El entierro del Duque de Hierro

Arthur Wellesley fue su prestigio como militar demostrado en la India, España y el resto de Europa, donde jamás perdió una batalla, que le deparó al Duque una carrera política como Primer Ministro. Lamentablemente, los problemas económicos y la tendencia a reprimir con violencia cualquier insurgencia, no solo le ocasionó las críticas de los medios, sino el odio de la población.

El duque se opuso a todo progresismo liberal, y sus actitudes conservadoras le granjearon la animadversión de la opinión pública, y hasta agresiones físicas.

Como todos sabemos, no hay mal que dure cien años, y el duque murió a los 83 años. La opinión pública para entonces había olvidado la rigidez del general o, mejor dicho, quiso eternizarla en el bronce.

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Wellington murió el 14 de septiembre de 1852 en su palacio de Kent, e Inglaterra decidió homenajearlo con un entierro digno del hombre que había vencido al monstruo francés (aunque aún entre los británicos, Napoleón contaba con numerosos admiradores dispuestos a rescatarlo de su exilio oceánico, para ponerlo al frente de imperios en Sudamérica o Texas).

El cuerpo del Duque fue embalsamado, ya que las exequias duraron once días. Para el traslado de los restos de Wellington se dispuso de un carruaje de seis ruedas, tirado por cinco caballos negros, que pesaba once toneladas. Este coche fúnebre vibró sobre el empedrado de Londres en su trayecto a la Catedral de Saint Paul.

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Fue la procesión más extraordinaria que se pueda recordar en Londres. Trece mil personas pasaron por la Catedral para despedir al Duque.

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