Manuel Gálvez

Manuel Gálvez nació en la provincia de Entre Ríos, el 18 de julio de 1882. Su familia tuvo mucha participación en la vida política, aunque, en la vecina provincia de Santa Fe: su abuelo paterno, José Toribio de Gálvez (1818-1874) había sido diputado en su Honorable Asamblea Constituyente. En 1898, la familia Gálvez se instaló en Buenos Aires. Para 1904 Manuel se recibió de abogado, y un año después, presentó su tesis sobre “La trata de Blancas”.

Inicio literario

Su primera incursión en las letras fue a través de la revista “Ideas”, nacida en mayo de 1903, publicación dirigida por Ricardo Olivera y el mismo Gálvez.

“Buenos Aires, expresión sintética de la República, nunca ha tenido esa morosa predilección por las cosas del espíritu que es exquisito exponente de las civilizaciones superiores. Llamarla “Atenas” ha sido siempre el mejor sarcasmo que elogio (.4 La realidad, que ignora los codos galantes que disfrazan de cortesano a la mentira, muestra argentinos que tienen más bien, rasgos de fenicios, que perfiles de atenienses. (…) Así se explica el éxodo de talento (…) pero siempre han existido cerebrales vigorosos que han anhela de la reacción. El ambiente opaco de factoría ha encontrado “inadaptables” (…) Ideas es, porque la juventud será para la entera verdad…”.

Estas afirmaciones críticas que sirven para caracterizar el estado del mundo intelectual argentino a partir de una evaluación negativa sobre la condición espiritual de Buenos Aires a principios de 1900, pertenece a la nota con que se inició, en 1903, la revista Ideas, dirigida por dos jóvenes de diecinueve años, de origen provinciano. Este manifiesto se tituló “Sinceridades”, y representó el punto de partida del objetivo espiritual al que se proponían llegar. El vocabulario que acuñó el manifiesto construye un “registro” en el cual sobresalen la “necesidad nacional”, la “operación salvadora” de la Nación, el ambiente opaco de la factoría, el ideal entendido como de, nacional en contraposición con la mentira, como vicio nacional. Esta nueva retórica preanunciaba, quizá sin saberlo, el primer nacionalismo argentino.

A pesar de la poca experiencia de quienes llevaron adelante a la revista, realizaron una tarea muy difícil, pues marcaron los defectos o enemigos” que debían superar para lograr sus metas: Sin entrelíneas sostuvieron: “… dos enemigos reconocibles: uno, el que proviene del campo del poder, que se impone con su voz más fuerte poderosa (…) el otro, proviene de una voz, inhumana, la voz metálica del progreso, que cercena la posibilidad de producción de un discurso intelectual”.

Además identificaron otros escollos que debían vencer: “la mediocridad”, el “vacío literario” o la “ausencia de una tradición intelectual auténtica”, Centraron la actividad de la revista en la crítica literaria, entendiéndola como un “verdadero pampero agreste y duro”, que en su tarea sanitaria limpiará y derribará falsos ídolos, arrogándose e] poder de construir la tradición crítica nacional, en función de una selección de carácter moral.

Sobre su generación

En “Amigos” y “Maestros de mi juventud”. Gálvez se refiere a “su generación”:

“Quienes hicieron y participaron de la revista fueron los primeros que miraron hacia las cosas de nuestro tiempo (…) Fueron quienes lucharon contra el ambiente materialista y descreído, extranjerizante y despreciador de lo argentino, indiferente hacia los valores intelectuales y sociales…”.

En 1905, viaja a París -el sueño de los intelectuales de la época- y luego pasa a España, donde se contacta con importantes figuras de la “Generación del 98” logrando rescatar este aspecto positivo de “resurrección” de una nación, por encima de los prejuicios que todavía se tenían hacia España, consecuencia de la conocida “Leyenda Negra”. Si bien Francia lo encandiló, por su enorme caudal cultural, España lo influenció por la crudeza del momento histórico que estaba atravesando, y por la capacidad de sus pensadores de reconocer lo más terrible, a pesar del dolor y la humillación.

En 1906, ya de regreso al país, fue nombrado inspector de la enseñanza Secundaria: “A mi cargo de Inspector le debo el no ser un escritor europeizante (…) Por medio de él me puse en contacto íntimo y profundo con el alma nacional, con los paisajes de mi tierra, las costumbres, las canciones, [danzas, las gentes, las formas de vida.

Labor literaria

En 1907, publicó su primer libro, “El Enigma Interior”, al que le sigue, dos años después, “Sendero de Humildad”. En 1910 Gálvez se casó con Delfina Bunge. Ese año lanzó el polémico ‘El Diario de Gabriel Quiroga” (Homenaje a la Patria en el Centenario de su Revolución independentista):

“Sé que entre tantos elogios, como los que la adulación cosmopolita y la vanidad casera asestarán a mi patria, daré la nota discordante. Pero no me aflijo (…) este volumen es en cierto modo un libro político…”. Y ciertamente lo era: en él, Gálvez planteó el desequilibrio que existía entre el litoral y el interior del país; y la amenaza que representaba para nuestra identidad nacional, la inmigración y la asimilación, extremadamente pasiva de la cultura anglo-francesa.

