Aunque sería lógico pensar lo contrario dada su dispar importancia histórica, lo cierto es que fue Hitler quien imitó a Mussolini y no al revés. En efecto, el italiano precedió al germano en casi todo: fundó los Fasci di Combattimento (literalmente, Fasces de Combate), germen del Partido Nacional Fascista, el 23 de marzo de 1919 en Milán –el NSDAP o Partido Nazi nació el 24 de febrero de 1920 en Múnich–; llegó al poder a finales de 1922, mientras que a los nazis les llevó más de una década lograrlo (1933); inició su escalada colonialista e imperialista –Libia, Abisinia– antes que su homólogo (en 1934). Incluso se le adelantó en el uso de un título de resonancias clásicas y pretensiones grandilocuentes. Mussolini escogió para sí mismo el epíteto latino Dux –transformado en Duce–, que significaba general, caudillo, estimulando a Hitler a hacer lo propio con la palabra alemana Führer (jefe, líder, guía, conductor): este se veía como un equivalente de los emperadores romanos o los caudillos medievales alemanes y quería algo parecido a Duce para él, que simbolizara que era la única fuente de poder en Alemania.
El caso es que el Führer manifestó enseguida su admiración y simpatía por el fascismo italiano y su jefe de filas y basó gran parte de la simbología temprana del Tercer Reich en la de aquel; y, por supuesto, el Duce le devolvió el cumplido al que empezaba a ser el nuevo hombre fuerte de Europa. Pero esta mutua adulación se dio solo a distancia y a través de intermediarios hasta el 14 de junio de 1934, fecha en la que ambos mandatarios se vieron cara a cara por primera vez. El anfitrión de este encuentro fue Benito Mussolini, y el lugar escogido, Venecia. La reunión duró dos días y, pese a ser una visita de Estado, no produjo acuerdos concretos. No obstante, dio inicio a la cooperación entre los dos regímenes autoritarios, una colaboración que el italiano bautizó pomposamente en 1936 como Eje Roma-Berlín (parece que a Hitler le hizo poca gracia que antepusiera a la Ciudad Eterna en la denominación, algo que rectificó cuando se firmó en 1940 el Pacto Tripartito con Japón, cuyo nombre oficioso sería Eje Berlín-Roma-Tokio).
Luego vinieron hasta dieciséis encuentros más. Los más importantes: Roma, 3 de mayo de 1938, con una duración de siete días, en los que Hitler aprovechó para visitar también otras ciudades italianas como Florencia y Nápoles; Brennero, al norte de Italia y cerca de la frontera con Austria, 18 de marzo de 1940, en el que trataron de futuras operaciones militares en Europa y de la implicación de Mussolini en la guerra (se resistía a entrar); Múnich, 18 de junio de 1940, para estudiar los términos del armisticio solicitado por Francia; Florencia, 28 de octubre de 1940, el día que Italia invadió Grecia; Berchtesgaden (Baviera), 19 de enero de 1941, con motivo de los reveses fascistas en la Segunda Guerra Mundial y su necesidad constante de ayuda alemana, y Feltre, a 100 km de Venecia, 19 de julio de 1943, en el que Hitler tuvo que convencer a un abatido Mussolini –pronto sería destituido y arrestado– de no abandonar el pacto con Berlín.
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