Entre Dios y el diablo

Origen de la bandeira paulista de Mbororé

El Procurador de la Provincia Jesuítica del Paraguay en gestiones ante Madrid y Roma, R. Padre Francisco Díaz Taño, de regreso de Europa, a mediados de 1640, hizo publicar en Río de Janeiro por intermedio del Provisor Católico, las cédulas reales y bulas papales condenando a los cazadores y traficantes de indígenas (Portugal y sus dominios dependían entonces de la corona de España). Los habitantes de Río de Janeiro, Santos, San Vicente y San Pablo (Brasil), con la publicación de estos documentos se amotinaron furiosamente en contra de los jesuítas, por ser los gestores de las cédulas reales y bulas papales condenatorias de los proveedores de indios para el servicio doméstico, los ingenios de azúcar, las faenas agropecuarias y para el mercado esclavista de la costa del Atlántico.

La Cámara Municipal de San Pablo, en íntima solidaridad de ideas, intenciones, intereses y sentimientos con los amotinados, reunidos en asamblea pública belicosa resuelven: expulsar a los jesuítas y preparar una gran bandeira para atacar y destruir las reducciones de la Compañía de Jesús; vengar la derrota de Caazapaguazú; prender a los religiosos jesuítas y devolverlos a España. Con el mayor tesón, empeño y medidas de previsión, organizan una de las más poderosas bandeiras de aquel tiempo, con hombres principales de San Pablo, mestizos, algunos negros y un grupo numeroso de indios tupís, amigos y aliados.

Origen del ejército guaraní misionero de Mbororé

En noviembre de 1640, el procurador Francisco Díaz Taño se embarcó en Río de Janeiro con destino a Buenos Aires, donde informó a los jesuítas y al gobernador, sobre el propósito de los habitantes de San Pablo de destruir las reducciones jesuíticas del Alto Uruguay. Las reducciones del Guayrá no hicieron resistencia con armas de fuego contra las bandeiras paulistas, ni las autoridades reales las defendieron. La resistencia con las armas de fuego que gestionaba el Padre Antonio Ruiz Montoya ante el rey de España y sus lugartenientes en América par defensa de las reducciones, se inició con pocas armas, bajo las órdenes de Nicolás Ñeenguirú y el ex militar, hermano Antonio Bernal. Con neófitos que reunió el padre Pedro Romero, estos jefes, en 1639, en Apóstoles del Caazapaguazú, vencieron a la tercera bandeira paulista de Pascual Leite Pais. Después de esta victoria, los misioneros temieron un desquite y se prepararon para enfrentarlo. Los ex militares hermanos Juan Cárdenas y Antonio Bernal, bajo la dirección técnica del ex militar hermano Domingo Torres, adiestraron a los neófitos de las reducciones con armas de fuego en ejercicios y evoluciones militares.

El ejército guaraní misionero contaba con 4.200 indios de guerra, 300 fusiles bien municionados, alfanjes o sables de la época, buena cantidad de arcos y flechas, lanzas, macanas, hondas con piedras, un cañoncito y varios cañoncíllos hechos de caña de tacuaruzú revestida o retobada con cuero vacuno, que permitían hasta cuatro disparos, estacadas ocultas por el follaje de los árboles en las riberas del desagüe del arroyo Mbororé u Once Vueltas y en las contiguas del río Uruguay, preparadas para el teatro de la resistencia.

Estado Mayor del ejército misionero

Director técnico de guerra: el ex militar hermano jesuíta Dominngo Torres, español. Ayudantes del director técnico de guerra los ex militares hermanos jesuítas Juan Cárdenas, paraguayo, y Antonio Bernal, portugués. Jefes de ataque: el capitán general, Gran Cacique o Mburubichaba Ignacio Abiarú, nativo de la región del arroyo Acaraguá, y el meritorio consejero cacique o Mburubichaba capitán Nicolás Ñeenguirú, natural de la región del Ibitiracuá o de la Concepción, hoy Concepción de la Sierra. Supervisor de guerra: Padre jesuita Pedro Romero, castellano. Asistentes del supervisor de guerra: Padres jesuítas Claudio Ruyer, francés, superior de la Misión (se retiró enfermo a San Nicolás); Cristóbal Altamirano, santafesino; Pedro Mola y José Domenech, aragoneses, y José Oregio, flamenco.

MBORORÉ. PRIMERA CAMPAÑA 1640-1641

A fines de agosto o principios de septiembre de 1640 partió de San Paulo de Piratininga la gran bandeira con rumbo a las reducciones del Alto Uruguay, bajo el mando de Jerónimo Pedroso de Barros y de Manuel Pérez. Por el camino del occidente de las sierras de la costa del Atlántico cruzó el Alto Iguazú, acampando en las nacientes del Apiterebí o Chapecó, donde hicieron el campamento principal. Bordeando este arroyo bajaron a su desagüe en el río Uruguay, construyeron “ranchadas”, y con maderas, tacuaras y lianas de la región hicieron canoas, balsas, arcos y flechas.

