Nacida en Fontainebleau en abril de 1546 y fruto del matrimonio de Enrique II de Francia y Catalina de Médicis, esta niña llegaría a ser, pasados los años, protagonista de uno de los dramas de Schiller y de una opera de Verdi.
En la búsqueda constante de alianzas mediante los vínculos matrimoniales que imperaba en las cortes europeas, la princesa Isabel fue ofrecida en matrimonio al príncipe D. Carlos, hijo y heredero de Felipe II. Se dice que a D. Carlos – que entonces contaba trece años- le hacía ilusión este matrimonio puesto que el retrato enviado desde Francia de la princesa le había impresionado muy favorablemente pero, una muerte se cruzaría en su destino cambiando los planes.
María Tudor, esposa de Felipe II, muere en 1558 y el Rey de España decide que la alianza con Francia no puede esperar hasta que su hijo tenga edad para desposarse por lo que, se ofrece en sustitución de D. Carlos como marido de Isabel. Parece ser que ésta decisión indignó a su hijo y supuso una causa más de desencuentro entre ambos.
La boda se celebró en la Catedral de Notre-Damme en junio de 1559 y lógicamente por poderes, representando a D. Felipe el Gran Duque de Alba. Hubo grandes fiestas y la princesa, que ya era muy bella, realzaba sus atributos físicos con un traje tejido con oro y cubierto de pedrería.
En enero de 1560 llega Isabel a España. El Rey la espera en Guadalajara, en el palacio del duque del Infantado. Ella era alta, espigada y de una gran belleza. Cuenta Brantôme que cuando se le presentó a D. Felipe quedó parada y mirándole fijamente y que, ante ésta intensa mirada el Rey le preguntó “¿qué miráis? ¿por ventura si tengo canas?. D. Felipe tenía ya treinta y tres años y tan sólo catorce su nueva esposa.
Cuando Isabel llega a España todavía era núbil, motivo por el cual la consumación del matrimonio debió posponerse y no seria hasta un año más tarde cuando se le presentó la menarquia. Hasta en Francia se enteraron de la fecha de su primera regla ya que, su aya, la baronesa de Clermont-Lodeve, se apresuró a escribir a Catalina de Médicis dándole cuenta de la feliz noticia. Es entonces cuando D. Felipe decide que ya ha esperado bastante. Pero, las relaciones matrimoniales no sólo no son satisfactorias para Isabel, sino que además le producen un intenso dolor. Esto, al menos, es lo que el embajador francés le escribe a la madre de la Reina, D. Catalina. El embajador atribuye esta situación a la “fuerte complexión del Rey”.
No sabemos cual es la causa de la dispareunia de Isabel, pero si sabemos que acabaría teniendo cierta repugnancia a las relaciones sexuales. A pesar de esto, a Isabel los escarceos extramatrimoniales de D. Felipe con Dª Eufrasia de Guzmán la tienen muy disgustada, y no ve con buenos ojos los amoríos del Rey.
Isabel era una hermosa mujer y además muy coqueta. Se vestía siempre con gran esmero y utilizaba perfumes y polvos para realzar su belleza. La llegada de Isabel supuso también un cambio en las costumbres de la sobria corte española pues a la reina le encantaban la poesía y la música por lo que las artes en general tuvieron un gran impulso durante su reinado. Su relación con el Príncipe D. Carlos era muy buena, quizá por consejo de su madre o quizá por inclinación propia, dado que ambos tenían casi la misma edad, lo cierto es que mantenían una estrecha amistad. Isabel sentía una profunda pena por el estado de D. Carlos y le prodigó todo el cariño y las atenciones de las que D. Felipe le había privado El príncipe la adoraba.
A la joven Reina no parecían sentarle muy bien los aires españoles. Hasta en dos ocasiones tuvo accesos febriles y erupciones en el cuerpo, siendo diagnosticada por sus médicos de viruelas. En ninguna de ellas quedaron marcas en su rostro, tal vez porque sus damas se apresuraron a aplicar sobre el mismo los remedios que su madre dictaba desde Francia y entre ellos, la clara de huevo y la leche de burra parece ser que dieron resultado aunque también hay que decir que los médicos españoles se dedicaron a sangrarla.
