El 8 de julio de 1838, 35 jóvenes se reunieron en un vasto local en la ciudad de Buenos Aires e hicieron un juramento. Unos días antes, ya se habían dado cita para conocerse y para pensar los pasos a seguir, y esta segunda reunión era la culminación de ese deseo. Estaban en franca oposición al gobierno rosista, reunidos en secreto y pensando en una nación diferente. Ese día, según Esteban Echeverría, quedaba fundada la Asociación de Mayo.
Si nos detenemos un segundo y nos alejamos un poco de la dimensión épica de este encuentro, empiezan a aparecer preguntas que Echeverría, en estos sucesos que él relata en su Ojeada retrospectiva de 1846, no puede aclarar. Una rápida búsqueda hoy en día acerca de la “Asociación de Mayo” no lleva a ningún lado, porque esta nunca existió, por lo menos no con ese nombre ni en los términos que él propone.
¿De dónde sale esta mítica asociación, entonces? En este punto resulta esclarecedor referirse a las palabras de José Ingenieros quién, en La evolución de las ideas argentinas de 1920, recuerda que “Asociación de Mayo” es el nombre con el que Echeverría intentó inmortalizar, siguiendo la elaboración de su propio relato, a la asociación que efectivamente había sido creada en 1838: La Joven Argentina. El cambio de nombre, para Ingenieros, responde al hecho de que para esa época, Echeverría, quien ya contaba con 41 años, difícilmente podía seguirse considerando parte de la juventud. Ya en el exilio, enfermo e irrelevante, va intentó dar una nueva vida a su Creencia, ahora rebautizada Dogma Socialista, el documento que los miembros de la Joven Argentina juraron en 1838.
La pregunta ahora se reorienta a la cuestión de la naturaleza y el origen de esta asociación y, sobre todo, de su importancia para Echeverría, al punto de querer resucitarla 8 años después y en un contexto tan diferente. La respuesta existe en la vasta historia de la juventud intelectual argentina a fines de la década de 1830, normalmente identificada como la Generación del 37, y en sus dinámicas particulares.
Este movimiento, en toda su diversidad, suele ser descripto como un grupo de intelectuales cuyo objetivo era, a grandes rasgos, lograr una transformación cultural que permitiera dotar a la nación de una identidad. Este proceso, frente a una aparente ausencia de tradiciones locales, se moldearía usando las últimas tendencias intelectuales traídas de Europa, principalmente aquellas relacionadas al romanticismo de raíz francesa, pero siempre prestando especial atención a las condiciones particulares de la realidad nacional y, por sobre todo, reconociéndose como herederos de la revolución de 1810 y sus postulados.
Este grupo de intelectuales adquirió relevancia a través de diferentes acciones y medios, entre los que se destaca el Salón Literario de Marcos Sastre, fundado en junio de 1836. Esta experiencia, generada y promovida por las inquietudes de los jóvenes Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez, es la primera que nos permite hablar de un interés común en la intelectualidad porteña. Su mérito más grande es que logró aglutinar a todos estos individuos en un mismo espacio y con un mismo propósito: juntarse a leer y discutir las novedades literarias y filosóficas. Los orígenes del Salón nos muestran, sin embargo, que la idea generacional todavía no estaba tan definida, al incluir entre sus miembros, no sólo a jóvenes, sino también a personajes como Vicente López y Planes y Pedro de Angelis, pertenecientes a la generación anterior. Otro aspecto importante en este punto es el hecho de que aún no había una definición política clara. Mientras que personajes como Sastre, de Angelis e incluso Alberdi se mostraban aún favorables a Rosas – este último, creyéndolo capaz de ser seducido por sus esfuerzos llegando a hablar de él como un “genio” o “un hombre extraordinario” capaz de ser el portavoz de las masas-, la presencia protagónica de Echeverría, especialmente, rompía con estas tendencias.
Echeverría, es importante recordar, era visto en ese momento como el poeta romántico por excelencia, algo que lo hacía el líder natural de este grupo. Era unos cinco años mayor que el resto de los participantes más jóvenes, ya era un celebrado poeta y guitarrista, acababa de volver de una estadía de cinco años París, donde había estado expuesto, no sólo a nuevas ideas, sino también a nuevas modas que el vestía, destacándose en Buenos Aires por su aspecto europeo. A su retorno a inicios de la década del 30, este hombre inclinado a la soledad y caracterizado por un leve sentido de superioridad, no contaba con un círculo social importante, por lo que su acercamiento a los jóvenes, que lo seguían con admiración, probó ser su forma de mantenerse relevante.
