La primera parte del drama tuvo lugar en 1930 y, valga la redundancia, no pudo ser más dramático. El capitán Luis Carlos Prestes, héroe nacional del pueblo brasileño, quería una revolución proletaria al estilo soviético, y Getúlio Vargas, líder de la burguesía industrial en ciernes, se inspiraba en la república socialdemócrata de Weimar (1919-33).
Oriundos del estratégico estado de Río Grande do Sul, Vargas y Prestes no se andaban con chiquitas: anhelaban cambiar las injustas estructuras de un país continente que ocupa 48 por ciento del territorio de América del Sur, donde Argentina y México caben 3 y 4 veces, y Cuba 77 veces. No obstante, Brasil tenía entonces un problema más peliagudo que el territorial: la ausencia de un proletariado organizado y una burguesía con capital propio para afrontar el magno proyecto político.
Desde la instauración de la república (1889), la política brasileña transcurrió en la alternancia de las oligarquías de Sao Paulo (productora de café), y Minas Gerais (lácteos). Política que el pueblo, sabiamente, llamaba del café con leche. Hasta que un buen día, de súbito, aquella sociedad nostálgica de la esclavitud y cautiva de políticos masones que recitaban el catecismo positivista (orden y progreso), descubrió que el ejército era el único factor de cohesión y expresión del descontento social.
La rebelión de los tenientes
En julio de 1922, el levantamiento militar del Fuerte de Copacabana inauguró el periodo conocido como tenentismo. Bajo el mando del mariscal Hermes da Fonseca, los tenientes carecían de ideología, aunque representaban, básicamente, el descontento de todas las clases no privilegiadas de la sociedad brasileña, según el historiador argentino Jorge Abelardo Ramos. Sofocado, el movimiento tuvo sendas réplicas en Sao Paulo y Río Grande do Sul, encabezados por el general Isidoro Dias Lopes, y los tenientes Luis Carlos Prestes y Siqueira Campos (1923/24).
Aplastadas, las fuerzas revolucionarias se dispersaron, y algunas de ellas se plegaron a la columna de Prestes, quien inició la legendaria y larga marcha de 36 mil kilómetros que en dos años, hasta su disolución, libró esporádicos enfrentamientos con el ejército federal. Simultáneamente, los políticos mineros y gaúchos (ligados al mercado interno y golpeados por la crisis económica mundial de 1929), fundaban la Alianza Liberal, proponiendo la candidatura de Getúlio Vargas a la presidencia.
En la campaña, Vargas levantó el nombre de Prestes como símbolo del nuevo Brasil. Mas no logró su apoyo. En su exilio argentino el ” cavaleiro da esperança” (Jorge Amado) había prestado oídos al cotorreo apátrida de Rodolfo Ghioldi y el nefasto Vittorio Codovilla, jefes criollos del Comintern, que adherían a la línea del tercer periodo de Molotov. O sea, la ofensiva generalizada de los partidos comunistas para la toma del poder y la lucha contra el enemigo principal: la socialdemocracia.
Apunta Theotonio Dos Santos: “…la orientación marxista del Partido Comunista Brasileño (PCB, 1922), no había logrado siquiera asimilar sus más rudimentarias enseñanzas. Es muy sintomático el hecho de que el Comintern rechazó la primera solicitud de ingreso del PCB por su ‘insuficiencia teórica’ (sic)”. Aunque a modo de adenda, habría que recordar que el famoso Comintern y Codovila guardaban un olímpico desprecio por la revolución en cualquier país de América Latina. El PC mexicano, por ejemplo, denunció a Sandino como traidor al internacionalismo proletario.
Dos Santos remata: “…El revolucionario Prestes, el gran héroe nacional, volvió la espalda al movimiento revolucionario en gestación, y lanzó un manifiesto cuyos puntos centrales eran la denuncia de la ‘farsa electoral'”. Por su lado, Ramos rescata un comentario del historiador Leoncio Basbaum al decir que: “…la propaganda del Partido Comunista denunciaba el movimiento (NdelaR, de Vargas), como una simple lucha entre grupos burgueses”. Y a propósito… ¿cómo entender que tal observación siga vigente entre las izquierdas anticapitalistas de 2014?
Hacia el “Estado novo”
El hacendado paulista Julio Prestes, candidato de la oligarquía, ganó las elecciones. Entonces, Vargas pateó el tablero, acabando con la política del café con leche, poniendo punto final a la primera república, y el dominio de la oligarquía terrateniente. En las principales ciudades, la revolución del 3 de octubre de 1930 recibió el apoyo popular entusiasta. Muchos de los antiguos tenientes se pasaron al bando de Getúlio, y en mayo del mismo año, Prestes lanzó un manifiesto proponiendo un “…gobierno fundado por ‘consejos de trabajadores de la ciudad y el campo, soldados y marineros'(sic)”.
Vargas asumió la presidencia del gobierno provisional, dando lugar a la segunda parte de un drama que sumó desafíos más enredados aún: la enérgica y desconocida intervención del Estado, alianzas que asegurasen el desarrollo del capitalismo nacional y la centralización del poder político en un país sujeto a la voluntad de los caudillos regionales. El nuevo código electoral estableció el sufragio secreto, y concedió a las mujeres el derecho a votar y ser votadas.
