Daniel Defoe es alguien que la memoria colectiva recuerda moderadamente como el escritor de Robinson Crusoe, y no mucho más. Desde ya, además de incompleta, la referencia únicamente en relación a un libro que fue escrito por el autor cuando estaba por cumplir los sesenta años, oscurece también el hecho de que Defoe fue un personaje que llevó adelante una vida repleta de intrigas y redenciones que bien podría haber salido de la ficción.
Hombre de orígenes oscuros, no se conoce la fecha exacta de su nacimiento, pero se supone que sucedió en algún momento a finales del año 1660. Se sabe que su padre, James Foe (Daniel más tarde agregaría el “De”), era un próspero fabricante de velas de sebo, por lo que se suele asumir que Defoe tuvo una infancia privilegiada y cómoda. Como su familia era disidente – es decir, presbiterianos contrarios a la iglesia anglicana – sus estudios fueron algo atípicos y bastante liberales para la época ya que, estándole vedadas las Universidades de Oxford o Cambridge, acudió a la academia del Reverendo Charles Morton en Newington Green, Londres.
Allí tuvo una educación muy completa y, aparentemente, en algún punto Defoe se debatió acerca de hacerse clérigo, pero para 1681, según dicen algunas biografías, tras una crisis de fe abandonó definitivamente esta idea y se entregó a la que sería una de las grandes pasiones de su vida: el comercio. Arrancó vendiendo medias, luego artículos de lana y rápidamente pasó al tabaco y al vino, al punto que para finales de la década de 1680 ya había viajado por todo el país, formado una familia y adquirido una fortuna considerable. Así y todo, dado su amor por una buena ganancia, no sorprende que Defoe fuera un especulador nato y que su situación financiera, plagada de deudas, siempre fuera inestable. En 1692, finalmente, tras arriesgarse a asegurar barcos durante la guerra con Francia por grandes sumas de dinero, adquirió una deuda de 17 mil libras (una fortuna que hoy se estima sería de casi medio millón de libras esterlinas) y tuvo que declararse en bancarrota.
Desamparado, perseguido por sus acreedores y con una familia que sostener, los últimos años del siglo vieron a Defoe rebuscándoselas, moviendo influencias en el gobierno para conseguir empleos varios en la administración y, finalmente, armando una fábrica de tejas y ladrillos en el suburbio londinense de Tilsbury. Este último emprendimiento resulto especialmente próspero y le permitió saldar muchas de sus deudas, además de dejarle amplio margen para desarrollar sus actividades políticas y, por llamarlas de algún modo, literarias.
Es que, antes de ser novelista, Defoe fue conocido por ser un gran escritor de panfletos y, ya desde 1685, marcado por su identidad disidente, se había expresado una y otra vez activamente en contra del rey católico Jacobo II y, a partir de 1688, a favor de Guillermo de Orange. Para inicios del siglo XVIII él ya escribía a tiempo completo ganándose odios y admiraciones en el terreno político marcado por el ascenso de la reina Ana al trono, pero la raíz de la segunda gran ruina de su vida vino de la mano de un texto religioso llamado “The shortest way with the dissenters” (“El camino más corto con los disidentes”, 1702). Allí Defoe satirizaba las opiniones de los anglicanos extremadamente conservadores y, a través de la ironía, adoptaba la voz de sus enemigos y reducía sus argumentos al absurdo. El juego literario, sin embargo, no fue entendido como tal, por lo que las autoridades, simpatizando con los afectados y probablemente buscando una excusa para callarlo, consideraron que el texto era inflamatorio y sedicioso y ordenaron la detención de Defoe. Eventualmente juzgado culpable, en 1703 el escritor debió pagar una multa, pasó tres días en la picota expuesto a las inclemencias del público, y fue sentenciado a pasar un tiempo indeterminado en la cárcel.
A partir de entonces, lejos de asumir esta posición de forma discreta, Defoe dejó a todos en la escena política boquiabiertos cuando abandonó sus posiciones previas y adoptó la ideología de sus adversarios. En estos años, a través de incontables panfletos y del periódico oficialista que él creó y dirigió conocido como el Review, Defoe se asumió como promotor del régimen de la reina Ana y se expresó a favor de sus políticas, como muestra su trabajo fino en aras a la aceptación del Acta de Unión de 1707 en Inglaterra y en Escocia. Sin embargo, la muerte de la monarca en 1714, así como el ascenso del rey Jorge I, Elector de Hanover, al trono en detrimento del hermano de la reina, Jacobo, lograron que el escritor retornara a su vieja posición anti-jacobita. Ahora de forma velada, Defoe volvió a trabajar para los Whig infiltrado escribiendo (e incluso adoptando posiciones directivas) en medios Tory ultraconservadores buscando proyectar una visión moderada para atemperar y manipular las posiciones extremas que allí se expresaban.
De todos modos, prolífico y pragmático como era, su trabajo como escritor no se limitó meramente a los escritos panfletarios. Con el fin de sostener económicamente a su familia, si bien ya no era un comerciante, el espíritu de emprendimiento no había abandonado a Defoe y realmente se entregó como ningún otro a las posibilidades que ofrecía un mercado literario en creciente expansión como era el de inicios del siglo XVIII en Inglaterra. El país contaba por entonces con una población con índices de alfabetización cada vez más altos (cerca del 40% en los hombres y el 25 % en las mujeres) que empujaba la demanda por materiales de lectura interesantes y variados, y Defoe, hábil para ajustarse a diferentes tipos de género, llegaría a escribir un estimado de 300 a 500 textos. Ya en los primeros años del siglo entre sus obras se contaban, por ejemplo, poemas, polémicas y tratados políticos, sátiras, libros de historia y textos sobre economía. Para finales de la década de 1710, después de haberse ajustado a tantas posiciones a lo largo de su vida, no llama la atención que Defoe tomara la decisión de lanzarse al mundo de la ficción.
El 25 de abril de 1719 publicó su primera y más famosa novela, Robinson Crusoe, célebre historia que sería reinterpretada hasta el cansancio acerca de un marino que naufraga e, inicialmente completamente solo en una isla, debe encontrar la forma de procurar su supervivencia material mientras duda sobre su fe. El éxito arrollador de este texto, considerado por muchos como la primera novela moderna de habla inglesa, inspiró una segunda parte, Nuevas aventuras de Robinson Crusoe (1719), así como toda una serie de nuevas obras “autobiográficas” que incluyeron Las Aventuras del Capitán Singleton (1720), Diario del año de la peste (1722), Moll Flanders (1722) y Roxana (1724). Aunque ninguno fue escrito con otra intención que no fuera procurarle una ganancia a Defoe, algo que quizás sorprenda, todos estos relatos gozaron de amplia popularidad en su época y todavía hoy son considerados clásicos absolutos de la literatura universal.
A pesar de su éxito y relevancia, para mediados de la década de 1720 este escritor de orígenes poco claros se internó nuevamente en las sombras de la historia. Con los pocos detalles disponibles, los biógrafos de Defoe aseguran que hacia el final de su vida él volvió a caer en la ruina financiera y se la pasó o preso o escapando de sus acreedores. Finalmente, Defoe murió el 24 de abril de 1731.