Viviendo en Hungría, de vez en cuando suelo ir a comer el menú del día que se puede encontrar en la mayoría de sitios por el módico precio de unos 1.500 florines (poco más de cuatro euros al cambio).
En una ocasión, no había lugar suficiente, por lo que me vi obligado a compartir mesa con un señor que quizás algo sorprendido por el hecho de que no fuese estudiante (¿Qué otra cosa sino, siendo extranjero, en una pequeña ciudad de provincias húngaras?), decidió prolongar la conversación y preguntarme por mi país (España), saliéndose de la superficialidad típica en este tipo de charlas ligadas al estereotipo fácil de fútbol y buen tiempo.
Continuamos hablando y llegados a un punto, me comentó:
— “Sabes, España es un país hacia el que, como húngaro, siento una enorme simpatía”.
— “Vaya” -me imaginé- “por fin llegamos a la conversación clásica de Puskas (un verdadero ídolo en el país) y el Real Madrid…”.
Sin embargo, la frase que siguió me dejó cuando menos, sorprendido, aunque los tiros iban bastante encaminados en lo que a época se refiere:
— “Fue el único país que verdaderamente nos apoyó en nuestra revolución de 1956”.
Tengo que reconocer que, aunque historiador, no estaba muy al tanto de tal implicación en la revolución fallida del 56 y, por lo tanto, al llegar a casa, me puse a investigar acerca de un tema que, para mi sorpresa, encontré relativamente bien documentado y sorprendente a nivel histórico.
España y la Revolución húngara del 56
Simplificando mucho, la revolución húngara del 56 fue la primera gran grieta en el bloque soviético, ya que uno de sus estados satélite en el Este de Europa abiertamente optaba por un modelo alternativo.
Modelo alternativo que, desgraciadamente para los húngaros, fue duramente reprimido mediante vía militar por parte rusa en base al Pacto de Varsovia.
Es evidente que poco o nada podía hacer el país frente a la potente maquinaria militar soviética y, por eso, desde el principio la gran esperanza húngara, al ver que no se recibía comprensión desde Moscú pasó por, en vano, tratar de lograr la internacionalización del conflicto con la esperanza de que, en el contexto de la guerra Fría, alguna de las potencias le prestara apoyo.
Y es que, aunque retóricamente desde Occidente se condenó la invasión soviética mostrando a través de sus medios de comunicación el mayor grado posible de solidaridad, en la “alta política” se era consciente de cuál era el “status quo” y los riesgos de moverlo.
Por eso, ningún país realmente hizo ningún movimiento serio en apoyo húngaro, ya que por más simpatías que tuviesen, también eran conscientes de los peligros que podía generar una escalada de la sublevación, más aún cuando todavía estaba muy reciente el recuerdo de la II Guerra Mundial.
Ningún país… excepto España que curiosamente fue uno de los países más implicados (sino el que más) en un conflicto que, desde luego, estaba muy lejos de su área tradicional de interés e influencia.
Según nos hace saber el jefe de la Delegación Húngara Marosy, “los acontecimientos húngaros provocaron entusiasmo y socorros espontáneos en España. En todas las iglesias del país se celebran misas por Hungría. La duración del programa húngaro radiofónico, hasta ahora de 20 minutos al día, se ha multiplicado por 12. Por iniciativa mía la Cruz Roja de España ha emprendido acciones de ayuda y recogida de dinero. La Embajada ya está saturada de donaciones voluntarias …”, pero, sin lugar a dudas, la acción más sorprendente de todas es la propuesta que hace Franco de una intervención militar.
De acuerdo con este mismo testimonio, Franco le propone a Hungría la colaboración de hasta 100.000 voluntarios para que desembarcasen en Sopron (punto más oriental del país) y de ahí pudieran ayudar a la resistencia.
Para un trayecto así (desde España a Hungría) España carecía de aviones capaces de hacer el viajes sin repostar, por lo que precisaba de la colaboración por parte de alguno de los países de tránsito (dependientes en el contexto de la Guerra Fría de Estados Unidos) o ayuda directa de un tercer país.
Aun así, se realizarán gestiones al respecto de tan rocambolesca misión, pero éstas serán denegadas, de ahí que un diplomático húngaro llegase a declarar que “en el Oeste de Hungría están tan desesperados por la inactividad de los EEUU, que ya odian más a los americanos que a los rusos”.
Aunque algo irreal, el plan se llegó a gestar en sus primeras fases de reclutamiento contando tanto con húngaros en el exilio (unos 2.000 de inicio) como entre españoles (fundamentalmente estudiantes de universidad en Valladolid).
En ese sentido, Franco muestra disponibilidad plena en lo relativo a la venta de material militar, aunque el problema seguía siendo el mismo (incapacidad de transporte por el bloqueo europeo), por lo que finalmente la única ayuda real será un tren cargado de arroz desde Valencia al que, este sí, se le permite el tránsito por tener una función humanitaria.
El entusiasmo de Franco con el conflicto llegó al punto de plantearse un escenario de guerra europea, siendo España el centro de operaciones de la parte occidental en un conflicto para el que se llegaron a elaborar planes que pasaban por la toma de Europa del Este en tres años contando con el apoyo americano y las sublevaciones internas de los nacionalistas en los países satélites bajo esfera soviética.
España en el tablero de la Guerra Fría
Evidentemente, el interés de España por demostrar firmeza en el caso húngaro no viene desde el altruismo o la pura adscripción ideológica.
En aquel momento, para el dictador era importante poder salir de la situación de aislamiento internacional a la que se veía abocado desde 1939 y casi la única baza que podía presentar era su anticomunismo en el contexto de Guerra Fría.
Por ello, tal y como señala el historiador húngaro A. Anderle, “el estado franquista, por primera vez desde 1939, surgió con fuerza en la escena internacional y, por añadidura, al lado de los poderes democráticos occidentales”.
Por ello, este curioso episodio histórico al final, no pasará de ser una mera anécdota que más que mostrar un cierto quijotismo español (que en parte también) refleja hasta qué punto se encontraba el régimen desesperado por el reconocimiento internacional.
Y es que cuando estalla la revolución, el mejor equipo de fútbol húngaro en los años 50 —el Honved— casualmente se encontraba en Bilbao jugando un partido de la Copa de Europa.
Ante los sucesos en su país, la gran mayoría de sus componentes no regresará, lo que supondrá la descomposición de una de las mejores selecciones nacionales de fútbol del momento —Hungría, cuyos jugadores eran conocidos como los “Magiares Mágicos”, había sido finalista en el Mundial hacía solo dos años—, pero también la llegada de jugadores húngaros a equipos de la Liga Española, entre los que estará Ferenc Puskas, convertido posteriormente en toda una leyenda del Real Madrid… Pero esa ya es otra historia algo más conocida, al menos en Hungría.
La otra historia que nos ocupó —la del intento de intervención española en Hungría— quizás no sea tan conocida entre el gran público, pero sí lo suficiente para que, después de medio siglo, algunos húngaros como mi interlocutor en el restaurante donde no había mesas libres la sigan recordando.