Ovnis y viajes interplanetarios en la Argentina del primer peronismo

INTRODUCCIÓN

Parte de una investigación mayor sobre las formas a través de las cuales la cultura popular argentina se apropió de algunos de los más destacados objetos de la ciencia y la tecnología de mediados del siglo XX, el presente trabajo tiene como objetivo cerrar el foco sobre las repercusiones locales de los primeros avistamientos de objetos voladores no identificados (ovnis) y de los avances de la industria aeroespacial a nivel internacional. En términos de su impacto e influencia cultural en el mediano plazo, el fenómeno ovni y la posibilidad del viaje interplanetario adquirieron en la Argentina del primer peronismo un lugar destacado, en tanto fueron temas novedosos y recurrentes en los medios masivos de comunicación, la ficción de la época e incluso, como se buscará demostrar aquí, en el ocio y la imaginación privada de las clases populares.

El surgimiento de estos nuevos objetos del imaginario social fue sin dudas un fenómeno global y tuvo como principal epicentro a los Estados Unidos, pero su muy temprana adopción por parte de la cultura popular argentina nos habla de la integración de ésta a los circuitos de la cultura de masas global y de una singular velocidad de adaptación y apropiación de sus objetos más novedosos. Y, sin embargo, la expresión local de estos objetos culturales tuvo también su especificidad, construida tanto en el diálogo con una historia cultural de más largo plazo, como con la experiencia del primer peronismo, que supo imprimirle a la expresión de estos objetos un conjunto de caracteres particulares.

Para demostrar lo mencionado previamente se avanzará en un primer momento en la presentación de las transformaciones que, hacia mediados de la década de 1940 se estaban operando en términos de tecnología aeroespacial y que permitían empezar a pensar en la exploración del espacio exterior ya no como simple ejercicio de la imaginación, sino como un proyecto de la política científico-tecnológica nacional e internacional. Vinculado a estos nuevos desarrollos se realizará a continuación una muy breve historización del fenómeno ovni como objeto de la cultura popular y de su apropiación por parte de la prensa, la ficción y hasta el espiritismo argentino. Y por último, se presentarán las cartas dirigidas al Estado durante los dos primeros gobiernos de Perón a través de las cuales la ciudadanía le enviaba al Presidente consejos, ideas e inventos a ser incluidos en el Segundo Plan Quinquenal, y entre las cuales será posible observar la lectura que en el ámbito privado las clases populares se realizaba de este fenómeno nuevo, las maneras en que se adaptó el mismo a una visión general del mundo y las formas en que estas preocupaciones se modulaban en el discurso con el peronismo en el poder.

Las cartas que serán recuperadas a continuación fueron seleccionadas entre 500 enviadas al presidente con inventos y proyectos de carácter científico-tecnológico, y si bien las mismas son contadas permiten un acercamiento privilegiado a un objeto de estudio muy elusivo, como lo son las formas de recepción de las producciones culturales. Dificultad metodológica que se ve potenciada al cerrar el foco sobre una cultura popular que no ha dejado tantos testimonios de su universo de ideas y representaciones como otras clases sociales. La noción misma de “cultura popular” no está exenta de dificultades al momento de su caracterización, y su definición más clara se continúa operando desde la negativa, desde lo que la cultura popular no es (Revel, 2005). Y para el caso de los imaginarios científicos y tecnológicos aquí recuperados, no es la cultura de los especialistas, tecnólogos y académicos que participan del debate sobre viajes interplanetarios y ovnis en las décadas del cuarenta y cincuenta. Es por ese mismo motivo que dichas cartas serán puestas en diálogo, antes que, con publicaciones especializadas, con noticias publicadas por la prensa capitalina de alcance nacional en las secciones de “información general”. Las conclusiones que se buscará extraer de este análisis, entonces, deberán ser leídas como indicios de una cultura mayor y de más difícil reconstrucción.

LOS VIAJES INTERPLANETARIOS EN EL IMAGINARIO DE LA ÉPOCA

En 1950 Ray Bradbury publicaba en Estados Unidos sus Crónicas marcianas, cuya traducción al castellano llegaría a la Argentina cinco años después, de la mano de la editorial Minotauro y con un prólogo en el que Jorge Luis Borges reflexionaba sobre la historia del género de la ciencia-ficción. El punto de partida de tal comentario son los relatos sobre los viajes y la vida en la Luna: durante más de mil trescientos años, entre los siglos II y XVI, el satélite habría sido “el arquetipo de lo imposible” y, en consecuencia, una excusa para el libre ejercicio de la imaginación; un texto de Johannes Kepler (astrónomo y matemático alemán del siglo XVII), sin embargo, prefiguraría ya los supuestos sobre los que se construiría la ciencia-ficción moderna, esto es, los viajes a la Luna como una posibilidad real y un género “entorpecido” por el afán de verosimilitud (Borges 1955). La exploración de la geografía lunar es percibida, por este imaginario, como un primer paso en el camino de los viajes interplanetarios, y es en este sentido que una reflexión de estas características puede prologar un libro sobre la colonización de Marte.