Una partida de paulistas, en canoas, bajaron al impulso de la creciente, a la reducción de la Asunción del Acaraguá, abandonada con anterioridad por sus moradores, que se ubicaron en las cercanías del arroyo Mbororé; en aquélla construyeron empalizadas para encerrar cautivos y luego regresaron a las ranchadas del Chapecó.

La toma de algunas canoas y balsas con flechas y enseres, desprendidas de su amarradero por la creciente del río, confirmó la información de los “bomberos” o espías, la presencia de los paulistas bandeirantes en las proximidades. El superior de las Misiones, padre Claudio Ruyer, el 8 de enero de 1641 ordenó la urgente concentración de 4.200 indios guaraníes de las reducciones, efectivos del ejército misionero, bajo las órdenes de los capitanes Abiarú y Ñeenguirú.

El superior padre Ruyer, con estos dos oficiales indígenas, en una flotilla de canoas tripuladas con los primeros 2.000 neófitos concentrados, remontan el Uruguay hasta el arroyo Acaraguá, donde se les incorporó el padre Cristóbal Altamirano con algunos padres al frente de una pequeña flotilla indagadora del enemigo en las costas del río. Una ligera partida de soldados misioneros remontan el río hasta las cercanías de las bases enemigas en la confluencia del Apiterebí o Chapecó y velozmente, aguas abajo, vuelven con noticias precisas sobre los bandeirantes.

El padre Ruyer detenidamente las considera, y resuelve el repliegue de las fuerzas a las bases artilladas de Mbororé, actual arroyo Once Vueltas, afluente de la ribera derecha del río Uruguay en nuestra provincia de Misiones. Dejó frente a las empalizadas de Acaraguá quince canoas de guerra al mando de Abiarú y el padre Altamirano. Los paulistas bandeirantes, desde la confluencia del Chapecó en su flotilla de canoas y balsas, impulsadas por la corriente del río crecido, bajan al Acaraguá; su vanguardia, en un aparatoso despliegue de guerra, choca con la vanguardia fluvial misionera.

Abiarú, en una rápida maniobra de audacia, pericia y valor, hunde algunas canoas enemigas. Cuando el enemigo reacciona para un combate formal, el padre Altamirano ordenó al capitán Abiarú regresar a las bases de Mbororé. Perseguido, consigue atraer a los invasores y con delantera llega y se pone al frente de la escuadrilla fluvial de Mbororé. El día 7 de marzo de 1641 un violento temporal cayó sobre el campamento paulista, lo que permitió la concentración de contingentes de las reducciones para completar el número de guerreros convocados.

El combate

El día 11 de marzo de 1641, a las 14, la escuadra fluvial paulista bandeirante de 300 canoas y muchas balsas, tripuladas con 450 hombres bien armados con fusiles y el concurso de 2.500 indios tupís flecheros, ataca a la escuadra fluvial misionera de 70 canoas tripuladas con 800 misioneros guaraníes, sostenidos por 3.400 combatientes fortificados en tierra.

El cañoncito de una balsa blindada, con sus balas encadenadas, los cañoncillos de tacuaruzú retobados con cuero en otras balsas y la fusilería misionera hundieron varias canoas, desconcertaron el frente de ataque e introdujeron cierto desorden en la retaguardia de los invasores. El jefe bandeirante Jerónimo Pedroso de Barros se vio obligado a bajar a tierra, cruzar un arroyo grande y atacar por la retaguardia a un grupo de tiradores que acosaban a sus tropas; consigue disolverlos, pero el grupo de fusileros reacciona, contraataca al jefe Pedroso de Barros, que se ve compelido a refugiarse en una empalizada hecha por sus pontoneros al inicio del combate.

La lucha en el río y en tierra se generalizó con furia y encarnizamiento, suspendida a la entrada de la noche. Los contendientes buscaron descanso en sus respectivos refugios, con guardia en acecho. Al día siguiente, 12 de marzo, traban combate implacable durante las horas de sol, en días seguidos, hasta el séptimo, con la mayor agresividad por ambas partes. En las altas horas de la madrugada, vísperas del octavo día consecutivo de pelea, los paulistas bandeirantes, cuyas canoas fueron copadas con anterioridad y rechazado un pedido de parlamento, huyen por la izquierda del arroyo Mbororé u Once Vueltas, hacia el interior del bosque.

Los misioneros los persiguen entre las marañas, en lucha furiosa cuerpo a cuerpo. En una de estas acciones, cayeron prisioneros de los bandeirantes los capitanes Abiarú y Ñeenguirú. Sus compañeros, en un gran esfuerzo de audacia y valor, recuperan a los dos adalides, que con el más arriesgado empeño alentaron el seguimiento de los enemigos, hasta una legua del desagüe del Mbororé.

Los perseguidos, en derrota, en la oscuridad de la noche, despistan a sus perseguidores y por las serranías boscosas, en cinco días de marcha muy penosa, llegan a las empalizadas de la Asunción del Acaraguá; al otro día, considerándose libres del perseguimiento, comienzan el ornamento del campamento, para rememorar la Semana Santa, cuando son atacados por Abiarú con 150 misioneros de guerra y el padre Cristóbal Altamirano. La lucha es desesperada para los sitiados, que ante el empuje de los atacantes, abandonan las empalizadas y nuevamente se internan en las serranías boscosas.

