Inicialmente se censuró la palabra de los poetas y pensadores. Después fueron los textos y las imágenes. Cada vez que aparecía un nuevo medio de comunicación, las instituciones veían la forma de limitar su expresión. La era digital ha derrumbado esos límites.
La censura nace como estructura burocrática en tiempo de los romanos, cuando el censo se establece para saber cuanta población existía en los territorios de Roma y así poder calcular los ingresos de acuerdo a la cantidad de habitantes y sus bienes. Los encargados eran los censores, funcionarios que pronto excedieron sus funciones de recuento para supervisar el comportamiento y actuación de los súbditos de Roma.
Cada acto humano es pasible de ser censurado en la política, las conductas, la moralidad, el arte, las creencias religiosas, aunque la más peligrosa sea y haya sido la autocensura.
Si bien probablemente la censura exista desde que el hombre dejó su impronta en las cavernas, el primer registro fehaciente fue en China cuando en el año 213 AC Qin Shi Huang ordenó quemar todos los libros para que la posteridad creyera que fue el 1er emperador. Algunos autores afirman que una de las primeras disposiciones de censura explícita se promulgó el 17 de junio de 1471, cuando Luis XI de Francia ordenó que todos aquellos que colocaran pasquines o libelos difamatorios en las calles de París, serían juzgados y castigados. El cardenal Cisneros en Granada quemaba libros que consideraba heréticos y los Reyes católicos en 1502 firmaron una ordenanza donde se ponía límites al ejercicio del arte y la impresión de los libros.
Obviamente la censura creó todo tipo de excesos que hoy nos parecen ridículos, como pintar hojas de parra en los desnudos del juicio final de Miguel Ángel ó que Carlos IV de España ordenase quemar los desnudos de Velázquez, Rubens y otros pintores que se hallasen en sus palacios (un súbdito desobediente evitó privarnos de estas obras).
Libros como La sonata Kreutzer de Tolstói fue considerada inmoral, para solo citar una entre miles.
En religión los textos prohibidos, las persecuciones, las condenas por herejía y las guerras llenarían varios volúmenes.
Censurar es creerse superior a los demás, ver el mundo desde el olimpo de la verdad absoluta y querer imponer una sola perspectiva del mundo. El cine fue una víctima propiciatoria de los censores quienes, tijera en mano, cercenaban películas ó imponían restricciones. El Silencio de Bergman fue prohibida para menores de 21 años en Argentina y El violinista sobre el tejado era prohibida para menores de 18 años en la España franquista.
Justamente España tiene una larga historia de excesos en la censura que llegó a su culminación con el Santo Oficio. En 1856 el ministerio de la gobernación publicó en España una orden por la que se creaba la figura de un censor que controlaría cuanta novela se publicase en el solar patrio. El cargo recayó en José Antonio Muratori, un abogado madrileño que debía percibir anualmente la nada despreciable suma de 24.000 reales anuales. Además, el letrado contaba con un presupuesto de 6.000 reales anuales para gastos extraordinarios. Cuando Muratori inició su trabajo a las pocas semanas envió la primera lista con las obras susceptibles de ser censuradas. Como es lógico, cuando se publicó la orden de los libreros, editores y novelistas pusieron el grito en el cielo solo de pensar que alguna de aquellas les afectaban a ellos. El problema principal, sin embargo, vino de los criterios elegidos por el censor nombrado por el gobierno. Muratori había establecido un triple criterio de valoración: las obras consideradas buenas, las obras dudosas y las irremediablemente malas. El motivo de las críticas era la primera novela que aparecía entre las de dudoso mérito , figuraba una llamada El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, escrito en 1605 por un tal Miguel de Cervantes Saavedra… Un verdadero exceso de la censura que siempre tiende a atribuirse competencias más allá de sus funciones que de por sí, ya son un exceso.