La observación de Borges da cuenta de las formas a través de las cuales la literatura y el periodismo se aproximaban al tema hacia mediados del siglo XX. Y la publicación de este libro en particular, de la consolidación de una demanda por obras del género. De hecho, Crónicas marcianas fue el primer título publicado por Minotauro, un sello fundado en Buenos Aires en el mismo 1955 y que llegaría a convertirse en emblema de la fantasía y la ciencia-ficción en lengua castellana. Como en el caso de la energía atómica, los diarios y las revistas traían de Estados Unidos y la Unión Soviética noticias de avances científicos y tecnológicos (en muchos casos, exagerados y/o malentendidos por sus cronistas) que hacían verosímiles objetos que antes habían permanecido en el ámbito de aquel libre ejercicio de la imaginación referido por Borges. Como en el caso de la energía atómica (como se verá más adelante, ambos temas tuvieron una recurrente vinculación en el imaginario popular), la sola magnitud de estos proyectos escapaba del rango de posibilidades de cualquier inventor individual y reclamaba una participación central del Estado (Comastri [en prensa]). Pero, por otra parte, la llamada “carrera espacial” no había comenzado aún, lo que significa que las “noticias”, discusiones y proyectos sobre viajes interplanetarios no estaban cruzadas todavía (al menos no explícitamente) por líneas divisorias de carácter ideológico y geopolítico, como sí sucedía desde 1946 con el tema nuclear1.

Ya en febrero de 1946 La Nación publicaba la traducción de un artículo de la agencia France Presse que comenzaba con las siguientes palabras: “Gracias a la liberación de la energía atómica, podemos hoy considerar dentro de lo posible los viajes interplanetarios, el gran sueño de la ciencia. Un solo gramo de uranio, ‘debidamente desintegrado’ en la tobera propulsiva [sic.] de un vagón cohete, será suficiente para despachar viajeros a la Luna”. El periodista buscaba otorgarle a la redacción un tono científico y cubría la misma con datos técnicos y citas de autoridad, pero el imaginario expuesto en esta crónica no difiere demasiado de aquel que desarrollará Bradbury cuatro años más tarde. Marte se proyectaba, de hecho, como “la primera colonia celeste” (“su vegetación es verde y roja -por lo menos, casi se está seguro de ello-“), mientras que en la Luna funcionaría apenas una “aduana” espacial, a la que se llegaría “a bordo del XP 32 ó del XP 40, cohetes para pasajeros del servicio Tierra-Luna, que cubren el trayecto de París, Astropuerto de Orly, a la Luna, Astropuerto de Tycho Central”. Venus, por su parte, tendría un clima tropical y podría encontrarse en pleno “período secundario”: “No será una sorpresa encontrarnos allí con diplódocus [sic.] y brontosaurios, en medio de helechos gigantescos” (La Nación 3/2/1946: 2).

Con el paso de los años, sin embargo, la posibilidad de los viajes interplanetarios tomó la forma de un debate que buscó darse un tono de mayor realismo y cautela frente a desarrollos en el área que distaban significativamente de las promesas técnicas de la inmediata posguerra. En 1948, por ejemplo, incluso la posibilidad de la existencia de vida fuera de la Tierra (aunque sólo fuesen las formas más básicas de vida vegetal, ya no dinosaurios y bosques de helechos gigantes) es discutida en el mismo diario a partir de nuevas observaciones astronómicas y del análisis de los expertos extranjeros (La Nación 14/10/1948: 7). Yendo aún más lejos, Clarín publicaba en 1953 una nota titulada “Los Viajes Interplanetarios son un Sueño Irrealizable”, en la que las “distancias siderales”, las “temperaturas infernales o glaciales”, la “falta de atmósfera o su excesiva presión”, los “gases venenosos” y los “continuos bombardeos de meteoritos” eran listados como motivos suficientes para disuadir a los gobiernos del mundo de cualquier proyecto de exploración espacial (Clarín 15/6/1953: 12). Aun así, un año más tarde Democracia podía retomar el proyecto de los viajes espaciales bajo el optimista título: “No es tan difícil llegar a Marte” (Democracia 4/12/1954: 8); esta nota resulta interesante por un número extra de motivos.

En primer lugar, porque reconoce explícitamente al Estado (norteamericano, en este caso) como el protagonista indiscutido de este tipo de proyectos y destaca un progreso hacia los viajes interplanetarios necesariamente lento y dividido en etapas, cada una de las cuales supondría un desafío técnico a superar antes de avanzar a la siguiente. Esta transformación, y especialmente el nuevo rol del Estado en la organización, financiación y dirección de las investigaciones científicas, fue por supuesto parte de una tendencia mayor, de alcance global. En 1945, el ingeniero norteamericano Vannevar Bush, asesor del presidente Truman para el área científica, le entregaba a éste un memorándum titulado Science, The Endless Frontier, en el que defendía el mantenimiento de la inversión pública en investigación básica y aplicada una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, sosteniendo en épocas de paz un presupuesto multiplicado como consecuencia del esfuerzo bélico; el documento anunciaba una nueva época de patrocinio estatal (y en la mayoría de los casos, militar) acorde a las necesidades de los gigantescos y multidisciplinarios proyectos de la naciente Big Science (Weinberg, 1961: 161-164).

Pero estos elementos forman parte también de otra tendencia general que puede constatarse hacia fines del período: el avance progresivo de la tecnología y la industria aeroespacial a nivel internacional y, siguiendo la lectura de Borges, el paralelo cierre de las facetas más ambiciosas del imaginario espacial. Así, mientras en 1946, como vimos, la exploración espacial parecía a la vez algo inminente y capaz de hacer realidad las más fantasiosas proyecciones, en 1955 el espacio dedicado al tema en los medios se reduce a la cobertura del Congreso Mundial de Astronáutica en Copenhague, al que Argentina envió una delegación y en el que se discutió la posibilidad de construcción conjunta de un satélite artificial, finalmente no concretado (La Nación, 1/8/1955: 1, y Democracia, 5/8/1955: 1). Por su parte, en 1948 el ingeniero y docente de la Universidad Nacional de La Plata, Teófilo Tabanera, fundaba la Asociación Argentina Interplanetaria (posteriormente llamada Asociación de Ciencias Espaciales de la Argentina), dedicada a impulsar el programa espacial argentino. En 1952 publicaba un libro titulado ¿Qué es la astronáutica?, que fue un gran éxito de ventas, y en 1955 otro titulado La exploración del espacio (Tabanera 1952 y Tabanera 1955). Miembro de la Sociedad Británica Interplanetaria y de la Sociedad Americana de Cohetes, vicepresidente por cinco períodos consecutivos de la Federación Internacional de Astronáutica y primer presidente de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales creada por Frondizi en 1960, hoy la Estación Terrena Córdoba de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales lleva el nombre de Teófilo Tabanera2.