La Corte se había trasladado ya a Madrid cuando se anuncia la primera gestación de la Reina. D. Felipe estaba contento y esperaba con ilusión que el nuevo vástago fuera un varón pero, esta gestación se presentó complicada. Isabel tenía mareos, vómitos y cefaleas que iban más allá de lo que era normal en estos casos. Cuando apareció la fiebre sus médicos decidieron sangrarla y ello debilitó tanto a la Reina que a punto estuvo de morir. El aborto de gemelos se produjo a los tres meses de iniciada la gestación.
A finales de 1565 la Reina quedó de nuevo embarazada y en agosto nacería una niña a la que se puso el nombre de Isabel Clara Eugenia. El parto debió ser fácil, puesto que parece ser que la Reina exclamó: “gracias a Dios el parir no es tan trabajoso como yo creía” pero, tras el parto, Isabel tuvo un cuadro febril que, como era costumbre, fue tratado con sangrías. Según escribiría el embajador francés a Dª Catalina, la Reina había estado a un paso de la muerte.
En octubre de 1567 la Reina da a luz a la segunda de sus hijas, Catalina Micaela. El nacimiento supuso una decepción para D. Felipe que deseaba un varón y que además estaba viviendo la espinosa decisión de someter a su hijo D. Carlos a prisión. En el puerperio, la Reina sufrió un acceso febril. Sus médicos lo atribuyeron a la subida de leche y le aplicaron perejil sobre los pezones.
Isabel sufría por el encierro del Príncipe D. Carlos, pero sus intercesiones ante el Rey no dieron resultado. La decisión de D. Felipe era firme.
En Mayo de 1568 Isabel estaba de nuevo embarazada. Pero esta vez y como en su primera gestación, aparecen los mareos y las cefaleas. Su estado se va agravando a pesar del reposo y de las tisanas que se le prescriben. El cronista Cabrera de Córdoba describe bien la sintomatología: mareos, desvanecimientos, vértigos, edema palpebral, palidez y fiebre. En julio y ante su mal estado se llama a consulta al Dr. Maldonado que tampoco puede hacer nada por aliviarla. El Príncipe D. Carlos murió a finales de ese mismo mes. En octubre la Reina expulsa un feto de cinco meses y su estado empeora muriendo poco después.
La enfermedad que le produjo la muerte pudo haber sido una pielonefritis gravídica aunque también pudo tratarse de una cardiopatía o de una nefropatía. Marañón consideró tras leer el diario del médico de cabecera de la reina que ésta en su primer embarazo ya sufrió dos ataques de eclampsia que pudieron haber dejado lesiones que posteriormente le causarían la muerte.
Nada había trascendido al pueblo sobre la enfermedad de la Reina, así que su muerte supuso una sorpresa y se dispararon las especulaciones. Para algunos, como el embajador italiano, Isabel había muerto como consecuencia de la imprudencia de los médicos, otros pensaron que las tisanas administradas contenían veneno y unos pocos que la tristeza por la muerte del príncipe Carlos había influido en el fatal desenlace. Rumores sin fundamento histórico. Felipe II, que había amado profundamente a su esposa, quedó desolado. También el pueblo sintió su muerte. Cervantes le dedico estas décimas:
Cuando dejaba la guerra
libre nuestro hispano suelo,
con un repentino vuelo
la mejor flor de la tierra
fue trasplantada en el cielo.
Y al cortarla de su rama
el mortífero accidente
fue tan oculta a la gente
como el que no ve la llama
hasta que quemar la siente.
Isabel de Valois tenía veintitrés años cuando murió y sus restos fueron inhumados en el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid. Felipe II ordenó cinco años después su traslado al panteón de infantes del Monasterio del Escorial.
Texto extraído del sitio: http://lamedicinaylacorte.blogspot.com/2014/10/isabel-de-valois.html?m=1