En una marcha más larga y más dolorosa, llegan al Gran Salto del Uruguay o salto Yarequitaguazú o Moconá o el salto denominado Tucu-má por los brasileños; por un paso angosto cruzan este salto a la margen izquierda del Uruguay y, en marcha forzada, recruzan el mismo río, se acampan en las ranchadas de la confluencia del Apiterebí o Chapecó y luego siguen hasta el campamento de las nacientes de este último río. El padre Altamirano y Abiarú con sus fuerzas regresan al Mbororé, a celebrar la victoria, con un Tedeum festivo.

MBORORE

SEGUNDA CAMPAÑA DEL COMBATE DE MBORORÉ 1641-1642

Bandeira paulista de socorro

Sabedor de la derrota de la bandeira de Mbororé, San Pablo mandó una bandeira de socorro que llegó al campamento de la primera de las nacientes del Apiterebí o Chapecó, poco antes de finalizar 1641. Los derrotados son incorporados a la nueva expedición paulistana, y ésta, ansiosa de cautivar indios y vengar las derrotas de su antecesora, baja por otro camino a las ranchadas de la barra del Apiterebí, rehace las anteriores empalizadas, construye nuevas balsas y canoas, arcos y flechas, desciende navegando hasta la barra del arroyo Yabotí, afluente de la margen derecho del Uruguay, en nuestra provincia de Misiones; allí levanta una fuerte empalizada, última tarea preparatoria para el avance a las reducciones del sur.

En momentos en que los paulistas bandeirantes esperaban concentrar las fuerzas de ambas bases, el Estado Mayor de guerra de los misioneros, informado por los “bomberos” o espías sobre las actividades de los invasores, destaca al supervisor de guerra padre Cristóbal Altamirano y al capitán Abiarú con 150 aguerridos guaraníes cristianos contra los invasores en el Yabotí. Abiarú, en un arriesgado ataque bien concebido, y bien ejecutado, hizo desalojar a los paulistas bandeirantes de la empalizada y huir a las serranías boscosas.

En una marcha más larga y más penosa que la de los derrotados de Mbororé-Acaraguá-Yarequitaguazú (o Moconá), buscaron el auxilio de los compañeros de las bases del Apiterebí. El padre Altamirano, con Abiarú y 150 combatientes guaraníes, atacan con incontenible intrepidez las estacadas de estas bases, haciéndolas desocupar. Los derrotados, nuevamente se internan en las selvas, perseguidos por las fieras, los indios guayanás y los misioneros hasta más allá de las ranchadas del primer campamento de las cabeceras del Apiterebí o Chapecó, de regreso a la ciudad de San Pablo, Brasil.

Importancia de la victoria de Mbororé

El historiador brasileño Alfonso de E. Taunay en su “Historia das Bandeiras Paulistas” menciona que el gobernador del Paraguay, Gregorio de Hinestrosa, el 6 de septiembre de 1641, en una carta a la Audiencia de Charcas, decía. . . “que los paulistas tan pronto no volverían a la carga. Durísima les fuera la lección. La victoria trajo las más importantes consecuencias para la seguridad del Paraguay, Buenos Aires y Perú”.

El rey de España, Felipe IV, por cédula del 7 de abril de 1643, resolvió que “durante diez años no se cobrasen tributos a los indios del Plata y del Paraguay ni fuesen encomendados en testimonio de reconocimiento por lo que ocurriera”.

El padre Pablo Hernández, S.J., en su obra “Organización Social de las Doctrinas Guaraníes de la Compañía de Jesús” expresa: “Con la batalla de Mbororé terminó para los paulistas el propósito de destrucción de las reducciones. Puede fijarse, pues, en esta época el establecimiento definitivo de las Doctrinas en los parajes que ocuparon hasta la expulsión de los jesuítas”.

El padre Guillermo Furlong, S.J., académico y ex presidente de la Academia Nacional de la Historia, que ha poco visitó las ruinas de Loreto, en su compendio de historia regional: “Misiones y sus Pueblos de Guaraníes” declara: “La gran batalla naval de Mbororé fue la primera en los fastos navales argentinos”.

Vivencia

Al poco tiempo del primer gran hecho de armas del ejército guaraní misionero, en nuestro río Uruguay, las crónicas registran algunos fenómenos acústicos en el ambiente del escenario del combate de Mbororé.

En cierta hora y temperatura del día o de la noche de silencio y calma, se oyen periódicamente disparos de cañón y fusilería, entrechocar de armas, voces de mando, gritos, imprecaciones y ayes que se ahogan sobrecogedoras en las selvas circundantes y en la cristalina faz del Uruguay. . . ¡es el registro en el gran disco de la naturaleza de una vivencia de historia!. . .

mborore

Texto escrito por Casiano Néstor Carvallo, publicado en el Boletin del Centro Naval Nº 708 en Septiembre de 1973

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