En segundo lugar, y sin contradecir lo expuesto antes, la mencionada nota del diario Democracia construye una genealogía de inventores que habrían hecho posibles los desarrollos que le eran contemporáneos. Esta línea comienza en la Inglaterra de 1841 con los primeros prototipos de máquinas voladoras impulsadas por la energía del vapor, pasa por los norteamericanos hermanos Wright y el brasileño Santos Dumont (entre quienes se disputa el primer vuelo exitoso de un aeroplano), y culmina en la figura del ingeniero aeronáutico alemán Werner Von Braun, creador de los cohetes V1 y V2 que los nazis utilizaron para bombardear Londres, y luego ingeniero en jefe de la recientemente creada NASA. Aún en tiempos de la Big Science, esta genealogía reproduce y mantiene con vida el imaginario y el ideal del genio-inventor individual.

Por último, acompaña la nota un breve recuadro en el que se recoge el testimonio de un general español que explica que las “ocho mil informaciones” sobre platos voladores refieren, en realidad, a pruebas de “armas secretas guiadas por radio” (Democracia ob. cit.). El diseño secreto de modelos novedosos de aeronaves fue, desde el surgimiento del fenómeno ovni como objeto de la cultura popular, la explicación más comúnmente esgrimida por los escépticos para dar cuenta de los diversos avistamientos públicos de luces y formas extrañas en el cielo. En ese sentido, el clima propio de la Guerra Fría y su carrera armamentista no dejó de tener una influencia sobre la construcción de estos imaginarios, y de hecho, en su origen, la narrativa de las “armas secretas” tuvo una mayor repercusión que la hipótesis de las visitas extraterrestres a la hora de explicar los avistamientos.

OVNIS Y PLATOS VOLADORES: AVISTAMIENTOS Y TEORÍAS

Esta relación entre nuevos desarrollos de la industria aeronáutica y avistamientos de ovnis puede retrotraerse hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando pilotos de combate británicos, estadounidenses, japoneses y alemanes habrían observado ciertos fenómenos aéreos desconocidos, a los que luego se apodaría Foo Fighters. Los mismos fueron descritos como esferas luminosas que acompañaban o perseguían a los aviones de combate, demostrando una velocidad y capacidad de maniobra ubicada más allá de las capacidades tecnológicas de la época; desde ambos mandos se supuso que los avistamientos correspondían a pruebas de “armas secretas” del enemigo.

La imagen específica del plato volador, sin embargo, se difundió como objeto del imaginario social a partir de junio de 1947, cuando un piloto civil de los Estados Unidos divisó una formación de nueve objetos desconocidos que volaban en formación a grandes velocidades y reportó el incidente a las autoridades. Años más tarde el mismo piloto explicaría que había sido incorrectamente citado en la crónica periodística que relató estos hechos (la edición del 26 de junio del diario norteamericano The Chicago Sun, que publicó esta experiencia bajo el título: “Supersonic Flying Saucers Sighted by Idaho Pilot” (The Chicago Sun 26/6/1947: 2)), por lo que es discutible el origen de la descripción de estos objetos voladores no identificados (ovnis) como “platos” o “platillos voladores”. Pero más allá del debate por su autoría, el término se popularizó rápidamente y pronto el avistamiento de dichas máquinas fue un fenómeno de alcance mundial. Ya en el mismo año 1947, los medios argentinos daban cuenta de numerosos avistamientos en el propio territorio nacional.

En su edición del 15 de julio, La Razón publicaba una nota titulada “Hay Mucha Fantasía, Pero Algo de Verdad en la Aparición de los Famosos Platos Voladores”, en la que se pasaba revista a las distintas teorías que buscaban explicar el fenómeno surgido hacía apenas unas semanas. Mediadas por los testimonios de científicos, pilotos y diversos especialistas, se presentaban así las ideas de que los platos voladores podrían ser un nuevo tipo de avión desarrollado en secreto, el resultado de “experimentos de transmutación atómica”, un artefacto que los rusos usarían a modo de “recurso intimidatorio”, un invento local “sobre el cual sus creadores perdieron el control”, “globos-sondas” de uso meteorológico, o una nueva forma de “mina aérea” que llevaba a los cielos la experiencia de las tácticas navales ya utilizadas en la Segunda Guerra Mundial. Y el breve recuadro que acompaña a esta nota ya da cuenta de los primeros avistamientos en el país, en este caso específicamente en la ciudad de Córdoba, donde hacía unos días un “disco rojo” habría atravesado el cielo nocturno con dirección sudeste y dejando una estela “propia de un elemento impulsado a propulsión a chorro”; otros testigos opinaban que se habría tratado de un aerolito (La Razón, 15/7/1947: 5).

