El 1° de mayo es recordado por los reclamos a fin de lograr una jornada laboral de 8 horas, que desemboca en la Revuelta de Haymarket (Chicago, 1886), con una violenta represión y saldo nunca precisado de muertos. En esta fecha también se cumple el aniversario de la abolición de la esclavitud en nuestro país, a partir del 1° de mayo de 1853, cuando entró en vigencia el artículo 15 de nuestra Constitución Nacional.
Buenos Aires fue parte de la enorme red esclavista del mundo. En el Retiro, más precisamente en la Plaza San Martín, estuvo la sede de la Compañía del Mar del Sur, una empresa británica que, durante la guerra de sucesión española, había ganado los derechos para transportar esclavos a las colonias del Imperio. La perspectiva de ganancias extraordinarias fue exagerada por sus dueños, crearon una burbuja financiera. Esta terminó con una quiebra fraudulenta, que arrancó a uno de sus inversores, Sir Isaac Newton, una singular expresión después de haber perdido £ 20 mil: “Puedo predecir el camino de las estrellas, pero no la conducta de los hombres”.
A pesar de este revés, el negocio de la esclavitud prosperó en esta parte del mundo. No tanto por la explotación agropecuaria intensiva, como en Estados Unidos o Brasil, sino porque era la puerta de entrada hacia Lima y Potosí, dos ciudades importantísimas del Imperio, donde los esclavos se vendían con grandes ganancias.
Entre 1777 y 1812, entraron a los puertos de Buenos Aires y Montevideo 700 barcos con 72 mil esclavos provenientes de África. Vale aclarar que antes de llegar a estos puertos el 15% de estos inmigrantes moría en el viaje por las inhumanas condiciones de hacinamiento.
En 1810, Buenos Aires contaba con 40 mil habitantes, de los cuales 12 mil provenían del lejano continente africano. En el último censo de 2010, en el país existía aproximadamente un número semejante de afrodescendientes.
Si bien la esclavitud era aceptada por todas las sociedades antiguas, desde 1772 comenzó en el mundo occidental una ola abolicionista. En ese año, Lord Mansfield declaró a la esclavitud ilegal en Inglaterra, después de una fuerte campaña iniciada por William Wilberforce. Su propuesta fue aprobada en el Parlamento en 1807, aunque no se liberó a quienes ya eran esclavos. En 1831 se declaró la abolición, los esclavos fueron puestos en libertad y sus dueños, indemnizados.
Curiosamente, diez años antes, en Portugal se había abolido la esclavitud en tierra europea del Imperio. De esta forma, dos de los países que mayor tráfico de personas destinadas a trabajos forzados y servidumbre habían tenido en el pasado fueron los paladines del abolicionismo (aunque no todos los territorios que dependían de estas metrópolis dejaron de tener esclavos).
La Convención Nacional Francesa, en 1794, votó la eliminación de la servidumbre en todos sus territorios, aunque Napoleón la reinstauró en 1802 y duró hasta 1848.
El primer país sudamericano en declarar la libertad de vientres fue Chile, en 1811 (y su abolición en 1823), mientras que en las Provincias Unidas se declaró el 31 de enero de 1813. En Colombia, se abolió la esclavitud en 1821; Uruguay, en 1828; en 1854 en el Perú; en 1865 en Estados Unidos (después de una feroz guerra civil); en Puerto Rico, en 1873; y en España fue en 1886, dictamen que también se extendió a Cuba, por entonces una colonia española. Brasil lo hizo en 1888.
La libertad de vientres, declarada en 1813 en las Provincias Unidas, dejó a muchos jóvenes hijos de esclavos sin una posibilidad de empleo. Como sus padres continuaban en servidumbre, estos jóvenes tenían escasas oportunidades de desarrollo, razón por la cual uno de los pocos oficios con los que podían vivir era como soldados. San Martín, en la cuesta de Chacabuco, había exclamado: “Pobre mis negros”. Y es que una fracción importante de los ejércitos patrios estaba constituida por esclavos libertos. El general bien conocía el valor de todos sus hombres, sumados aquellos que había sido esclavos, ya que el célebre sargento Cabral habría sido mulato. También vale recordar al negro Falucho, que se resistió a reincorporarse al ejército realista y expuso su pecho a las balas exclamando “Muero por Buenos Aires”. Evidentemente, el concepto de Patria Grande, Argentina, era ajeno a este soldado.
A lo largo de los próximos 40 años, los ejércitos patrios dispusieron de los ex esclavos como carne de cañón. Ellos pelearon bravamente en nuestras guerras civiles, donde se destacaron algunos oficiales, como el coronel Lorenzo Barcala. Cuando se declaró la abolición, en 1853, ya existían muy pocos esclavos y afrodescendientes en el país.
Al inicio de la Guerra del Paraguay, gran parte del ejército nacional estaba formado por tropas de origen africano que dieron su vida en esta contienda.
Una inexactitud, frecuentemente repetida, tiene que ver con la teoría de que los descendientes de africanos se extinguieron durante la epidemia de fiebre amarilla en 1871. Basta ver los registros para descubrir la inexactitud. De los 160 mil habitantes que habitaban en Buenos Aires, 14 mil murieron en los primeros meses de ese año por la epidemia. De estos, 9 mil eran italianos, 2 mil de otras nacionalidades, y 3 mil argentinos. Obviamente, no todos ellos eran afrodescendientes. ¿Cuántos de ellos murieron ese año? Evidentemente, los pocos cientos de muertos no alcanzan para justificar la reducción de este grupo étnico que hasta hace muy poco era una rareza en Buenos Aires, una ciudad que sirvió de sede para el comercio de esclavos.
Recordemos este 1° de mayo la gesta de nuestros afrodescendientes, de hombres y mujeres que dieron la vida por la patria naciente y nunca han sido debidamente homenajeados. Sirvan estas palabras.