Brasil entró en una fase de creación de ministerios, instituciones, obras públicas en infraestructuras indispensables para apoyar programas de industrialización. En 1934, fue promulgada la nueva Constitución, que dispuso la intervención estatal en la economía, y refrendando conquistas de los trabajadores como el salario mínimo y la representación en el Congreso nacional, que eligió a Vargas como presidente para el periodo que terminaría en 1938.
En noviembre de 1935, estalló la llamada revuelta roja de Río de Janeiro, Natal y Recife, dirigida por Prestes, líder principal del PCB y creador de la Alianza Nacional Libertadora (ALN). Prestes y otros líderes fueron presos. Las izquierdas made in Moscú exclamaron: ¡Vargas fascista!, y las made in Washington le hicieron coro. Pero los verdaderos fascistas eran los militantes de Acción Integralista Brasileña (AIB), fundada por el católico ultramontano y pronazi Plinio Salgado (1895-1975).
La oligarquía paulista tampoco se cruzó de brazos, y el gobierno se sacó de la manga el Plan Cohen, supuesta intriga comunista para derrocar a Vargas e impedir las elecciones. El 10 de noviembre de 1937, Vargas pegó el golpe, proclamando el Estado Novo, imponiendo una nueva constitución, concentrando los tres poderes y disolviendo los partidos políticos, incluyendo la fascista AIB.
Desenlace trágico
En 1938, Vargas creó el Consejo Nacional del Petróleo (piedra fundacional de Petrobras), y firmó contratos con la Krupp para adquirir armas alemanas. Ya está. A más de fascista, Vargas también resultaba nazi. No obstante, Brasil se declaró neutral en la guerra. Pero en 1941, a cambio de recibir financiamiento para construir la siderúrgica de Volta Redonda, accedió a la instalación de bases militares de Washington en Natal, Belém y Recife para, vía Dakar, suministrar pertrechos bélicos a los aliados en el norte de África. Y con Prestes en prisión, el PCB dejó de calificarlo como nazifascista y… ya está: Vargas fue convertido en democrático (Conferencia de Mantiqueira, Minas Gerais, 1942).
Un año después, Brasil declaró la guerra a Alemania, el presidente Franklin D. Roosevelt se reunió con Vargas en Natal y ambos acordaron el envío de tropas brasileñas a la campaña de Italia. Vargas terminó con la censura, liberó los presos políticos, organizó dos partidos políticos él mismo, llamó a elecciones, y… ¡vaya! No fue suficiente. El 29 de octubre de 1945, Washington lo depuso sin mucho ruido, y la dictadura del Estado Novo cayó sin pena ni gloria. ¡Ya está!: ahora, el auténtico nazifascista (o bonapartista), sería su vecino y amigo Juan Domingo Perón.
En 1950, al cabo de una de las elecciones más concurridas de la historia, Getúlio Vargas volvió al poder. Esta vez, democráticamente. Y a continuación, empezó un vertiginoso crecimiento económico con desarrollo social: monopolio estatal del petróleo, restricción de productos importados para estimular la industria nacional, aumento de 100 por ciento de los salarios, restricciones al capital extranjero, y la designación de Joao Goulart, hombre estratégico, en el Ministerio de Trabajo.
Prestes, con todo, permaneció fiel a su causa. En julio de 1954, exactamente un mes antes del suicidio de Getúlio bajo el acoso del imperialismo y las oligarquías (24 de agosto de 1954) publicó su Manifiesto electoral, donde dice: “El gobierno de Vargas es un gobierno de traición nacional…”.
En su carta de despedida, el hombre que en el siglo pasado cambió la historia de Brasil, apuntó: “He luchado mes a mes, día a día, hora a hora, resistiendo a una presión constante, incesante, soportando todo en silencio, olvidando todo, renunciando a ser yo mismo, para defender al pueblo que ahora queda desamparado… Luché contra la expoliación de Brasil…Yo os di mi vida. Ahora, os ofrezco mi muerte”.
José: “¡Ya está!: ahora, el auténtico nazifascista (o bonapartista), sería su vecino y amigo Juan Domingo Perón.” Perón no era ni el auténtico nazifascista ni bonopartista. en absoluto. Esa conclusión que menciona a Perón es absolutamente infundada. Hay datos de conexión de Vargas con el fascismo, en tanto, la búsqueda de indicios de fascismo en Perón, a lo largo de toda su vida, ha dado como resultado: no hay nada, de nada, en su cultura, formación social, formación militar, en su ideología, su doctrina, su metodo de construccion de poder, su teoria de gobierno. Perón no consideró que el sujeto social central era la clase obrera, sino el pueblo, tampoco nunca sostuvo que la dinámica social estaba generada por la lucha de clases; no se inspiró en la filosofía liberal, no. Perón pertenece a la corriente occidental humanista cristiana. Y una cuestión más: en la victoria de Vargas en las elecciones del 3 de octubre de 1950, el apoyo de la Argentina con Perón como presidente al candidato brasileño fue total; entre otras ayudas, la papeleria electoral fue impresa en Argentina y contrabandeada hacia Getulio por el ejército argentino.