Alvah Bessie, Herbert Biberman, Lester Cole, Edward Dmytryk, Ring Lardner Jr., John Howard Lawson, Albert Maltz, Samuel Ornitz y Adrian Scott. Estos nombres podrían ser los pseudónimos utilizados por el guionista y escritor Dalton Trumbo durante la caza de brujas de Hollywood para firmar muchos de los guiones que escribió entre 1950 y 1960. Pero no se trata de seudónimos, son los nombres de sus compañeros de viaje, cineastas que sufrieron, como Trumbo, las consecuencias de la Declaración Waldorf en 1947. El documento lo firmaban todos los grandes estudios: Columbia, 20th Century Fox, RKO, Metro Goldwyn Mayer, Warner Brothers, Universal Pictures, Walt Disney, etc. A ‘Los diez de Hollywood’, fue así como les bautizó la prensa, se les suspendía de empleo y sueldo, sin indemnización alguna, hasta que no aclarasen sus vínculos con el comunismo y se retractasen.
Sus razones y protestas quedaron plasmadas en el brevísimo documental titulado Hollywood ten (1950) de John Berry, quien sería, al igual que los anteriores, represaliado. A todos ellos se les prohibió trabajar hasta que no se retractasen de sus ideas y fueron posteriormente condenados y encarcelados por desacato al Congreso de Estados Unidos, una vez que el Tribunal Supremo confirmó la sentencia, algo que el grupo de Los diez no esperaba. Años después, muchas películas se ocuparían de ese período de cazas de brujas y listas negras, pero no antes de que el senador McCarthy y el Comité de Actividades Antiestadounidenses pasasen a un segundo plano en política, y de que Otto Preminger y Kirk Douglas se atreviesen a acreditar a Trumbo como el guionista de sus películas. Me refiero a Espartaco (1960), producida y protagonizada por Douglas con dirección de Stanley Kubrick, y a Éxodo (1960), con Preminger como productor y director.
Antes de que eso sucediese, entre 1950 y 1960, Trumbo trabajó sin descanso por salarios miserables en pequeñas producciones ocultando su identidad con distintos pseudónimos. Dos de esas películas, Vacaciones en Roma (1953),firmada como Ian McLellan Hunter, y El bravo (1956), firmada como Robert Rich, consiguieron el Oscar en la categoría de mejor guion.
Pero no todos tuvieron la fortuna ni la capacidad de resistencia de Trumbo, muchos de los integrantes de la lista negra no pudieron a volver a trabajar en el cine. Unos abandonaron sus carreras, otros se exiliaron buscando una nueva oportunidad, como el propio Trumbo en México o Chaplin en Inglaterra, y algunos, ante aquel clima político insoportable, se suicidaron.
Esas prácticas y otras semejantes no eran nuevas ni exclusivas de Estados Unidos. Habían sucedido en Alemania durante el ascenso al poder de Hitler (Marlene Dietrich, Fritz Lang y Billy Wilder emigraron a Estados Unidos después de rechazar las ofertas del Reich para convertirlos en iconos del régimen) y años antes en la Unión Soviética con la toma de poder de Lenin, pero sobre todo con la represión y las purgas de Josef Stalin sobre intelectuales y disidentes.
Aún recuerdo aquella magnífica columna de Muñoz Molina «En la conciencia del otro» que apareció en el diario español El País. Esta reflejaba la sensación constante de pánico de Dmitri Shostakovich bajo la amenaza del régimen soviético. Ajmátova, Tsvetaieva, Mandelshtam, Pasternak, Bulgákov, Prokofiev, Isaac Babel, Nabokov, incluso Sergei Eisenstein, director oficial del régimen soviético, se vieron privados de la posibilidad de ejercer su trabajo libremente o fueron represaliados sin contemplaciones cuando ya no era útiles al régimen. La novela Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn da noticia de aquel clima delirante general y de sus consecuencias.
En el documental Trumbo y la lista negra (2007) de Peter Askin, con guión de Christopher Tumbo, y en la ficción titulada Trumbo (2015) se profundiza en las causas y consecuencias de esa persecución, que se extendió como un virus por todos los estratos de la sociedad estadounidense, mostrándonos un magnífico ejemplo de resiliencia en la figura del escritor y guionista. Trumbo aparece en las dos como un icono de la oposición más inteligente e incisiva a todo aquel aparato represivo, muy próximo al fascismo (era también racista: negros, judíos y mejicanos) que se instaló en el poder en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Román Gubern lo explica a la perfecciónen su brillantísimo ensayo La caza de brujas en Hollywood (1987).
Todo ese proceso queda resumido en las palabras de Edwar R. Murrow, periodista de la CBS enfrentado al senador McCarthy, que protagoniza otra de las grandes películas sobre el tema, Buenas noches y buena suerte (2005) de George Clooney. Murrow señala que cualquiera que esté en contra de la opinión o los métodos utilizados contra el senador McCarthy es un comunista, así que el país -señala con ironía- probablemente esté lleno de ellos.
Si hoy nos preguntásemos cuántos artistas estarían dispuestos a pagar el mismo precio que Trumbo, o cuántos de ellos tienen una inteligencia, un talento y una capacidad de resistencia semejante, probablemente muchos se responderían que muy pocos o quizá que ninguno. En mi caso, pienso todo lo contrario, es decir, que son muchos, más de los que imaginamos, pero como Trumbo aún continúan en la sombra.