Apenas tres días después, el mismo diario publicaba otra nota titulada “Cruzó Anoche los Cielos de Balcarce una Constelación de Aros Luminosos”, acompañada de una bajada que leía: “Entienden los Testigos que Pueden Ser Platos Voladores”. La primera persona en detectarlos habría sido el comisario Juan Félix Goñi (“en quien se reconoce un carácter tranquilo y poco propicio a dejarse arrastrar por las alucinaciones”), quien habría llamado la atención del resto de los agentes de guardia sobre la “constelación de puntos luminosos” en el cielo cubierto de nubes de tormenta y que, calcularon más tarde, estaría compuesta por no menos de cien discos” o aros de luz roja. Desde una chacra de Bahía Blanca se habrían efectuado similares observaciones (La Razón 18/7/1947: 2). Diez días más tarde, un disco volador (de aproximadamente veinte centímetros de diámetro) volvía a surcar los cielos bonaerenses, esta vez sobre el partido de Olavarría, según testimonios recogidos por un enviado del diario La Razón del almacenero Eduardo Galli y su familia que, en palabras de un oficial de la policía local “son gentes serias y si dicen que lo han visto, es porque así fue” (La Razón 22/7/1947: 3). “También en Mar del Plata Vieron Platos Voladores”, titula el mismo diario una semana después; el avistamiento habría sido realizado por “dos paseantes” que descansaban frente a la Colonia de Vacaciones del Consejo Nacional de Educación y habrían visto, a unos treinta metros sobre la superficie del mar, un disco de luz roja “como de soldadura autógena” o como “la que despiden los rayos ultravioletas”. Y agrega el cronista: “Ya decían los marplatenses cómo era posible que en esta ciudad todavía no se hubieran visto ´platos voladores´” (La Razón 27/7/1947: 5). Son realmente tantos los avistamientos, que el tema comienza a ser tomado con humor, y en esa clave lo recupera también la publicidad: bajo el título “Los ´Platos´ en Buenos Aires” y una foto de la Avenida de Mayo sobre la que se han dibujado dos platos voladores, una aceitera se promocionaba con el siguiente epígrafe: “Verdadero asombro ha causado comprobar la gran cantidad de ´platos´ que en Buenos Aires se preparan con Aceite USPALLATA, por su exquisito sabor” (La Nación 26/7/1947: 4).

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Pero los diarios locales no se limitaron a registrar avistamientos, sino que también buscaron participar del debate sobre la naturaleza del nuevo fenómeno. La Razón, por ejemplo se hacía eco de una nota publicada previamente por el diario El Mundo de Santiago de Chile, en la que se afirmaba que los “ya célebres e intocables” platos voladores habrían sido un diseño (aunque nunca concretado) del ingeniero británico, naturalizado chileno, W. H. S. Ashlin, quien habría ideado esta “concepción mecánica de carácter netamente revolucionario” como un “sistema de defensa antiaérea contra las vastas incursiones que efectuaba diariamente la Luftwaffe contra el territorio de Gran Bretaña”. El inventor explicaba que los discos, “lanzados a enorme velocidad centrífuga, en movimiento rotativo, eran capaces de perforar los más sólidos fuselajes de los Junkers, Messersmith, etc.” alemanes. Y completaba la nota: “A medida que los discos giraban, iban desintegrándose, y, según Ashlin, esto explica que hasta ahora nunca se haya podido capturar uno de los misteriosos discos” (La Razón 21/7/1947: 3). Pero apenas tres días después el mismo diario reclamaría el plato Volador como un “Invento Argentino”, pues en el país se habría “experimentado con tales aparatitos desde el año 1940”, cuando un estudiante de la Universidad de Cuyo habría diseñado un “plato de elevación a hélice” y veinte centímetros de diámetro que años más tarde ofreció al “Arsenal de Guerra” (La Razón 24/7/1947: 4)3.

Las notas periodísticas recién citadas corresponden sólo al mes siguiente del surgimiento del fenómeno de los platos voladores en los Estados Unidos; con el correr de los meses y los años, este tipo de coberturas continuarían ocupando un espacio significativo en los medios argentinos (por ejemplo, una decena de testigos aseguraba que una escuadrilla de tales objetos habría atravesado, “en forma disciplinada”, el cielo de La Quiaca en la madrugada del 8 de febrero de 1953 (La Nación 9/2/1953: 4)) y en los cables que los mismos tomaban de las agencias de noticias del extranjero. Tal fue su magnitud, de hecho, que para 1954 La Nación reproducía un cable de la Associated Press titulado “Platos voladores y psicosis colectiva”, en el que se daba cuenta del impacto social de este fenómeno (La Nación 6/12/1954: 1).

Como se mencionó previamente, los avistamientos de extrañas luces y objetos celestes coincidieron con un momento de fuerte experimentación en el área de la industria aeronáutica, con vuelos de prueba mantenidos bajo secreto militar y naves de formas desacostumbradas para el público. Como en la nota breve antes citada, El Líder explicaba de esta forma el fenómeno en una nota titulada: “En Francia, Alemania y Canadá se fabrican platos voladores”; la volanta que acompaña al artículo (“No son Aparatos de Otro Planeta”) da cuenta de cuál es la teoría alternativa con la que se discute (El Líder 3/11/1954: 5). Y esto vale tanto para el extranjero como, al menos potencialmente, para la Argentina del período: aún ubicado en la periferia de la Guerra Fría, el país también ensayaba con nuevas formas de aviación, y muchos de los prototipos diseñados en las fábricas cordobesas estaban lejos de adecuarse a las formas preconcebidas por el público sobre cómo un avión debería verse (por ejemplo con el diseño de alas volantes o aviones sin cola) o escucharse (en el momento en que se estaba pasando de la tecnología de la hélice a la turbina). Ejemplos de estos diseños son los trabajos de Reimar Horten en el Instituto Aerotécnico de Córdoba, como el I.ae. 34 y el I.ae. 37 (Artopoulos 2012). También aquí, el vuelo de dichos prototipos podría haber sido interpretado por el público como prueba de la existencia de naves extraterrestres.

