Felipe de la Paz de Arana Andonaegui, nació en Buenos Aires el 23 de agosto de 1786, siendo sus padres José Joaquín de Arana de rancia nobleza de Vizcaya y Mercedes de Andonaegui, también de noble estirpe, siendo hija del capitán general de Chile del mismo apellido. Los padres enviaron al joven Arana a estudiar a Chile, distinguiéndose por su contracción a las materias más importantes. En mérito a sus conocimientos bien acreditados, fue admitido en 1806 en la Real Academia de San Carlos, de Santiago de Chile, recibiéndose de bachiller en el año siguiente. En 1810 era ya abogado y sus padres lo llamaron a Buenos Aires, donde revalidó su título.
Abrazó con entusiasmo la causa emancipadora y por su preparación como por sus vinculaciones sociales, se le abrieron todas las puertas del nuevo escenario, cuyo brillo alcanzó a medio continente. En 1815 fue designado por el Cabildo para que en unión del doctor Anchorena se apersonase al general Alvear que sitiaba a Buenos Aires, con el fin de restablecer la tranquilidad pública, lo que se logró con el retiro del citado General. Miembro de la Junta de Observación, fue uno de los redactores del Estatuto Provisional del 5 de mayo de 1815. El 4 de noviembre de este año fue electo ministro de la junta protectora de la libertad de imprenta; y a principios del año siguiente, vocal de la junta que se constituyó unida con el Cabildo. Fue nombrado para formar parte de la “Comisión de Secuestros”, entendiendo con este motivo en varias causas célebres, entre ellas la que se suscitó entre Juan Larrea y Guillermo White, acusados de abuso de poder y otros delitos.
Los felices ensayos en el foro le consagraron reputación de talentoso. Cuando se restableció el orden después de los terribles sacudimientos de fines de 1819 y casi todo el año 20, Arana formó parte de la primera Legislatura provincial que tuvo Buenos Aires, encaminándose por este paso inicial al régimen federal. Varias veces más ocupó asientos en las Asambleas Legislativas, ocupando la Presidencia de la misma en 1828, siendo con frecuencia llamado a tomar parte en los Consejos de Gobierno o en comisiones especiales constituidas para objetos de importancia, como la que se formó en 1829 para aconsejar al gobierno sobre negocios eclesiásticos, o la que se creó bajo la administración del general Viamonte con el título de Consejo Consultivo.
Durante el gobierno de Bernardino Rivadavia, Arana estuvo al lado de Dorrego, Rosas, Maza, Terrero y demás prohombres del partido federal. Desempeñaba el cargo de camarista del Superior Tribunal de Justicia, cuando Juan Manuel de Rosas subió al poder por segunda vez, el 13 de abril de 1835; uno de sus primeros actos fue designar Ministro de Relaciones Exteriores y de Gobierno al Dr. Felipe de Arana, con retención de su cargo de Camarista, para el cual había sido nombrado el 5 de marzo de 1830.
Arana desempeñó su elevado puesto con capacidad evidente. Su gestión ministerial se tornó con frecuencia difícil ante las amenazas de las potencias exteriores, por la firme decisión del Restaurador de las Leyes en defender nuestra soberanía. Arana estuvo a la altura de su delicada misión. El gobierno de Rosas afrontó tales incidencias exteriores con pleno patriotismo y a pesar del rigor de los bloqueos que en diferentes oportunidades establecieron las escuadras francesa y británica, y de acciones como la de la Vuelta de Obligado, puede afirmarse que las relaciones exteriores del período rosista fueron conducidas con altura, y una gran parte de este hábil manejo se debe al Ministro Dr. Arana.
El 29 de octubre firmaba en nombre del gobierno argentino, el tratado o convención, ajustado con Francia. El almirante Angel René Armando de Mackau lo hizo por su país, como plenipotenciario del rey Luis Felipe. Iguales dificultades se afrontaron con Inglaterra y con el Brasil. Arana se reveló hábil diplomático en las negociaciones que mantuvo en los años 1846-47, con los ministros de Inglaterra y Francia, Lord Howden y el conde Walewski respectivamente; misión que fracasó con gran desagrado de las cortes de Londres y París. Finalmente el ministro británico Henry Southern, llegado a Buenos Aires a fines de 1848, firmó con el ministro Arana la convención del 24 de noviembre de 1849 que puso fin a las diferencias que habían surgido entre Inglaterra y el gobierno de Rosas. Al año siguiente, el 31 de agosto, se firmó la convención con Francia, ajustada entre el almirante Lapredour y Arana, la cual selló la paz entre ambas naciones, habiéndose llegado a la firma de aquel tratado después de larguísimas negociaciones con el gobierno francés en el trámite de los cuales, Arana destacó gran capacidad en su puesto.
Todas las veces que el Brig. Gral. Juan Manuel de Rosas se vio obligado a delegar el mando para asumir la dirección de los asuntos en otros puntos alejados de la Capital, Arana le reemplazó en el gobierno. Cuando el general Lavalle, en los primeros días de agosto de 1840 se aproximó a la ciudad de Buenos Aires, Rosas delegó el mando en Arana y se dedicó íntegramente a organizar sus fuerzas, que conservó bajo su directo comando.
Fue el Dr. Arana, como queda dicho, un hombre de inteligencia superior, nutrida con un gran capital de jurisprudencia, filosofía escolástica y clasicismo expurgado a la luz de un “syllabus” que condenaba a la hoguera a Aristóteles y Descartes, a Lucrecio y a Rabelais, a Cátulo y a Voltaire. Su preocupación era, no de las ideas nuevas y progresos modernos, sino de profundizar lo que ya sabía y de ceñirse a los principios que él había hecho suyos y que acreditaban invariablemente sus procederes elevados. Reflexivo y circunspecto, sus opiniones eran siempre el fruto de un examen maduro y profundo. Era de una discreción exquisita y de una reserva tan estricta como la de un confesionario, lo cual da una idea de este hombre ilustre que le correspondió actuar por espacio de 17 años en un puesto difícil en tiempos comunes y también extraordinariamente grave en el largo período de su actuación.
Después de Caseros, Arana automáticamente se retiró de la vida pública.
Falleció en Buenos Aires, el 11 de julio de 1865 y en su sepelio habló el doctor Eduardo Lahitte, quien dijo de él: “El señor Arana fue sin duda un hombre expectable por su probidad; un ejemplar padre de familia; buen amigo, modesto en sus costumbres, benefactor en sus acciones. Era digno de llevar el nombre de cristiano, que ostentó constantemente como primer blasón, como el más glorioso timbre de su nombre”.
Sus últimos años los empleó en alternar la alta sociedad porteña a la que pertenecía no solamente por parte de su familia, sino también por la de su esposa, Pascuala Benita Beláustegui, nacida en Buenos Aires el 29 de junio de 1801, con la cual había contraído enlace en 1817. Fueron sus hijos: Francisco Joaquín Eladio del Corazón de Jesús, María Mercedes Viviana del Socorro, Felipe de la Paz, Joaquín Melchor, Pascuala Cándida, Daniel Francisco y Melchor Félix.
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