Empecemos por ahí: puestos sobre el papel, los apellidos son parecidos. Pero vayamos más allá: “House” (casa) es sinónimo de “Home” (hogar), que es como el mismo Sherlock pronuncia su apellido; le agrega la “ese” final, pero no suele pronunciar la “ele”.
Este parecido no es casual: el creador de Dr. House, David Shore, tomó como modelo para su personaje, el doctor en medicina Gregory House (ícono de las series televisivas inteligentes del siglo XXI), al detective Sherlock Holmes, famosísimo y clásico personaje creado en el siglo XIX por sir Arthur Conan Doyle (que también era médico, vale recordar).
El nombre de pila de House, Gregory, también relaciona su origen con un personaje de las historias de Sherlock Holmes: se trata de Gregson, el inspector de Scotland Yard, catalogado por Holmes como “el mejor de un mal lote”, aunque alguna vez lo reconoció como “el más inteligente de los Scotland Yardianos”, elogio que viniendo de Holmes ya era mucho decir. Este personaje aparece en “Estudio en Escarlata” (la célebre novela de Arthur Conan Doyle en la que aparece Sherlock Holmes por primera vez) y más adelante en otras tres historias del gran detective.
Tanto Arthur Conan Doyle como David Shore se basaron en alguien conocido y concreto para crear su personaje. Doyle tomó como modelo al Dr. Joseph Bell, médico de la Royal Infirmary de Edimburgo, cuyo perfil y poder de deducción casi mágicos trasladó a su personaje. “Pensé en mi viejo profesor Joe Bell, en su rostro de águila, en su singular comportamiento, en su enigmático método para descubrir pormenores. Si era posible en la vida real, ¿por qué no podía yo hacerlo en la ficción?”, dice Arthur Conan Doyle. Y David Shore tomó como modelo a… Sherlock Holmes, y dotó al genial médico con las facultades inductivo-deductivas del genial resolvedor de misterios.
Sherlock Holmes tiene en John Watson a su confidente, a su amigo, a su ayudante. Greg House tiene una similar relación con James Wilson. Ambos amigos tienen las mismas iniciales y apellidos muy similares.
Sherlock Holmes se despeja y se relaja tocando el violín; el Dr. House lo hace tocando el piano. Holmes se concentra y piensa en soledad en el sillón de su salón en Baker Street fumando su pipa; House hace exactamente lo mismo, en soledad también y en el sillón de su oficina del hospital, con una pelotita de goma en su mano.
Ambos tienen sus adicciones, ocultas pero no tanto: Sherlock Holmes es aficionado a la cocaína, aunque en rigor de verdad no es un adicto; House sí es adicto al Vicodin, un opioide, en este caso por razones médicas: un dolor crónico en su pierna debido a un extraño infarto muscular antiguo.
Ambos tienen “problemas con la autoridad”; más bien continuas diferencias de opinión y de criterio con lo que podríamos llamar “la autoridad constituida”. Holmes subestima y en muchos casos hasta desprecia a los inspectores de policía que ocasionalmente coinciden con él en alguna investigación, aunque su problema es más con “la autoridad” como concepto que con quien la ejerce. “Sus facultades son superiores a sus oportunidades”, le dice Holmes al inspector Lestrade (el otro inspector por el que al menos siente alguna consideración); “-Eres un pedante, crees que siempre tienes razón” (le dice a House la dra. Cuddy, directora del hospital) “-No lo creo. Es solo que es difícil trabajar suponiendo lo contrario” (contesta House sepultando a su ocasional rival, a quien, sin embargo, aprecia).
Ambos son solitarios, “solteros” (House es divorciado) y viven solos. De alguna manera, mantienen su mundo racional y personal protegido de invasiones externas. Ambos tienen incapacidad manifiesta para relacionarse con las personas y no hacen absolutamente nada por modificar eso. Pueden ser cortantes y hasta ofensivos con sus ayudantes y nunca se disculpan por eso; hasta podría decirse que las personas en general les importan poco. “Para mí el cliente es una simple unidad, un factor del problema”, dice Holmes sin ningún prurito. “No te ignoro, solo te doy la importancia que mereces”, dice House en forma impiadosa. Lo único que les interesa es resolver el problema, el caso, el misterio; eso es lo que les genera entusiasmo, es el combustible de su vida cotidiana.
Ambos son casi misóginos (al menos en su superficie, en lo que quieren mostrar a los demás). “Le aseguro que la mujer más encantadora que yo conocí fue ahorcada por haber envenenado a tres niños pequeños para cobrar el dinero del seguro”, “una de las especies más peligrosas del mundo es la mujer errante y sus amigos”, dice Holmes. “- ¿Qué ocurre ahora, Cuddy?” -le dice House, de espaldas a su jefa que acaba de entrar a su oficina-. “-¿Cómo sabías que era yo quien entraba?” “-Es que los gatos salvajes frustrados emiten unos aromas inconfundibles.” Hay que decir que en algún momento, avanzada la serie, House tendrá una relación amorosa con Cuddy (seguramente el autor creó esa relación al prolongarse las temporadas de la serie debido a su éxito comercial, pero es una deducción, nada más) que terminará… mal, como era de esperar.