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Prototipos del I.Ae. 34 y el I.Ae. 37 del Instituto Aerotécnico de Córdoba

Prototipos del I.Ae. 34 y el I.Ae. 37 del Instituto Aerotécnico de Córdoba

En la naciente ufología (que se propone estudiar el fenómeno “UFO”, del inglés Unidentified Flying Object, equivalente al castellano ovni) comenzó en la época a darse por supuesto que las visitas de extraterrestres a la Tierra tenían siglos de historia: en La Nación se relata que, según un “hombre de ciencia” ruso, lo que en 1908 había sido juzgado como un meteoro caído a tierra habría sido en realidad “un vehículo volante probablemente de propulsión atómica. Él cree que vino de Marte, recorriendo unos ochenta millones de kilómetros” (La Nación 12/6/1948: 2); El Laborista, a su vez, traduce un artículo de la revista norteamericana True, titulado: “Hace 175 años que la Tierra es observada por marcianos” (las recientes explosiones atómicas, sin embargo, “habrían servido de estímulo a los habitantes de otras regiones del Universo para explorar en procura de establecer su origen” (El Laborista 5/5/1951: 8-9).

A pesar de esta supuesta genealogía, hubo un hecho, también en el año 1947, que marcaría profundamente la imaginación popular referida a la presencia de extraterrestres en nuestro planeta: el llamado “incidente Roswell”. El mito supone el aterrizaje forzoso de una nave extraterrestre cerca del pueblo de Roswell, en el Estado norteamericano de Nuevo México; la posterior desmentida de estos acontecimientos por parte del gobierno de los Estados Unidos y su explicación de los fenómenos de luz observados en el cielo como simples “globos-sondas” de uso meteorológico (explicaciones que recogió la prensa argentina (La Nación 10/7/1947: 2), sólo lograron alimentar rumores de encubrimiento y teorías de la conspiración (Clarín 11/7/1947: 4, y El Mundo 11/7/1947: 3).

Pero el fenómeno no fue tampoco pura novedad, en tanto se conectó con prácticas y creencias populares de más largo aliento. Por ejemplo, aquellas ligadas al espiritismo. En su investigación sobre la Buenos Aires de entresiglos, Soledad Quereilhac ha recuperado algunas de las relaciones entre los supuestos y las ficciones del universo espiritista, y la posibilidad de viajes interplanetarios, desde y hacia la Tierra (Quereilhac 2016). Estas construcciones, sin embargo, se encuentran más cerca de aquel “libre ejercicio de la imaginación” del que hablaba Borges, que otras expresiones también vinculadas al universo de las prácticas espiritistas, y que toman forma en el período aquí estudiado. Tal vez el ejemplo más claro en este sentido sea el de los hermanos Duclout: Luis Napoleón, escritor, locutor, guionista y director de cine (creador de la primera película en tres dimensiones de la Argentina: Buenos Aires en relieve), y Jorge Alberto, también escritor, inventor, editor y periodista de divulgación (director de Ciencia Popular entre 1928 y 1933). Entre ambos solían practicar sesiones espiritistas, y en una de ellas de 1952, Jorge Alberto actuó como médium y logró contactarse con un “Ingeniero” con “amistades interplanetarias”, que les anunció diversos avances científicos a desarrollarse en la Tierra y la visita a la ciudad de Buenos Aires de una nave extraterrestre para el 6 de septiembre de 1954. Antes del contacto, se formó para esa fecha una comitiva que esperó al ovni en lo alto del edificio Kavanagh (de la que formó parte también un funcionario del IAPI) y los hermanos publicaron un libro titulado Origen, estructura y destino de los platos voladores. Transcripción de las grabaciones sobre alambre registradas durante experimentaciones psíquicas, que fue en la época un gran éxito de ventas (Agostinelli, 2009).

El diario Democracia relata incluso la llegada a la ciudad de dos periodistas cariocas que serán parte de la comitiva que pasará la noche del 6 de septiembre de 1954 en el Kavanagh; los periodistas, pertenecientes a la revista brasileña O Cruzeiro, habían cobrado una cierta fama por sus fotografías de un ovni en Barra da Tijuca, Brasil (fotografías que más tarde se demostrarían fraudulentas). Pero esta nota del diario Democracia resulta interesante también por aquellas voces “escépticas” recogidas en el artículo: las mismas ofrecen, para explicar el fenómeno ovni, teorías alternativas que niegan la existencia de extraterrestres, pero que no por ello resultan menos fantásticas:

Por su parte, el capitán J. Painter, de las fuerzas aéreas de Francia, publicó recientemente en el órgano oficial de esa arma un extenso y documentado artículo, en el que sostiene también que los platos voladores existen, pero agrega que no vienen de otros mundos, sino de un país desconocido donde alguien ha logrado descubrir la forma de utilizar la energía de los rayos cósmicos, que sería el ‘combustible’ empleado para los extensos y vertiginosos ‘raids’ que parecen caracterizar a estos bólidos del éter (Democracia 6/9/1954: 5).

Si la intervención del espiritismo puede ser leída en términos de una continuidad de prácticas ya presentes en la cultura popular (y que no necesariamente contradicen la fascinación por el maquinismo y las nuevas teorías científicas), las reflexiones en torno al fenómeno de los ovnis parecen, así, también ofrecer la oportunidad de renovar una cantidad de temas presentes tanto en el imaginario social como en la ficción literaria. Países desconocidos en pleno siglo XX y poseedores de una tecnología fuera del alcance o incluso la comprensión de cualquiera de las potencias contemporáneas: la idea es a la vez un testimonio periodístico plausible y un argumento repetido en las ficciones de la historieta y la literatura popular de la época (Comastri 2014).