En 1913, publicó “La inseguridad en la vida obrera”, en el cual manifestó su inquietud por el mundo del trabajo. En el mismo año, “El solar de la Raza”, que para asombro del autor, se agotó en una primera impresión de cuatro mil ejemplares. En este último -de perfil nacionalista- rescata los pueblitos y ciudades de España, tal como lo hizo en todas sus obras, estableciendo un parangón con los pueblos del interior del país. De los provincianos decidió provinciano puede liberar su aptitud contemplativa y su profundidad cuando llega a Buenos Aires, pero aquí, generalmente, se desargentiniza y materializa.

Desde entonces, compuso su ciclo de novelas más importantes, que son las que cumplen con el plan que se propuso en 1913: dar un perfil argentino, nacional, espiritual e hispanista, en contraposición con la modernización contemporánea europea, sin descuidar, por supuesto, su implacable estética realista. Así aparecieron “La maestra normal” (1914), “El mal metafísico” (1916), “La sombra del Convento” (1917), “Nacha Regules” (1919), “Luna de miel y otras narraciones” (1920), “La tragedia de un hombre fuerte” (1922), “Historia de Arrabal” (1922), “El cántico espiritual” (1923), “La pampa y su pasión” (1926), “Una mujer muy moderna” (1927), “Miércoles Santo” (1930), “La noche toca a su fin” (1935), “Cautiverio” (1935) y “Hombres en soledad” (1938).

Además de las novelas y ensayos, dentro de su producción hay otras dos líneas que ha trabajado sobre tópicos ideológicos de la historia argentina. Sus novelas históricas (agrupadas en los ciclos “Escenas de la Guerra del Paraguay””Escenas de la época de Rosas” y “Escenas de la época de Rosas”) y sus biografías de figuras de la historia argentina.

Su “Vida de Juan Manuel de Rosas”, de 1940, alcanzó enorme difusión popular. Esta obra, que calificaron como “novela histórica”, le valió perder el respeto que la crítica liberal le profesaba, pues se entendió que fabulaba sobre sus personajes. Más allá de que pueda cuestionarse el género que utilizó (al que los historiadores “tradicionales” llaman “método”) Gálvez contribuyó, con un lenguaje llano y ameno, a que los sectores populares tomaran contacto con ese período tan “oscuro” de la historiografía oficial. Pocas veces, se dio el caso de un escritor proveniente de la oligarquía tradicional (como lo era la familia de este escritor) que fuera tan leído por el pueblo. En este contexto deben ubicarse también sus otras biografías, “Vida de Hipólito Yrigoyen”, “Vida de Domingo Faustino Sarmiento” y “Vida de Aparicio Saravia”, de 1939, 1945 y 1942 respectiva mente, entre las más leídas.

Otros escritos

Además dejó, entre otros, cuatro libros de “Memorias”. Fue Premio Nacional de Literatura en 1935 (por “El Diario de Gabriel Quiroga) y tres veces candidato al Premio Nóbel. Fue miembro de la Academia Argentina de Letras.

Pero lo más notable de Gálvez reside en que fue un verdadero “precursor” del nacionalismo, y el mérito consistió en que no logró su visión como lo podría haber hecho un sociólogo o un historiador: sus reflexiones fueron las de un pensador y artista. A través de sus “novelas sociales” se pueden analizar los diferentes momentos históricos que se fueron sucediendo: La oligarquía, el radicalismo y luego el peronismo, se pueden atravesar pasando por sus obras, La maestra normal, Hombres en soledad y “Tránsito Guzmán”, sucesivamente.

De la misma manera que su novela “El gaucho de los Cerillos” sirve indirectamente para conocer y analizar el marco social imperante, también cuenta con un Juan Manuel de Rosas insignificante como personaje, pero omnipresente en el ambiente en el que se desarrolla la obra. Reside aquí una de las diferencias entre la biografía y novela histórica. En “El gaucho” se limita la presentación de Rosas y su vinculación con otros personajes en las luchas políticas en los momentos de más crisis. En la biografía, el elemento episódico constituye parte vital para la creación del personaje histórico y se describen muchas escenas que no aparecen en la novela, puesto que carecen de importancia en el desarrollo del discurso novelístico.

En todo momento Gálvez fue conciente de su limitación: en “Entre la novela y la Historia”, de 1962, el escritor admite ser conciente de la importancia histórica del período rosista, y también admite que éste no ha sido novelado correctamente por ninguno de sus predecesores contemporáneos. Su contribución a la difusión del revisionismo histórico ha sido imponderable.

Sus planteos lo llevaron por el camino que siempre siguieron los que se opusieron al sistema, o simplemente lo cuestionaron: el aislamiento y el silencio. Así parece reflejarlo su última obra “Me mataron entre todos”, novela, de 1962. Sus textos consolidaron la tradición realista, y ciertos rasgos de su literatura pasarán a los narradores que comienzan a escribir en la década del 20, pues reconocerán en este autor un aliado, por su carácter de redentor de los ideales nacionales.

Muerte

Falleció en Buenos Aires, Argentina; el 14 de noviembre de 1962, y aunque su influencia se sintió notoriamente entre los intelectuales hasta 1930, cuando comenzaba a declinar su prestigio, fue retomado y revalorizado luego por el grupo de pensadores que integraron el llamado grupo “Boedo”.

Tras su muerte

Gálvez permanece silenciado. Sus posiciones nacionalistas, sus importantes biografías -ya fuese reivindicando a Yrigoyen y a Rosas, o criticando a Sarmiento-, como así también la osadía de que en sus libros aparezca el 17 de octubre (“Uno y la multitud”) o la lucha del peronismo (“Tránsito Guzmán”) han sido suficientes para su marginamiento.

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