La palabra folklore guarda cierta relación con el antiguo sajón “folk” (y con el alemán “Volk”, que se pronuncia igual) y significa “gente”, “pueblo”; por su parte, “lore” significa algo así como “el saber” o “ciencia”. El sentido de la palabra sería entonces “lo que sabe la gente”. A eso se le podría agregar “…sin que se lo enseñen”. Se trata de la tradición, del acervo popular, de la esencia de un enorme grupo de personas y su entorno, de la pertenencia natural de un grupo determinado.
El folklore abarca no sólo elementos musicales (melodías, tonalidades, ritmos, instrumentos) sino también bailes y poesía vinculados a la música, modos de vestir, tipos de viviendas, leyendas, fiestas, conmemoraciones, costumbres, creencias. Pero detengámonos en la música por ahora.
Música folklórica es la música con la que una persona nace y con la que convive en su familia, en su pueblo, en su comarca. Cuando sus padres o maestros se la enseñan, en realidad se la están recordando, la avivan en su interior, ya que es innata en cada uno. La música folklórica contiene elementos característicos e inconfundibles, dependientes de las regiones donde nacemos y crecemos. El musicólogo, compositor y poeta Carlos Vega define al folklore como “la ciencia de las supervivencias cercanas”.
Mientras la música “culta” puede remontarse más de quinte siglos en el pasado, las raíces de la música popular o folklórica son más difíciles de rastrear. No es una música sin historia, pero sí “indocumentada” por largos períodos de tiempo. Mientras que los primeros monjes de la Edad Media se ocuparon de inventar una escritura musical para anotar y transmitir sus cantos religiosos, nadie pensó en algo similar para las melodías populares.
Hay varias maneras de “guardar” la música: la tradición viva, la notación musical y, a partir del siglo XX, la grabación. La tradición (el recurso casi exclusivo de la música folklórica antigua) se ve obstaculizada y con frecuencia destruida por acontecimientos adversos: migraciones masivas que culminan con mezclas entre pueblos, guerras, ocupaciones enemigas, persecuciones o supresiones culturales deliberadas, etc. Ciertas instituciones pueden servir de sostén a la tradición a lo largo del tiempo; la Iglesia católica es el ejemplo más claro. Por su intermedio, algunas melodías religiosas y el canto gregoriano, por ejemplo, pudieron sobrevivir hasta hoy. Pero sin la participación de ese tipo de instituciones, la transmisión del folklore es exclusivamente dependiente del relato oral o musical directo y su repetición con la consecuente conservación de los mismos a través del tiempo.
Entre la música “culta” y la música popular siempre ha existido interrelación, para bien o para mal. En algunas épocas de la historia musical ambas parecían hermanadas y en otras la separación era abismal. Las épocas de división musical entre ambas vertientes coincidían con épocas de graves crisis morales, materiales, sociales, políticas, espirituales, que incluían la incomprensión entre las distintas capas y clases de la sociedad, su desprecio mutuo e incomunicación.
Dos tesis tratan de explicar la relación entre el folklore y la música culta. Algunos estudiosos dan por cierto que “toda música emana del pueblo”. En ese contexto, con el advenimiento de los trovadores en el siglo XI, los políticos de la época se apoyaban en el cancionero popular y elevaban muchas de sus melodías al rango de arte. A esa tesis se oponen quienes sostienen que lo que hoy llamamos música folklórica nació por imitación de la música culta; que la música de los palacios baja a las ciudades, a los pueblos y a las campiñas para formar el hoy llamado “folklore”. En algún rincón de América latina se pueden ver en una fiesta dominguera de pueblo bailes que parecen imitaciones de danzas cortesanas europeas de los siglos XVII y XVIII.
Es muy probable que ambas teorías sean válidas, a tal punto que hasta podría afirmarse que la música del pueblo llega a las capas sociales superiores, se aclimata allí, se hace arte y regresa hacia el pueblo con alguna modificación que es adoptada por imitación por las clases populares.
Además, la cuestión del folklore se presenta de manera diferente en cada país. En América latina el folklore es más que una música viva y antigua, ya que se renueva día a día, al punto que música folklórica y música popular son prácticamente lo mismo, usando como argumento, entre otros, el carácter anónimo de buen porcentaje de ese material musical. Sin embargo, la composición folklórica no necesariamente es colectiva o innominada; la creación individual enriquece la música folklórica como forma de arte.
La mayoría de las escuelas nacionales de música comenzaron su existencia y su labor afirmándose en la música típica de sus regiones, siendo ese su rango distintivo inicial. Así ocurrió en el siglo XIX en muchos pueblos que entraron con rasgos propios en la historia de la música: checos, polacos, rusos, escandinavos, holandeses, españoles, balcánicos. De la misma manera, con giros propios se creó una música auténticamente regional en los pueblos latinoamericanos al inicio del siglo XX. Mientras que hace decenios los especialistas trataban de separar la música popular de la música folklórica, hoy esa distinción prácticamente no existe. El significado mismo de la palabra “folklore” explica por qué; para qué complicar las cosas…