Mientras los proyectos de viajes interplanetarios pierden progresivamente sus facetas más fantásticas a medida que científicos y gobiernos discuten sus posibilidades reales, el fenómeno de los ovnis se abre como un territorio de la imaginación en apariencia carente de límites. Los planes de exploración del espacio exterior son monopolizados por los Estados más poderosos del globo, pero los platos voladores visitan tanto Nuevo México y París como La Quiaca y Santa Fe4. Y en tanto los “hombres de ciencia” continuaran discutiendo entre sí, no había una voz más autorizada que otra para hablar sobre un tema del que, en última instancia, sólo existían hipótesis sin comprobar ni refutar.

LAS CARTAS A PERÓN

En diciembre de 1951, el gobierno de Perón hizo pública una convocatoria a proyectos, ideas y reclamos populares a ser incluidos en la redacción del Segundo Plan Quinquenal, en ese momento aún en preparación. Para responder a esta convocatoria, la ciudadanía contaba con el recurso de escribirle una carta al presidente, práctica de hecho ya utilizada de manera espontánea desde principios de 1946. Pero la respuesta a este llamado oficial superó cualquier expectativa, llegándose a recibir hasta 1955 más de veinte mil cartas, incluyendo allí aquellas referidas al fenómeno ovni y los viajes interplanetarios5.

En algunos casos, estos proyectos son citados en las cartas enviadas a Perón aun cuando las iniciativas que motivan la correspondencia no guarden ninguna relación directa con ellos. Desde San Pablo, Brasil, el autor de dos proyectos de armamentos (un nuevo tipo de embarcación y un nuevo tipo de torpedo) se presenta, con una dicción a medio camino entre el castellano y el portugués, como “fisico-termodinamista, proyetista, pesquisador-inventor, con doze años de tirocinio y estudos superiores de Termodinamica, Astronautica, Aerodinamica y demas estudos correlativos en el dominio de la hiper-quimica y super-fisica” y como el “autor intelectual y realisador de la Exposición Interplanetaria”, de la que no ofrece más detalles (AGN, STP, Caja 590, Iniciativa 2657/54)6. Algo similar sucede con las iniciativas de Ernesto Ottenbacheb, residente en Buenos Aires, que pone en consideración de la Secretaría unas ideas “a las que he seguido desde que apareció noticias en los diarios del misterioso plato volador”; las ideas, sin embargo, se refieren a un sistema mecanizado para ejercicios militares, un motor para aviones a reacción y un “sistema para poner en marcha un cohete a reacción” (AGN, STP, Caja 388, Iniciativas 7596 y 7597).

En ambos casos, los viajes espaciales son apenas mencionados y parecen incluirse en las cartas sólo como una forma de sugerir que el iniciante se encuentra inmerso en los más recientes y arcanos avances tecnológicos. En este sentido, el “estudio” del fenómeno ovni es apropiado por las clases populares y adaptado del discurso público de los medios masivos de comunicación al (que al menos se supone), privado de la correspondencia con Perón, como símbolo de la frontera científica y tecnológica de su época, y no como creencia opuesta a los cánones académicos. Como he tratado de demostrar en páginas previas, el interés por los ovnis y los platillos voladores no puede ser descartado como mero producto de la ignorancia o la superstición, sino que es resultado de un diálogo con los discursos públicos de la prensa, la ficción y la divulgación científica de la época. Y es en ese diálogo, dentro de sus límites y sus parámetros, que se construye el horizonte de posibilidad para estas ideas y proyectos enviados a Perón.

En otras cartas, por otro lado, el fenómeno de los platos voladores forma parte de discursos de tipo místico o religioso que, sin dejar de buscar bases “científicas” para los avistamientos, los integran en cosmovisiones en las que la división entre ciencia, filosofía, religión y política es difusa, cuando no inexistente. Así, una colaboración puede explicar la aparición de platos voladores como las emanaciones de grandes establecimientos siderúrgicos que se concentran y condensan en la atmósfera “con movimiento en torbellino” y se mueven atraídos por el norte magnético, pero esto no impide que su autor extraiga conclusiones de tipo psicológico o religioso de tal fenómeno, mientras que la propia redacción de la carta omite cualquier tipo de esquema expositivo o argumentativo y se abandona a la asociación libre y el juego de palabras (AGN, STP, Caja 388, Iniciativa 8615). En una segunda iniciativa enviada desde Villa Seguí, Entre Ríos, en cambio, los platos voladores son incluidos como un punto más dentro de una extensa reflexión sobre los problemas del mundo moderno. Son diez los consejos ofrecidos a Perón, entre los que se encuentran la necesidad de volver a los tiempos bíblicos de “mansos y humildes pastores, que, al paso tardo de sus bueyes, arrojaban la semilla en el suelo”, de borrar las fronteras nacionales (a la vez que erigir gigantes estatuas de Cristo en las fronteras con los países limítrofes) y de abandonar los ideales ilustrados (“No queremos más escuelas, ni más universidades, tanto estudio trae la envidia, la maldad, la destrucción. Debemos volver al tiempo de los reyes”). Pero esta particular y apocalíptica visión del mundo (el que, según afirma el iniciante, se encuentra en su último siglo: “el terremoto de S. Juan fue principio de fin”), no le impide integrar una reflexión de carácter técnico sobre los vuelos interplanetarios:

“El mundo en nuestros días tiene el mismo adelanto, de cuando el diluvio, y de cuando nació Jesús; en esos tiempos era una gran ciudad Antioquía, lo que es hoy París.

(…) [Y en una acotación al final de la carta, luego de la firma y con una fecha posterior:] Los platos voladores, son de otro planeta, tienen esa forma para ascender con mucha velocidad” (AGN, STP, Caja 457, Iniciativa 5110).

