Todo ocurrió en la casa de Francisca Bazán de Laguna, situada sobre la Calle del Rey, en San Miguel de Tucumán. La mujer había recibido la vivienda como dote al casarse. Era una construcción de 1760 y había sido alquilada por el gobierno para que pudiese sesionar el congreso. Hubo que tirar abajo una pared que dividía dos salones para adecuar un ambiente lo suficientemente amplio para las sesiones. “Es un orgullo para mí que todo esto esté pasando en mi casa”, dijo. El 24 de marzo de 1816 el Congreso de Tucumán comenzaba a funcionar.
Pero más allá de lo que en esos meses se discutió, hay un misterio que aún no tiene respuesta, y es que no se sabe dónde está el acta original de la declaración de la independencia.
Se la redactó el 8 de julio de 1816, tomando como modelo la norteamericana y se la votó al día siguiente a las dos de la tarde. ¿Quiénes participaron de la redacción? Posiblemente los diputados Juan José Paso y José Serrano, secretarios del Congreso. Aunque resulta lógico pensar que hayan sido más los autores intelectuales de tan importante documento.
El acta dice: “En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán, a nueve días del mes de julio de mil ochocientos diez y seis: terminada la sesión ordinaria, el Congreso de las Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto y sagrado objeto de la independencia de los pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del territorio por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España; los representantes sin embargo consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, pueblos representados y posteridad. A su término fueron preguntados si quieren que las provincias de la Unión fuese una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli. Aclamaron primeramente llenos de santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron sucesivamente su unánime y espontáneo decidido voto por la independencia del país, fijando en su virtud la determinación siguiente:
Declaración
Nos, los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos; declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli; quedar en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo del seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración. Dada en la Sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios.
En la sesión secreta del 19 de julio, a pedido del diputado por Buenos Aires Pedro Medrano, se agregó “y de toda dominación extranjera” a la frase “del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. El 21 de julio, los congresales juraron la independencia y en Buenos Aires se haría el 13 de septiembre, en medio de sendos homenajes y festejos.
El 13 de agosto, el director supremo, Juan Martín de Pueyrredón, dispuso imprimir 1500 copias del acta para ser distribuidas en todo el territorio; y por moción del diputado José María Serrano se hicieron 500 copias en quechua y otras tantas en aimara, las que se enviaron al noroeste del país.
¿En qué momento se perdió de vista dicho documento? Se ignora si fue en 1816, en la época en la que gobernaba Juan Manuel de Rosas o posiblemente en las décadas posteriores. Escasas son las pistas.
El enigma Bacle
Según estudios realizados por Bonifacio del Carril sobre las copias del acta existentes, en las que figuran las firmas de los 29 diputados, datarían de 1833, cuando en Buenos Aires el suizo César Hipólito Bacle estaba a cargo de la Litografía de Estado. El acta original habría estado en su poder, ya que era la única forma que pudiera hacer copias con las firmas de los congresistas. Si el acta la tuvo el suizo, ¿qué pudo haber pasado con ella? Cuando Bacle vio que su situación económica no mejoraba, consiguió que el gobierno de Chile lo contratase. Molesto Rosas por la decisión, Bacle, a punto de dejar Buenos Aires definitivamente, fue objeto de acusaciones inventadas. Encarcelado el 4 de marzo de 1837, permaneció meses en prisión sin proceso alguno. Gravemente enfermo y al borde de la locura, fue liberado a fin de ese año y falleció el 4 de enero de 1838. Su muerte fue uno de los motivos del bloqueo anglofrancés al Río de la Plata. ¿El acta se habrá perdido en su taller? ¿La tuvo Rosas y se la llevó a su exilio inglés?
El robo a Grimau y Gálvez
Otra versión sostiene que el acta fue robada al mes de declararnos independientes. A fines de agosto o comienzos de septiembre de 1816 ocurrió un confuso episodio que rondó alrededor de un joven oficial, llamado Cayetano Grimau y Gálvez. Este porteño había luchado en las invasiones inglesas, luego en distintos regimientos y actuó en el sitio de Montevideo, según refiere el historiador Carlos Páez de la Torre. Cuando el congreso sesionaba en Tucumán, fue comisionado para llevarle documentos a Manuel Belgrano. Declarada la independencia, las autoridades del Congreso le confiaron un paquete con documentos a ser entregados a Pueyrredón. Provisto de una escolta y pobremente armado, en Córdoba fue sorprendido por soldados de Artigas. Uno de ellos, “el inglés García” lo conminó a entregarle los documentos. Algunos historiadores sostienen que entre los papeles estaba el acta original, aunque no habría pruebas concretas al respecto.
Y los años pasan…
Cuando se preparaban los festejos del centenario de la independencia, en 1916, el presidente Victorino de la Plaza ordenó la búsqueda del acta, sin suerte. Lo mismo hizo cincuenta años más tarde Arturo Illia, pero con un poco más de fortuna, ya que le entregaron 3100 documentos originales relacionados al Congreso de Tucumán, que habían sido hallados en una institución salesiana. Sin embargo, no estaba el acta original.
¿Se perdió para siempre?