La División Azul fue hija de un contexto histórico muy particular: el nacido de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial. En el primer caso, constituyó el pago humano a Alemania por la ayuda prestada a Franco. En el segundo caso, en los últimos días de 1940 Franco había rechazado finalmente la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial al lado de Alemania.
Desde entonces, las presiones germanas fueron muchas, y a Franco le fue como anillo al dedo la invasión nazi de Rusia: con la División Azul como aportación, devolvería el favor a los alemanes y catapultaría a España a un buen puesto en la Europa del nuevo orden hitleriano.
Las cosas no se desarrollarían del modo que él tenía previsto. El asalto alemán a la URSS quedó frenado y el frente pasó a la defensiva. Alemania había perdido la ventaja inicial para rodar cuesta abajo hasta la rendición en 1945.
Españoles para Hitler
La Azul fue la 250.ª División de Infantería de la Wehrmacht (las fuerzas armadas alemanas), o, lo que es lo mismo, la división española de Hitler en su brutal lucha en el frente del Este.
La unidad, además, constituyó el máximo exponente bélico del franquismo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. La formaron unos cuarenta y cinco mil quinientos hombres, de corte mayoritariamente falangista al principio (voluntariado “azul”) y militar al final (“caquis” obligados).
Fue el ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer, quien sugirió a Franco la posibilidad de contribuir a la lucha alemana con un contingente falangista voluntario. El reclutamiento de voluntarios para la División Azul fue rápido y masivo. Solo Cataluña y el País Vasco, zonas poco proclives al nuevo régimen, quedaron por debajo del cupo que se les había establecido.
El viaje a Rusia fue duro, muy duro. Tuvieron que cubrir casi novecientos kilómetros a pie hasta las proximidades de Moscú. Los cálculos estimaban unos cuarenta días de marcha. Se impuso un ritmo de entre 30 y 40 km diarios en jornadas de siete u ocho horas, con algunos días de descanso de vez en cuando.
Sin embargo, cuando la División Azul transitaba ya por la autopista que la conducía a Smolensko, recibieron órdenes de dirigirse hacia el norte, hacia Novgorod. Era una decisión de Hitler ante la necesidad de refuerzos en la zona y ante los malos –y prejuiciosos– informes alemanes sobre los españoles.
Entre buenas y malas relaciones
La unidad mantenía una ambigua relación con sus colegas alemanes. En más de una ocasión, el sentido hispano de la galantería chocó con los postulados germanos, que comenzaron a ver en los españoles a una especie de sátiros venidos del sur. Durante la marcha los divisionarios confraternizaron con las muchachas judías, para disgusto de los alemanes. Cantaban, iban con los primeros botones de la guerrera desabrochados y se relacionaban con los residentes, al margen de credos y prejuicios raciales.
Una vez en el frente, los españoles se ganarían la confianza de los alemanes por su manera de entender el combate, sin concesiones a los reveses (lo reconoció Hitler ante los suyos, en privado, y ante los micrófonos de la radio). Y cuando se cambiaran las tornas para los invasores, sabrían resistir e improvisar.
Al finalizar el año 1942, los muertos de la División Azul ascendían ya a 1.400, en tanto que los alemanes se acercaban a 250.000. Moscú no había sido tomada y Leningrado resistía. Los presagios eran malos.
Tras un sinfín de avatares y penurias, la División Azul abandonó la región del Voljov. La unidad debería proteger el flanco sudeste del asalto a Leningrado. Pero allí las dificultades se acrecentaron, sobre todo por la acción de las baterías soviéticas. El combate degeneró en una atroz lucha de posiciones que, hasta cierto punto, afectó al ímpetu combativo de la unidad.
A principios de 1943, un ataque soviético en Krasny Bor, otra barriada de Leningrado, provocó 2.252 bajas entre los españoles en un solo día (de ellas, 1.125 fueron muertos), casi el veinticinco por ciento de las habidas en dos años.
Después vinieron meses de lucha de posiciones, de desgaste, en la que se sucedieron ofensivas y contraofensivas, pero de bajo nivel. Prácticamente no llegaban relevos de España, y los que llegaban lo hacían solo forzados (recluta cuartelera y oficiales obligados). La moral era baja.
Adiós a la división
En octubre la División Azul abandonaba el frente de combate. Sin embargo, sería una retirada del frente y una repatriación limitadas. Unos dos mil trescientos hombres quedaron allí. La llamada Legión Azul fue una especie de parche del régimen de Franco para proceder con cierta tranquilidad de espíritu ante los alemanes a la retirada de la División Azul.
Al final de la guerra, Franco y su gobierno intentaron congraciarse con los aliados. Y ello hasta el extremo de olvidar a varios cientos de divisionarios en el presidio soviético durante más de diez años (entre 1941 y 1954). De haberse querido, estos hombres podrían haber sido liberados en 1947, tras las cuatro entrevistas que mantuvieron un diplomático español, destinado en París, y un antiguo agregado militar ruso en Bucarest. Pero el enfrentamiento con la URSS era esencial para ganarse el respaldo de Occidente.
La División Azul perdió en Rusia a unos 25.500 hombres, el 56% de sus efectivos. De entre ellos, los muertos fueron algo más de cinco mil. No era poco: uno de cada dos divisionarios había pagado su incorporación, voluntaria o forzada, con la vida, la salud o la libertad.