En alas de la victoria: La toma de Valdivia

Era Valdivia una extensa fortificación con varias torretas a lo largo de ambas márgenes del fiordo chileno por casi seiscientos metros. Su posición parecía convertirla en una presa casi inexpugnable. William Bennet Stevenson, pecando de exceso, describía Valdivia como el Gibraltar de Sudamérica.

Cochrane se aproximó a la costa enarbolando la bandera española para realizar un reconocimiento, con tanta fortuna que un bote con cuatro soldados y un piloto se acercó a la nave ya que estos creían que se trataba del Potrillo, una fragata que venía del Callao con dinero y municiones para la fortaleza. Con esta información, el escocés decidió esperar al Potrillo, que transportaba $20.000 en plata y otros $40.000 en vituallas y municiones. Capturada esta nave, la flota se dirigió a Talcahuano, donde encontraron al Intrépido y al Moctezuma, barcos que Sir Thomas incluiría entre las fuerzas que atacarían Valdivia, además de solicitarle al general Freire 250 soldados de Infantería al mando del mayor Beauchef, un veterano francés de las guerras napoleónicas.

El 29 de enero de 1820, los barcos zarparon hacia Valdivia pero, esa noche, mientras Cochrane dormía extenuado por las múltiples tareas que debía asumir en esta arriesgada misión, conducido por manos inexpertas, el O’Higgins encalló en la remota isla de Quiriquina.

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Maqueta de la fragata

Maqueta de la fragata “O’Higgins” que se conserva en el Museo Naval y Marítimo de la Armada de Chile.

La nave rápidamente comenzó a hacer agua porque las bombas fallaron y no había suficientes botes para transportar a los seiscientos hombres embarcados. Thomas se hizo cargo de la situación y bajó a reparar las bombas con sus propias manos, lo que salvó a la nave de hundirse. Este episodio no careció de momentos dramáticos; mientras el almirante arreglaba las bombas, sus hombres repetían al unísono: “¡Es mejor que nos ahoguemos todos que volver atrás!”. Después del desorden inicial, la tropa fue trasladada a los demás barcos. Aliviado de su carga, el O’Higgins reflotó, pero ya no se encontraba en condiciones de entrar en combate. Sin embargo, este desgraciado episodio no fue un impedimento para que el almirante dirigiera la flota hacia la fortaleza.

Las fortificaciones de Valdivia estaban defendidas por dos mil hombres y cien cañones en siete fuertes que dominaban la bahía. El primero se llamaba Puerto Inglés, le seguía San Carlos, Amargos, Chorocomayo, Niebla y la isla de Manzanera. El Castillo del Corral era el más importante.

Si bien el aspecto era intimidatorio, Cochrane enseguida percibió que la fortaleza estaba diseñada para repeler un ataque desde el mar, pero no resistiría un ataque por tierra. “Go for it”, le había dicho el almirante Nelson cuando conoció al intrépido Cochrane. Las palabras de determinación le quedaron impresas. Esta era la oportunidad, había que ir tras ella, tras la victoria.

Los 250 infantes desembarcaron al pie del fuerte Puerto Inglés, mientras el Intrépido y el Moctezuma enarbolaban la insignia de España. Una vez más, Miller encabezó el ataque poco antes del atardecer y, una vez más, fue herido. Los infantes ascendieron por la cuesta hostigados por los disparos de los defensores que, ya siendo noche cerrada, no acertaban con los blancos. El joven oficial chileno Francisco Vidal pudo sortear la fosa que rodeaba el fuerte y las tropas chilenas al mando de Beauchef cargaron a la bayonette y expulsaron a los defensores. En su huida, estos se toparon con los refuerzos enviados, dispersándolos en desorden. Cuando el fuerte San Carlos abrió sus puertas para recibir a los fugitivos, las tropas chilenas prontamente irrumpieron en la fortaleza y la capturaron sin mayor resistencia. Tal era el desánimo entre los españoles. Pocos minutos después, hicieron lo mismo en Amargos.

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El objetivo final era el Castillo del Corral, defendido por el regimiento de Cantabria. Todos pensaban que ese sería el lugar de mayor resistencia; sin embargo, a esa altura, la confusión era tan grande entre los realistas que las tropas huyeron sin dar pelea, más cuando en el horizonte asomó el velamen del O’Higgins. Alarmados por la posibilidad de que nuevas tropas se uniesen a los atacantes, los españoles se rindieron.

Esta claudicación no fue obstáculo para que los chilenos fusilasen a los prisioneros desarmados, un exceso habitual en las guerras de independencia en América Latina. La venganza era la regla. William Bennet Stevenson debió intervenir para evitar que continuase la matanza. Este interpeló a los oficiales Erezcano y Latapia, que habían prometido a sus soldados dar rienda suelta a su furia retaliatoria. Inmediatamente, cesaron las ejecuciones y se respetó la vida de los prisioneros.

A la mañana siguiente, el Intrépido y el Moctezuma entraron al fiordo. En pocas horas, el coronel Montoya enviaba a sus edecanes para acordar una tregua, mientras él y las tropas que le quedaban se dirigían a la isla de Chiloé.

Miller comentó en sus memorias: “Los patriotas estaban tan sorprendidos como halagados”. Habían tomado el Gibraltar de Sudamérica.

El botín fue cuantioso: varias toneladas de pólvora, diez mil balas de cañón, 170.000 cargas de mosquete, 128 cañones, £10.000 que guardaba el general Sánchez y la nave Dolores, que fue vendida por otras £10.000.

Las pérdidas apenas fueron siete muertos y diecinueve heridos, más los daños del Intrépido que había varado en un banco de arena. Fue una enorme victoria, que le abría a Cochrane las puertas de la gloria.

Texto extraído del libro El general y el almirante. Historia de la conflictiva relación entre José de San Martín y Thomas Cochrane (Olmo Ediciones).

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