Intimidad de una Pandemia – Parte XIII: Cosecharás tus muertes

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La prestigiosa revista Lancet de octubre de 1918 recomendaba opiáceos para la tos, oxígeno para la cianosis, el uso de alcohol en abundancia, la ingesta de aspirina para la fiebre y también confirmaba que las sangrías eran de poca utilidad.

La Academia de Ciencias de Francia promovía un suero anti neumococo (uno de agente etiológico de la neumonía) inoculado a caballos y el uso de suero de convaleciente, casi igual al que Cole y Avery habían desarrollado y hoy sigue siendo de inmenso valor terapéutico.

Basado en los trabajos de Lewis se hizo una vacuna polivalente con cepas de neumococo, Haemophilus y estreptococos.

Curiosamente, el gobierno americano no destinó vacunas a la población civil, pero sí reservó todas las dosis para el Ejército donde los casos de neumonía hacían estragos entre los soldados. Dentro de las Fuerzas Armadas Norteamericanas se distribuyeron dos millones de dosis de vacuna contra el neumococo en pocas semanas, un esfuerzo titánico que en Inglaterra veían como imposible. Cuando médicos de todo EEUU pidieron tener acceso a las vacunas, el ejército se negó, argumentando que temían un rebrote entre la tropa, como el que ocurrió en Camp Sherman, Ohio, el cuartel con mayor índice de mortalidad (35%).

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Mientras tanto, a lo largo y ancho del país se tomaban medidas desesperadas casi sin coordinación en una alocada carrera para salvarse a cualquier costo. Solo en Illinois se producían 8 tipos distintos de vacunas.

El libro de William Osler, el padre fundador de la medicina americana, recomendaba el uso de los “Polvos de Dover”, una mezcla de ipecacuana (un vomitivo) y opio (como antitusivo y analgésico), reposo, aire fresco, y “purgas suaves”. También proponía inyectar cafeína y estricnina como estimulantes cuando existía congestión pulmonar, oxígeno y sangrías.

La única forma efectiva de evitar el contagio era buscar lugares remotos o aislados como islas, aunque con el tiempo sabrían que si el virus entraba esos lugares, estos se convertían en una trampa mortal, como aconteció en Alaska. Allí la Cruz Roja advirtió sobre el peligro de extinción de los esquimales.

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El gobernador de Alaska pidió ayuda a Washington, pero de los 600.000 U$S solicitados solo obtuvo la sexta parte. El crucero Brutus de la Marina Americana pudo llegar a ciertos pueblos costeros y con desesperación hallaron que la mortalidad entre los locales excedía el 50%. En las Islas Aleutianas, en algunos pueblos solo subsistían 6 adultos. En otros, todos los habitantes habían fallecido.

Probablemente no haya sido solamente el virus, como no quedaban sanos para proveer alimento y agua o cuidar de los enfermos y éstos morían de inanición. Los perros, esos hermosos Siberian Husky, sin tener que comer, devoraban los cuerpos exánimes de sus amos…

Lo mismo pasaba en el Labrador, del otro lado del continente donde el virus atacó a los habitantes de pueblos como Hebrón, Canadá (una misión fundada en 1831) y exterminó a la tercera parte de la comunidad Inuit.

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En otro pueblo llamado Okak, la muerte de los habitantes fue tan violenta que los perros, al no ser alimentados, atacaron a los habitantes que aun vivían. Uno de ellos, el Reverendo Andrew Saboe, sobrevivió gracias a que se atrincheró con su rifle y mató a casi cien perros que trataron de atacarlo.

En Europa, la enfermedad también se dispersó durante este rebrote. Konrad Adenauer, quien conduciría la Alemania de postguerra, recuerda que en la ciudad de Colonia la gente estaba “tan exhausta que no podía odiar”.

En París el gobierno solo cerró los colegios y aun así la mortalidad trepó al 10% de la población.

En África se desconoce exactamente cuánta gente murió, ya que algunas aldeas eran de tan difícil acceso que nadie se enteró de esas muertes y prontamente esos villorrios fueron devorados por la selva.

En la remota isla de Guam, los marinos norteamericanos sufrieron la virosis, aunque uno solo de ellos murió, pero entre los nativos las defunciones alcanzaron al 5% de la población.

En Sudáfrica, los blancos sufrieron un 32% de infecciones y la de color el 46%, pero mientras que en el primer grupo la mortalidad fue de 1%., las defunciones entre los nativos llegaron al 3%.

En México, en la localidad de Chiapas, el 10% de toda la población murió.

En Brasil el 33% de la población padeció la gripe, mientras que en Buenos Aires ese índice llegó al 55%.

gripe española caras y careta

En Rusia e Irán la mortalidad trepó al 7% de toda la población del país, aunque la falta de información después de la revolución bolchevique hace sospechar que la mortandad pudo haber sido mayor.

En las Islas Fiji el 14% de la población murió en 15 días. Era imposible enterrarlos por lo que los cadáveres eran quemados.

Uno de los pocos lugares donde la pandemia no cobró un muerto fue en la Samoa Americana, mientras que en la Samoa Oriental tomada por los alemanes, murió un tercio de la población.

No se tienen datos precisos sobre lo que aconteció en China, se sabe que en algunas ciudades la mitad de la población se enfermó pero se carece de datos fehacientes sobre número de muertos en todo el país, aunque se sospecha que fueron varios millones.

En la India las consecuencias fueron terribles. Pocos años antes, en 1900, la peste bubónica había atacado Bombay causando la muerte del 5% de la población. La influenza duplicó este número. Un hospital de Nueva Delhi llegó a albergar 13.200 pacientes; 7.000 de ellos fallecieron.

Siguiendo una costumbre ancestral, los cuerpos eran cremados y las cenizas arrojadas al río. Cuando se acabó la madera para alzar las piras funerarias, los cuerpos fueron arrojados al río. Pronto todos los cursos de agua estaban llenos de cadáveres flotando a la deriva. Nadie sabe exactamente cuántos muertos hubo en la India, aunque las cifras de algunos investigadores estiman que llegaron a los 20 millones.

Un año más tarde, el mundo volvía a la normalidad y se iniciaba la década de los años locos. Tanta muerte había logrado que los supérstites se dedicasen a disfrutar de la vida.

Egon Schiele gripe española

Egon Schiele fue uno de los artistas figurativos más importantes de la primera parte del siglo XX pero apenas alcanzó los 28 años de vida. Schiele falleció en otoño de 1918 víctima de la gripe española que asoló Viena. Su mujer, Edith, había muerto tres días antes a causa también de la enfermedad. Este cuadro, titulada

Egon Schiele fue uno de los artistas figurativos más importantes de la primera parte del siglo XX pero apenas alcanzó los 28 años de vida. Schiele falleció en otoño de 1918 víctima de la gripe española que asoló Viena. Su mujer, Edith, había muerto tres días antes a causa también de la enfermedad. Este cuadro, titulada ‘La muchacha y la muerte’, representa dolor, tristeza y ruptura.

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