Tras el éxito de La bella durmiente en 1890, Ivan Vsevolozhsky, el director de los Teatros Imperiales, encargó a Tchaikovsky (1840-1893) la composición de un programa doble con una ópera y un ballet. La ópera fue la magnífica Iolanta. Para el ballet, Pyotr Ilyich Tchaikovsky volvió a contar con Marius Petipa y escogió el cuento de El Cascanueces que había escrito Alejandro Dumas, pero se basó en la versión El cascanueces y el rey de los ratones de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann.
Aunque el argumento varía según los montajes, en pinceladas narra la historia de una niña alemana llamada Clara (en algunas versiones la pequeña se llama María). Herr Drosselmeyer llega la noche de Navidad con un saco repleto de regalos para todos los niños excepto para ella. La pequeña recibe un cascanueces en forma de soldado lo que provoca la ira de su hermano Fritz, que le rompe el juguete. A medianoche, cuando todos duermen, el soldado cobra vida y, tras derrotar al rey ratón, lleva a la pequeña Clara a un reino mágico poblado por muñecos.
Cuando Tchaikovsky compuso este ballet era ya un compositor consagrado que había demostrado su enorme versatilidad. Había compuesto música instrumental y de cámara, sinfonías, óperas y, cómo no, grandes ballets.
Paradójicamente, la acogida de su nueva composición no fue muy positiva. El público y la crítica elogiaron la música, pero abominaron de la coreografía de Petipa y despreciaron las actuaciones de los bailarines. El propio Tchaikowsky confesó en su momento: «A pesar de la espléndida producción, es algo aburrida».
En esa época la obra desilusionó al público, no entendieron el hecho de que el rol de la primera bailarina estuviera reducido al paso a dos del segundo acto, cuando en ese momento eran siempre las primeras bailarinas las que protagonizaban y acaparaban la atención en los ballets.
Para colmo, la bailarina que se subió a las tablas por primera vez no era muy agraciada, de hecho fue sustituida en la cuarta función por otra con un físico más adecuado (algo impensable en el siglo XXI). Por no hablar de la inclusión de niños, toda una novedad que no sentó nada bien. De esa versión original, probablemente lo único que ha sobrevivido es justo ese gran paso a dos. El Cascanueces es el ballet clásico que ha vivido más cambios, no sólo en la coreografía, también en su argumento.
Fantasía
Casi 50 años después de su estreno, Walt Disney utilizó parte de la música de El Cascanueces para la banda sonora de Fantasía (1940). El éxito de la película provocó que el público comenzara a interesarse por el ballet y su fama se desbordó en 1950 cuando fue televisado.
El Cascanueces ha formado parte del repertorio de las mejores compañías de Danza del mundo, por el ballet de Tchaikowsky han pasado los grandes artistas del siglo XX, Alicia Alonso, Rudolf Nuréyev, Baryshnicov y un sin fin de nombres del olimpo de la danza.
Desde las producciones de Gorsky, Vainonen y Balanchine, muchos coreógrafos han hecho sus propias versiones. Destacan las de Rudolf Nuréyev para el Royal Ballet; Yuri Grigoróvich para el Teatro Bolshói; Mijaíl Barýshnikov para el American Ballet Theatre y Peter Wright para el Royal Ballet y el Ballet de Birmingham.
En los últimos años han aparecido producciones revisionistas como las de Mark Morris, Matthew Bourne y Mijaíl Shemiakin, que parten del libreto original de 1892. Por su parte, la versión de Maurice Bejart se aleja por completo de la trama y los personajes originales.
Además de las interminables versiones, existen un buen número de grabaciones musicales entre las que sorprende por su originalidad la que Duke Ellington realizó en 1960, en clave de jazz.
La televisión tampoco ha sido ajena a su influjo, El Cascanueces ha llegado a protagonizar incluso un episodio de Los Simpson en 2005.