Parte IV: https://historiahoy.com.ar/c2074
El virus de la influenza no solo ataca el sistema respiratorio sino también compromete al sistema nervioso central. Aunque la evidencia puede ser débil y anecdótica existe el consenso de que el virus de la influenza deja secuelas psiquiátricas y neurológicas. En el brote del H1N1, durante la década pasada se relataron encefalitis y meningitis en niños (González Duarte y Soto Cárdenas, febrero 2013 – 140 (1) 17-20). Otros artículos relatan las secuelas psicológicas durante las epidemias de influenza con ansiedad, depresión, paranoia y la aparición de ideas apocalípticas.
En 1918, durante el proceso de la enfermedad, no era infrecuente presenciar delirios, depresión y una tasa de suicidios mayor a la habitual. Idénticos informes se dieron a luz en Italia, Francia, Inglaterra y EEUU. Diez años después de la pandemia de 1918 hubo un aumento de casos de Parkinson, al igual que Karl Menninger (psiquiatra norteamericano 1983-1990, creador del centro de entrenamiento de su especialidad en Topeka) relaciona la influenza con la esquizofrenia en un artículo considerado “un clásico” por el “American Journal of Psychiatry”. Menninger notó que casi 2/3 de los casos diagnosticados como esquizofrenia después de sufrir influenza se recuperaban a los 5 años.
Durante la gripe de 1997 en la autopsia de algunas víctimas se describe un edema cerebral y congestión de las meninges, proceso que justifica la sintomalogía neurológica.
Esta introducción puede servir para entender los cambios de actitud del presidente Wilson que visitó Europa para mantener conversaciones con los líderes de Francia (Georges Clemenceau) y el británico Lloyd George. Mientras Wilson planeaba una paz acordada, Clemenceau promovía una lección ejemplificadora para los alemanes. Era la venganza por la invasión de 1870 y la vergonzosa derrota de Napoleón III. La discusión llegó a un punto de rispidez cuando Clemenceau se fue de la sala de conferencias proclamando que Wilson era un pro-germano. Wilson, por su lado, dijo que los franceses eran unos malditos, insulto inusual en un hombre tan religioso.
En el mes de febrero de 1919, la hija de Wilson, Margaret, se enfermó y debió guardar reposo en la delegación americana de Bruselas. Afortunadamente se recuperó, pero ese mes la esposa de Wilson, su secretaria y el médico del presidente Cary T. Grayson cayeron enfermos. También Lloyd George y Clemenceau se afectaron levemente.
En abril 3 de 1919, a las 18 horas, Wilson comenzó a toser y tuvo dificultades respiratorias. El comienzo fue tan abrupto que el doctor Grayson pensó que el presidente había sido envenenado. Pronto la fiebre y una profusa diarrea indicaron que el cuadro era una forma de influenza que mantuvo al presidente en la cama, imposibilitado de moverse. Las negociaciones de Paz continuaron con la participación del asesor de Wilson, el coronel House, hasta el 8 de abril en que el presidente insistió en volver a la mesa de negociaciones. Todos notaron el cambio en su carácter, hasta Herbert Hoover que organizaba el suministro de alimentos a una devastada Europa, notó está variación que describió como una pérdida de “resiliencia”. Por otro lado, a Wilson lo atormentaban ideas paranoicas, pensaba que su entorno estaba lleno de espías franceses.
Sin embargo, apenas días después de haber amenazado de abandonar la Conferencia de Paz, Wilson comenzó a aceptar todas las demandas de Clemenceau: las altísimas exigencias de reparaciones de guerra, las restricciones al ejército alemán, la anexión a Francia de la rica región del Saar, Alsacia y Lorena… Todo aquello que humilló a Alemania y sembró la semilla de la próxima Guerra Mundial.
La afirmación de Wilson que solo una paz duradera podría obtenerse gracias a “una paz sin victoria” se esfumaron, aunque le diría a uno de sus colaboradores más cercanos “de ser alemán, no firmaría este tratado”.
De allí en más, el espíritu de Wilson decayó. Todo el mundo le echó la culpa a la arterioesclerosis y pensó que era una oclusión vascular la responsable de su cambio de actitud, pero la actual perspectiva que ofrecen algunos estudios científicos hace sospechar que la gripe influenció sobre el ánimo del presidente.
Muchos funcionarios norteamericanos como Samuel Eliot Morison, William Bullitt y Foster Dulles veían claramente que este pacto desembocaría en otro conflicto y estaban dispuestos a renunciar a sus puestos, pero el deterioro cognitivo del presidente quizás no le permitió advertir la magnitud de sus actos.
Al final de cuentas el imperio alemán había sido derrotado por un germen y su futuro como nación comprometido por la alienación de un presidente que en algún momento fue víctima de la gripe.
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