Desde su posición de liderazgo en el Salón Literario comenzó a hacer algo que no había hecho hasta el momento: hablar de política. Es entonces que empieza a formular sus teorías acerca de un camino al progreso nacional alejado del programa rosista que, hasta aquel punto, no había logrado mostrar ningún resultado positivo en este sentido. Esta crítica, si bien no fue recibida con benevolencia por muchos de los miembros adictos al régimen, tuvo un fuerte impacto en algunos jóvenes que empezaron a plantearse la posibilidad de que Echeverría tuviera razón.
El Salón terminó cerrando al poco tiempo, pero las ideas de este grupo liderado simbólicamente por Echeverría se mantuvieron vivas. Así es que cobran importancia órganos de difusión como La Moda, un periódico dirigido por Alberdi de calculada frivolidad, pero con él fin de educar al público en las ideas progresistas, que contó con la colaboración de muchos de los miembros del Salón como Gutiérrez, Vicente Fidel López, Carlos Tejedor y los hermanos Rodríguez Peña. A pesar de su popularidad, La moda fue cerrado por orden de Rosas, aunque no se persiguió a sus colaboradores, algo que confirmó que quedaba cerrado cualquier tipo de diálogo entre este grupo de intelectuales y el gobernador. Con las palabras pronunciadas por Echeverría en el Salón todavía circulando en forma de manuscritos clandestinos, la decisión de armar una nueva sociedad, ahora secreta, liderada por él, naturalmente, era el paso a dar.
Así es que el 23 de junio de 1838 se reunieron por primera vez y, un par de semanas después, el 8 de Julio, leyeron y juraron el documento elaborado por Echeverría, con participación de Alberdi. Al día de hoy la Creencia o Dogma Socialista, como luego se conocería a ese texto, ha despertado todo tipo de críticas por su vaguedad y su falta de un programa coherente para, como proponía, llevar a cabo los ideales que habían sido proclamados en la Revolución de Mayo. Las ideas desarrolladas por Echeverría -esencialmente alejadas del liberalismo clásico en el concepto de poner a la sociedad, vagamente identificada en este caso con la “nación”, por sobre el individuo- estaban basadas en una mezcla ecléctica de ideales asociados a los socialismos “utópicos”, y a lecturas de moda en ese momento como las doctrinas igualitaristas de Pierre Leroux o las teorías del desarrollo histórico del Conde de Saint-Simon. Todos estos elementos, incluso un poco datados al momento de su redacción, harían de este documento algo obsoleto en tan solo diez años.
A pesar de todo, el valor simbólico que la Creencia tuvo fue importante, ya que logró unir a los jóvenes intelectuales bajo un credo común. Su legado fue el de movilizar intelectuales exiliados en toda la región, que conocieron el documento a través de diferentes publicaciones a inicios de 1839, y hacer que penetre en ellos la idea de renovar al país, pensarlo de forma diferente, y superar la dicotomía unitarios-federales que, a su juicio, tanto mal le hacía a la Argentina.
Con el tiempo, sin embargo, este impulso inicial que el texto de Echeverría ayudó a dar resultó ser su única contribución perdurable. Al poco tiempo de creada la Joven Argentina, el terror rosista se intensificó y varios de sus miembros fueron apresados o empujados a huir al exilio, entre ellos el mismo Echeverría. Hacia el año 1846, alejado de cualquier tipo de importancia que hubiera podido tener y emprendiendo un irremediable camino hacia la irrelevancia, intentó desde Montevideo reactivar la sociedad renombrándola “Asociación de Mayo” y dándole una nueva historia, fijada por él en su Ojeada retrospectiva que acompañaba la reedición de la Creencia, devenida ahora en Dogma Socialista. Sus esfuerzos resultaron vanos frente a análisis políticos mucho más modernos y originales – tales como los de Tocqueville y Adam Smith que por esa época llegaban a la región o, incluso, los de Sarmiento y Alberdi, aplicados específicamente a la realidad nacional – al punto que muchos de sus antiguos discípulos no pudieron evitar sentirse decepcionados.