquete proveniente del Comité Central fue que uno de sus colaboradores entró y lo encontró en el suelo. Inmediatamente fue consultado Lavrenti Beria, el sinestro jefe de policía y del NKDV. Allí comprobaron que Stalin aún estaba vivo y decidieron llamar a un médico. Pero, ¿a quién? Meses antes Stalin había denunciado una conspiración de “burgueses sionistas” que comprometía a once eminentes profesionales rusos, siete de ellos de origen judío, entre los que se encontraba su médico de cabecera. Por esa denuncia, docenas de profesionales fueron apresados y torturados. Con Stalin en situación tan desesperante, varios médicos fueron excarcelados para tratar al hombre que los había puesto en prisión. Curiosamente, estos profesionales usaron sanguijuelas para bajarle la tensión arterial .

La agonía duró días. Cada tanto, Stalin abría los ojos y miraba a quienes lo rodeaban, el mismo Beria, Nikita Jrushchov, Viacheslav Mólotov y su hija Svetlana. El 4 de marzo levantó su brazo izquierdo, abrió los ojos, hizo un gesto amenazador y después de eso nuevamente cayó en coma hasta el día siguiente cuando sufrió un paro cardiaco. La muerte de Stalin se prestó a muchas versiones, entre ellas decían que fue envenenado con warfarina, un anticoagulante que suele usarse como raticida. En realidad, desde hacía dos años el “hombre de hierro” venía sufriendo fallas en la memoria que alarmaron a su médico Vladímir Vinográdov, quien propuso un enérgico tratamiento para la hipertensión que lo aquejaba, pero Stalin lo envió a la cárcel, no hizo ningún tratamiento de los indicados y continuos con sus ingentes dosis de vodka que terminaron por convertirlo en una víctima más de los accidentes cerebrovasculares.

Curiosamente, el mayor de este terceto, Sir Winston Churchill, fue el último en morir a pesar de llevar adelante una dieta rica en alcohol y tabaco, el inseparable puro del primer ministro. “Les he sacado más provecho a ellos (el tabaco y el alcohol) que el daño que me hayan podido infligir”, solía decir.

La lista de afecciones del estadista británico parece interminable, desde erisipela, fractura de hombro, faringitis, bronconeumonías, osteoporosis, etc., etc., etc. Su médico y amigo, Charles Wilson, Lord Moran, las describió en su libro Churchill y su lucha por sobrevivir en el que cuenta sus problemas médicos que comenzaron cuando Winston llegó a este mundo prematuramente, sorprendiendo a su madre en medio del baile de San Andrés en el Palacio de Blenheim que pertenecía a su ancestro el duque de Marlborough (sobre quien escribió una notable biografía). Pero el final fue secuela de un compromiso arterial vascular generalizado que lo llevó a un progresivo deterioro. Cuando John Kennedy lo nombró ciudadano honorario de los Estados Unidos, Churchill no pudo viajar. El 15 de enero de 1965 sufrió un ataque cardiaco que le ocasionó una trombosis cerebral. Falleció el 24 de enero, curiosamente la misma fecha en la que había muerto su padre 70 años antes. Dicen que sus últimas palabras fueron “Todo es tan aburrido”.  Probablemente esos últimos años de retiro, de deterioro y vejez le habían resultado insufrible. Entre las últimas instrucciones que dio para su entierro fue que en caso que Charles de Gaulle asistirse a la ceremonia, la procesión debía comenzar en Waterloo Station, una secreta venganza para recordarle a su antiguo aliado, con el que había tenido infinidad de discusiones durante la contienda, de la superioridad de los ingleses …

A este terceto afectado por compromisos vasculares podríamos agregar a Dwight D. Eisenhower, comandante en jefe del ejército norteamericano durante la guerra y presidente de su país, quien durante su mandato sufrió un infarto. Al difundirse la causa de esta afección cardíaca, se popularizó la asociación entre los trastornos circulatorios y los altos niveles de colesterol, desconocida hasta la década del 50.

Los accidentes cerebrovasculares son junto a las afecciones coronarias uno de las principales causas de muerte e invalidez en el mundo. Se estima que en el 2015, siete millones de personas murieron por esta causa. Bajo esa denominación de accidente cerebrovascular (ACV) se produce un déficit circulatorio en el cerebro tanto por isquemia o un infarto como por derrame o hemorragia (los de Roosevelt y Stalin fueron hemorrágicos, en el caso de Churchill fue por isquemia). De acuerdo a la localización en el cerebro podemos tener procesos de escasa sintomatología –cefalea, isquemia transitoria– hasta muerte súbita pasando por parálisis, afasias y otros trastornos mentales.

La principal asociación es con la hipertensión, el sedentarismo, la excesiva ingesta de grasas, la diabetes, el consumo de tabaco y alcohol, aunque existen otras enfermedades como la enfermedad celiaca y la psoriasis que también son cocausales.

El 3.5% de la población mayor a los 65 años puede sufrir un ACV, es la tercera causa de muerte en Europa y la primera entre las mujeres españolas. El 32% requiere rehabilitación y el 25% presenta alguna discapacidad que afecta su vida diaria. La mitad de estos padecen una depresión y muchos de ellos sufren algún tipo de deterioro intelectual en los meses siguientes al accidente.

Por estas razones es que el 29 de octubre se ha declarado el Día Mundial de la lucha contra el ACV que venció a los vencedores de las Segunda Guerra Mundial.

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