El complejo legado de Friedrich Nietzsche

Para cualquiera que encare el estudio de la filosofía moderna, sin dudas, el nombre del autor alemán Friedrich Nietzsche es uno ineludible. Con su agudo secularismo – expresado por la tantas veces citada y pocas veces comprendida frase “Dios ha muerto” – en la segunda mitad del siglo XIX, en una breve pero intensa carrera académica, él se supo erigir como un ácido crítico de la religión, el pensamiento y la moralidad occidental. Sus ideas, aunque no encontraron demasiado eco en su tiempo, terminaron sin embargo influyendo sobre el desarrollo de diversas corrientes de la filosofía, la psicología, la sociología, la teología y la política, transformándolo en uno de los autores más debatidos del siglo XX.

Explorar su trayectoria, es realmente encontrarse con un ascenso maratónico impulsado por un talento excepcional. Nietzsche había nacido el 15 de octubre de 1844 en el seno de una familia de larga tradición luterana y, como su padre y sus abuelos, se esperaba que él ocupara una posición en la Iglesia. Por eso, aún luego de la muerte de su padre y de las dificultades económicas que esto representó para su entorno, fue enviado a instituciones educativas de calidad. Luego de su paso por una primaria local, logró entrar al prestigioso internado Schulpforta, dónde pasó el período comprendido entre 1858 y 1864 recibiendo una educación clásica de excelencia.

Terminados sus estudios secundarios, aún después de haber sufrido una crisis de fe a los 17 años, para complacer a la familia ingresó a la Universidad de Bonn para estudiar teología y filología. Rápidamente, sin embargo, abandonó la primera disciplina y – tras un período en el que se dedicó a escribir composiciones musicales – se trasladó a Leipzig para formarse con el prestigioso filólogo Friedrich Wilhelm Ritschl. Un par de años en esta institución, aún con una pausa para hacer el servicio militar que fue interrumpida por un accidente ecuestre, le sirvieron para destacarse y hacerse un nombre en el campo de la filología.

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Apostando por él, a pesar de ser todavía muy joven y de no haber todavía completado su tesis de doctorado, Ritschl lo recomendó fervientemente para una posición como profesor en la Universidad de Basilea. En Suiza quedaron impresionados con la promesa que el joven Nietzsche representaba y en 1869, con sólo 25 años, él fue a parar ahí. Rápidamente se destacó y, durante los siguientes diez años, llevó adelante una carrera de renombre como docente y como investigador del área de filología. Su éxito, sin embargo, encontró su límite en este período cuando publicó El nacimiento de la tragedia (1872). Aplicando las herramientas de su disciplina para desarrollar los rudimentos de lo que sería su pensamiento filosófico, el libro no fue entendido en su momento y, aún habiendo tenido una recepción muy pobre, los pocos que se expresaron sobre él lo hicieron de manera muy crítica.

Entre 1873 y 1876, Nietzsche sentó también las bases de su pensamiento en cuatro obras críticas – luego reunidas con el título Consideraciones intempestivas – sobre la cultura alemana que tampoco encontraron demasiado eco. Pero, de todos modos, en este punto él ya estaba sintiendo con fuerza las secuelas de las enfermedades que había contraído trabajando como médico en el frente de la guerra Franco-Prusiana, y decidió retirarse de la universidad.

A partir de 1878, progresivamente se fue alejando del mundo académico y de su círculo social – especialmente el de Richard Wagner y sus conocidos, con quienes había establecido un lazo diez años antes. Escribió Humano, demasiado humano (1878) y, con su salud cada vez más deteriorada, se transformó en un sujeto nómade y solitario. En la siguiente década, mientras vivía de su pensión de retiro y paraba en Génova, Rapallo, Turín o Niza, Nietzsche escribió sin parar.

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En este período de gran actividad intelectual, en el que se incluye la producción de La gaya ciencia (1882), los cuatro tomos de Así habló Zaratustra (1883-1885) o Genealogía de la moral (1887), es sin dudas uno de los más importantes de su carrera, ya que en estos libros dejó asentado su pensamiento filosófico. Éste, famosamente, es contradictorio y desordenado, ya que Nietzsche evitó la sistematización de sus ideas, pero su esencia resultó refrescante en tanto que buscó cargarse a la sociedad occidental entera. Una sociedad que, para él, desde la antigüedad – momento en el que Sócrates metió una cuña entre los valores apolíneos, asociados a la razón, y los dionisíacos, atados a lo vital – se había visto contaminada por la concepción de que el plano de las ideas estaba por sobre la realidad. Este constructo jerárquico, además, históricamente había sido tomado por las religiones judeocristianas que, para peor, habían montado sobre él la imagen de Dios, un ser que habita más allá de nuestro mundo. De este modo, los hombres, imbuidos por lo que Nietzsche denominó una “moral de esclavos”, se habían “enfermado” y habían perdido contacto con lo real, usando la ciencia, el lenguaje y la religión, por ejemplo, para tratar de dar sentido a una realidad que es muchísimo más vasta que sus definiciones.

