Samuel Beckett y el desencanto

La discusión académica en torno a la obra de Samuel Beckett en general, y específicamente en torno a Esperando a Godot, ha venido dando vueltas desde su fecha de estreno. Algunos estudios se concentraron en mostrar cómo la obra descubre los límites de la modernidad y con ello su pérdida de poder. Otros, se enfocaron en exponer cómo la verosimilitud de los “objetos” modernos se pierde ante la evidencia de que el tiempo y el espacio no son tan absolutos como se pensaban. El énfasis en la discusión en los estudios más cercanos a nuestros días se ha desplazado a mostrar cómo la obra devela las características de lo que se ha llamado la “posmodernidad”.

Vladimiro, el personaje más importante de la obra, duda de manera sistemática, vital y comprometida, durante toda la obra. Pareciera evocar la máxima de Descartes: cogito ergo sum. Esa duda vital le permite a Vladimiro realizar diversos razonamientos sobre variados temas que se le ocurren durante la espera del misterioso Godot. En Vladimiro parecen manifestarse principios fundamentales del hombre moderno.

Beckett, nacido en Dublin en 1906, se había establecido en Francia al llegar a su juventud. Entre 1946 y 1949, escribió en francés tres novelas: Molloy, Malone muere y Lo innombrable; sus Textos para nada y la pieza Esperando a Godot. Según contó en una entrevista, escribió Godot en tres meses, casi sin retocar el borrador.

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El proceso que llevó al debut de la obra, que dirigió Roger Blin, fue arduo. Duró más de tres años en busca de financiación y padrinazgo. Suzanne Deschevaux-Dumesnil, que fue la compañera de Beckett durante casi 50 años, recorrió las calles de París con el manuscrito en busca de un editor y luego de un director.

Finalmente, Blin consiguió una subvención de 500 mil francos y fue a ver a Jean-Marie Serreau, director del pequeño Théatre de Babylone. “Después de vacilar durante un año, esperanzado con la subvención que podía restaurar su propia situación financiera, Serreau resolvió permitirme intentar la aventura y puse manos a la obra. En 1953, Esperando a Godot subía, por fin, a escena.”

Una vez llegado el estreno, rápidamente también llegó la consagración mundial. Las críticas parisinas fueron moderadas pero auspiciosas. El fenómeno excedió, sin embargo, el alcance de toda crítica, como demuestran las traducciones a 18 idiomas que se hicieron en los años siguientes; sus puestas en Europa, en la Argentina en el año 1956, en la cárcel de San Quintín en 1957. La base de la fascinación general quizás se encuentre en la capacidad de la obra por seguir sugiriendo, hasta el día de hoy, innumerables interpretaciones.

Entre las múltiples lecturas que se hicieron desde entonces, suele prevalecer la de quienes ven en la admiración por Esperando a Godot una especie de necesidad general de confirmar la desilusión y la oscuridad de estos tiempos. Se ha considerado a Beckett como el profeta de la negación y la esterilidad, por su nihilismo intelectual y pesimismo absoluto.

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