Aún en estas reflexiones apocalípticas (también el espíritu invocado por los hermanos Duclout había predicho un potencial cataclismo de alcance mundial para el año 1967) en apariencia enfrentadas con la modernidad, es el discurso de la técnica el que otorga autoridad a lo expuesto.

Pero, en término de imaginación técnica popular, pueden citarse otras colaboraciones que se adaptan mejor al modelo del inventor-artesano-bricoleur de origen popular, según la caracterización realizada por Sarlo para la Buenos Aires de las décadas del veinte y del treinta (Sarlo 1992). En uno de los casos, el iniciante se presenta a sí mismo como un artesano y, luego de sugerir que conoce el origen del fenómeno ovni (“que Estados Unidos de Norte América guarda como secreto militar, el cual no es más que un aparato cuyo funcionamiento se basa en la rotación de la tierra”), presenta una detallada descripción técnica que los funcionarios de IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado) desestimarán de forma categórica en tanto las “bases físicas del proyecto (…) no concuerdan con los principios elementales aerodinámicos de sustentación, de estabilidad y de control” (AGN, STP, Caja 463, Iniciativa 2276/52). Otro inventor, simplemente incluye la fabricación de platos voladores como una de las posibles aplicaciones prácticas del motor a aire comprimido que ha diseñado, sin más aclaraciones ni explicaciones que las realizadas para la aplicación del mismo, por ejemplo, a la industria del automotor (AGN, STP, Caja 91, Iniciativa 18978).

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AGN, STP, Caja 91, Iniciativa 18978

AGN, STP, Caja 91, Iniciativa 18978

Desde el Barrio Los Perales, finalmente, escribe Julio E. Ruiz, un oficial electromecánico empleado en el correo al que el diario Los Principios (cuyo recorte acompaña la carta) describe como un “Soldado Anónimo de las Masas Luchadoras”. La nota periodística es acompañada por dos fotografías de su prototipo de “giro- plano o Plato Volador”, pero la crónica apenas si se detiene en el mismo: la inventiva de Ruiz es interpretada simplemente como una instancia más de su lucha política, sindical e intelectual a favor del peronismo. Si su invento debe ser rechazado por los funcionarios de la STP, no es debido a cálculos deficientes, sino a la propia dinámica que guía su actividad como artesano-inventor: el modelo del plato volador que se observa en vuelo en las fotografías no puede ser evaluado por los técnicos de la Secretaría por cuanto el mismo ya fue desarmado y su inventor “le dio otro destino a sus partes” (AGN, Caja 591, Iniciativa 525/54).

COMENTARIOS FINALES

Mientras los grandes proyectos aeroespaciales eran monopolizados por los Estados Nacionales, que pasaban a ocupar un lugar necesariamente central en las investigaciones y desarrollos en el área, el fenómeno de los ovnis y los platillos voladores continuaba abierto a aquel “libre ejercicio de la imaginación” señalado por Borges. Y, en consecuencia, para la cultura popular de la Argentina de las décadas del cuarenta y cincuenta el fenómeno platillista pudo ser a la vez un elemento más en una larga serie de experiencias espiritistas que se remontaban hasta fines del siglo XIX, una marca de conocimiento científico-tecnológico y un nuevo objeto para reflexiones de orden místico o conspirativo. Como se ha tratado de demostrar, los medios de comunicación de la época tuvieron una influencia significativa en el desarrollo de estos imaginarios, pero también fueron relevantes en ese sentido las propias políticas y experiencias que de forma contemporánea estaban teniendo lugar en territorio argentino. Si una de las explicaciones recurrentes para los avistamientos de ovnis fue la de las pruebas de prototipos secretos de nuevas aeronaves por parte de las Fuerzas Armadas, también en las fábricas cordobesas la Fuerza Aérea Argentina experimentaba con novedosos diseños de aviones de formas desacostumbradas para un espectador casual.

Ya fuese misterio insondable, prueba de la existencia de seres extraterrestres o proyecto armamentístico secreto de las superpotencias de la Guerra Fría, el ovni interpeló a la imaginación popular de la Argentina de mediados del siglo XX y ofreció una excelente oportunidad para que la misma demostrase sus amplias capacidades creativas. Así como los avistamientos muy prontamente ganaron los cielos del país, con la misma velocidad se multiplicaron las diversas teorías locales sobre los orígenes o significados de este nuevo fenómeno. Estas ideas, por supuesto, se construyeron en diálogo permanente con el discurso periodístico, el de la divulgación científica y aún el de la naciente ciencia-ficción. Pero se reservaron, también, destacados márgenes de autonomía relativa frente a los mismos: aunque la misma se insertó en una historia global que la excedía, la cultura popular argentina de las décadas del cuarenta y el cincuenta no se limitó a copiar ni a imitar modelos externos, sino que supo imprimir a este nuevo fenómeno de carácter global su propia impronta, un conjunto de características específicas que respondían directamente a las coordenadas de tiempo y espacio de la Argentina del primer peronismo.

La última carta citada parece señalar claramente en esta dirección. Así, si los misteriosos ovnis resultaban ser armas secretas de las potencias, también la Nueva Argentina de Perón merecía tener sus propios platos voladores de fabricación nacional. Pero en términos de la especificidad que el primer peronismo aporta como contexto histórico a esta experiencia, la principal es el archivo mismo de cartas, construido como parte de una política explícitamente dirigida a dialogar con las clases populares. Es a través de los testimonios recogidos en dicho archivo que hoy podemos observar las formas en que estos sectores absorbieron las transformaciones científico-tecnológicas y culturales de su época. Apropiación extremadamente rápida y extendida en este caso, si se tienen en cuenta los múltiples avistamientos locales apenas surgido el fenómeno y lo heterogéneo de la población que protagonizó los mismos. Retomando un artículo periodístico ya citado, esto es así aún en una localidad rural “más propicia para ver fuegos fatuos, almas en pena, niños-diablos y fantasmas, que platos voladores. El relato es medido y tiende a tener precisión científica. También a Estación Rocha llegan diarios y hay allí radios” (La Razón 22/7/1947: 3).