Ambos son personajes de personalidad sarcástica y escéptica. House dice “no te preocupes por lo que la gente piense, no lo hacen muy a menudo”, mientras Holmes dice “es una suerte para esta comunidad que yo no sea un criminal”. Su perspectiva ante la vida es pesimista y cínica: House les dice a los pacientes, en más de un capítulo, “la vida es un asco y la suya es peor que otras… aunque hay vidas peores, lo que también es deprimente”; mientras Holmes, en muchas de sus historias, directamente y sin vueltas pronuncia su clásica frase: “la vida es vulgar”.
Ni Holmes ni House ven la religión con buenos ojos: Holmes sostiene que “el problema del mal me impide creer en Dios, o al menos en un Dios todopoderoso que se preocupa por nosotros”, mientras House le aclara a uno de sus médicos, en referencia a un paciente con delirio místico a quien el joven médico calificaba como “religioso”: “si te dice que habla con Dios es religioso, pero si te dice que es Dios quien le habla es un psicótico, así de simple”, o, como suele decir, “o bien Dios no existe o es jodidamente cruel.”
Ambos tienen una muletilla que significa prácticamente lo mismo: mientras Sherlock Holmes dice “nada resulta más engañoso que un hecho evidente”, Greg House no deja de decir a cada rato y a quien quiera escucharlo que “todos los pacientes mienten”, mostrando que la sospecha de todo y la desconfianza en lo obvio son primordiales en su manera de razonar. Refiriéndose a la manera en que enfocan su trabajo, por ejemplo, Holmes dice siempre “mi recompensa más elevada está en el trabajo mismo, en el placer de encontrar campo en el cual ejercitar mis especiales facultades”, mientras que House dice, en forma mucho más sucinta: “el trabajo está hecho”, o “resolví el caso”.
Ambos utilizan métodos no ortodoxos para resolver sus casos. Holmes vigila de incógnito a los sospechosos en los misterios que debe resolver, se disfraza, utiliza a Watson para obtener información, etc. House entra ilegalmente en las casas de sus pacientes (Holmes también lo hace) o envía a sus residentes a hacerlo, utiliza jugarretas peligrosas para descubrir mentiras y emplea prácticas no permitidas por las reglas del hospital; ambos hacen lo que sea para resolver el caso que tienen delante, se guían por su propio juicio acerca de lo correcto y lo incorrecto, desobedecen reglas y hasta leyes.
Ninguno de los dos es llamado a resolver casos simples o nimios. Holmes es convocado muchas veces por la mismísima policía para desentrañar misterios aparentemente inabarcables; a House solamente le llegan los pacientes a los que nadie ha logrado diagnosticar o tratar correctamente, y directamente se niega a atender en los consultorios externos, en los que se muestra por demás sarcástico y descortés ante los pacientes, buscando incluso que lo sancionen con tal de no atender esas cuestiones que él considera menores.
“Posee dos de las tres cualidades necesarias para el detective ideal. Tiene el poder de la observación y el de la deducción. Él sólo quiere saber”, dice Holmes en uno de sus relatos; en él, ese comentario es un raro elogio, y parece estar diciéndoselo a… House, que también tiene la tercera de las cualidades invocadas por Holmes: la capacidad de dejar fuera lo emocional en todo lo que se relacione con su trabajo. Estos dos extraordinarios personajes, genios de la observación y la deducción, invocan el paradigma de “la navaja de Ockham” (de hecho, uno de los capítulos de Dr. House lleva ese nombre) y abruman, sorprenden y generan rechazo por igual entre colaboradores y adversarios. Están lejos de estar en paz con la vida y saben que jamás lo estarán; su brillantez los hace arrogantes (“la arrogancia hay que ganársela” dice House, “es mejor que no deje el país, se siente solo sin mí, y provoca una agitación malsana entre las clases criminales”, dice Holmes) pero también atormentados.
Mientras Sherlock Holmes seguramente podría deducir la vida y las costumbres de Greg House analizando su bastón (como lo hace en “El mastín de los Baskerville”), House seguramente detectaría alguna asimetría en los hombros de Holmes debido a su afición al violín; luego House le comentaría a Holmes que “la humanidad está sobrevalorada” y éste le contestaría “me temo que es lo que está sobrevalorado es la vida”.
Y ambos brindarían con un buen whisky escocés.