En este espíritu, buscando romper absolutamente con esta “enfermedad”, Nietzsche cargó una y otra vez contra la cultura occidental en general (ejerciendo una “filosofía a martillazos”, como él la llamaba) y señaló que el mal de su tiempo era el nihilismo, la incapacidad del hombre para dar sentido real a su vida. De ahí, que el autor proclamara la muerte de Dios (ese factor de ordenamiento del que se había servido hasta ahora) y elaborara su teoría de que sólo aquel que fuera un “superhombre” (Übermensch) sería capaz de dejar el viejo mundo atrás. Amparado por una “voluntad de poder” – concepto altamente controvertido de su filosofía – que era esencialmente vital, este nuevo superhombre buscará, a toda costa, amar la vida. Tal sería este amor y tan lejos estaría de esas ataduras morales que obnubilaban a los viejos hombres, ahora, este ser pasaría con creces la prueba del “eterno retorno” y desearía que su vida se repita en loop por siempre.

Todo este andamio ideológico, hoy tan conocido, tan parte del sentido común, en su faceta más polémica sería famosamente retorcido y reivindicado por el nazismo. Nietzsche, recordemos, no estuvo ahí para cuidar su legado. En vida, de los 11 libros que publicó, sólo se vendieron en conjunto unos 500 ejemplares, debiendo pagar ediciones de su bolsillo. Sus múltiples aflicciones lo habían dejado paralizado luego de un ataque en enero de 1889 y, el 25 de agosto de 1900, había muerto después de haber pasado por años de internaciones psiquiátricas y terapias varias. Sus compañeros, Peter Gast y Franz Overbeck, se encargaron de organizar y publicar la obra inédita de Nietzsche al momento de su colapso – obras como El Ocaso de los Ídolos (1889), El Anticristo (1895) y Ecce Homo (1908) – pero pronto su hermana, Elisabeth, empezó a interesarse por sus escritos. Mujer antisemita y, eventualmente, militante del nacionalsocialismo, ella se dedicó a revisitar la obra de su hermano y, aprovechando las ambigüedades intrínsecas de la obra nietzscheana, jugó – incluso a través de actos concretos, como obsequiar el bastón del autor a Hitler – un rol central en lo que Keith Ansell-Pearson llamó “la metamorfosis de Nietzsche en el filósofo del militarismo e imperialismo germano”.

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Hitler y un busto de Nietzsche.
Hitler y un busto de Nietzsche.

 

 

Mal o bien interpretada – debate que todavía se sostiene, en cierta medida, hasta nuestros días – la filosofía de Nietzsche fue abrazada con fervor por el Tercer Reich. Como señaló el investigador Steven Aschheim en su estudio sobre la influencia del pensamiento nietzscheano en la Alemania nazi, la penetración de estas ideas fue casi total. Ya fuera a través de libritos con las mejores frases “nazis” de Nietzsche, a través de cursos universitarios o, de forma más masiva, a través de la prensa o la radio, el pensador fue presentado como una suerte de profeta del nacionalsocialismo y, a la vez, instrumentalizado para combatirlo. En palabras de Aschheim: “Había una sensación perceptible de que la presente época revolucionaria debía ser definida, entendida e, incluso, hasta contrariada a través de la confrontación con Nietzsche”.

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Elisabeth Förster-Nietzsche recibe a Hitler en el archivo de Nietzsche (1933).
Elisabeth Förster-Nietzsche recibe a Hitler en el archivo de Nietzsche (1933).

 

Con o sin razón – como ha señalado famosamente Jacques Derrida, para agregar a la polémica, que es imposible falsear un pensamiento – las ideas de Nietzsche quedaron asociadas al fascismo y, especialmente a través de la literatura académica estadounidense, esta concepción mantuvo su vigencia durante décadas. Para muchos investigadores actuales, la conexión es desafortunada por estar el pensamiento de Nietzsche, en muchos casos, en las antípodas del nazismo (era antinacionalista, no era antisemita, era europeísta, etc). Pero, sobre todo, como bien dice Michel Sanfey en su trabajo sobre el filósofo, es triste porque “su pensamiento político fue retorcido y transformado en algo que él no habría reconocido y que sin dudas no habría aceptado”.

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