1. La competencia entre los Estados Unidos y la Unión Soviética por el liderazgo en el área de la exploración del espacio exterior puede ser datada de diversas maneras. Sin embargo, generalmente se reconoce el lanzamiento soviético del satélite Sputnik I, el 4 de octubre de 1957, como el momento en que esta competencia se convirtió en una verdadera “carrera” con derivaciones políticas, militares y de prestigio nacional entre las superpotencias.

2. En 1952 la Secretaría recibe una carta de un ciudadano chileno que busca ponerse en contacto con la “Sociedad de Investigaciones Interplanetarias” (sería lógico suponer que se refiere a la institución fundada por Tabanera) para ofrecerles sus ideas e inventos: Archivo General de la Nación (AGN), Secretaría Técnica de la Presidencia (STP), Caja 457, Iniciativa 4407/52.

3. Agradezco a Omar Acha las referencias a las crónicas periodísticas citadas en los tres párrafos precedentes.

4. AGN, STP, Caja 667, Iniciativa sin numerar. Desde la Dirección Nacional del Servicio Meteorológico Nacional dan curso a un informe en el que se describe el avistamiento por parte de un funcionario del Ministerio de Agricultura y varios chacareros del departamento de San Javier, provincia de Santa Fe, de “una figura luminosa”, “una enorme bola de fuego que producía el ruido de motor a explosión [“como ruido de un tractor que se acercaba”] y que corría velozmente por el cielo de este a oeste”.

5. Para otros recortes y análisis de este mismo archivo epistolar pueden consultarse: Aboy 2004, Elena 2011 y Acha 2013.

6. Respetando la dicción y los usos gramaticales propios de las cartas, las mismas serán en adelante copiadas textualmente y evitando el uso del “sic.”, en tanto se entiende que, antes que simples errores de ortografía o redacción, estas formas y modismos representan claves de acercamiento a las propuestas analizadas.

REFERENCIAS

1. Aboy, Rosa. “El ´derecho a la vivienda´. Opiniones y demandas sociales en el primer peronismo”. Desarrollo Económico. 2004, 44: 289-306.

2. Acha, Omar. Crónica sentimental de la Argentina peronista. Sexo, inconsciente e ideología, 1945-1955. Buenos Aires: Prometeo Libros. 2013.

3. Agostinelli, Alejandro. Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina. Buenos Aires: Sudamericana. 2009.

4. Artopoulos, Alejandro. Tecnología e innovación en países emergentes. La aventura del Pulqui II. Buenos Aires: Lenguaje Claro Editora. 2012.

5. Borges, Jorge Luis. “Prólogo”, en Bradbury, Ray. Crónicas marcianas. Buenos Aires: Editorial Minotauro. 1955.

6. Clarín, 11 de julio de 1947, p. 4, y 15 de junio de 1953, p. 12.

7. Comastri, Hernán. “Bull Rockett, Héctor Germán Oesterheld y la imaginación técnica popular en la Argentina de mediados del siglo XX”, Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”. 2014: 239-257.

8. Comastri, Hernán. “La apuesta por la energía atómica: Guerra Fría, políticas de Estado e imaginación técnica popular en el primer peronismo (1946-1955)”, en Plotkin, Mariano (coord.), Saberes que desbordan. Buenos Aires: Edhasa. [en prensa].

9. Democracia 6 de septiembre de 1954, p. 5; 4 de diciembre de 1954, p. 8, y 5 de agosto de 1955, p. 1.

10. El Laborista, 5 de mayo de 1951, pp. 8-9.

11. El Líder, 3 de noviembre de 1954, p. 5.

12. Elena, Eduardo. Dignifying Argentina: Peronism, Citizenship and Mass Consumption. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press. 2011.

13. La Nación, 3 de febrero de 1946, p. 2; 14 de octubre de 1948, p. 7; 26 de julio de1947, p. 4; 9 de febrero de 1953, p. 4; 6 de diciembre de 1954, p. 1; 12 de junio de 1948, p. 2; 10 de junio de 1947, p. 2, y 1 de agosto de 1955, p. 1.

14. La Razón, 11 de julio de 1947, p. 3; 15 de julio de 1947, p. 5; 18 de julio de 1947, p. 2; 22 de julio de 1947, p. 3; 27 de julio de 1947, p. 5; 21de julio de 1947, p. 3, y 24 de julio de 1947, p. 4.

15. Revel, Jacques, “La cultura popular: Usos y abusos de una herramienta historiográfica”, en Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social. Buenos Aires: Editorial Manantial: 2005

16. Sarlo, Beatriz. La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina. Buenos Aires: Nueva Visión. 1992.

17. Soledad Quereilhac. Cuando la ciencia despertaba fantasías: Prensa, literatura y ocultismo en la Argentina de entresiglos. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. 2016.

18. Tabanera, Teófilo. ¿Qué es la astronáutica? Buenos Aires: Columba. 1952.

19. Tabanera, Teófilo. La exploración del espacio. Buenos Aires: Editorial Sol. 1955.

20. The Chicago Sun, 26 de junio de 1947, p. 2

21. Weinberg, Alvin M., “Impact of Large-Scale Science on the United States”, Science. 1961, 134: 161-164.

Sobre el autor:

Hernán Comastri: Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” UBA; CONICET. Argentina

ovnis peron

Texto extraído del sitio: http://revele.uncoma.edu.ar/htdoc/revele/index.php/Sociales/article/view/1904/html#figura3

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