Bioy Casares, a la sombra de un ombú

Casi al final de su vida, Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) obtuvo los reconocimientos que se le negaron durante décadas. Al escritor argentino siempre le pesó como una losa su estrecha relación con Jorge Luis Borges. Cuando en 1990 recibió el Premio Cervantes, a sus 66 años, a Bioy lo felicitaron las grandes plumas de las letras hispanas del momento: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Álvaro Mutis… Pero fue otro de sus colegas, Guillermo Cabrera Infante, quien más atinado estuvo a la hora de glosar su figura. El irreverente escritor cubano quiso dejar patente que a Bioy siempre se le había situado “a la sombra de Borges, como si Borges hubiera sido un ombú literario”. Para Cabrera Infante, Bioy dio a luz una obra que Borges (ese gran árbol de la literatura en castellano) nunca habría podido escribir: La invención de Morel, “una historia de amor perfecta”.

Esas elogiosas palabras de Cabrera Infante las rescata Silvia Renée Arias en Bioygrafía. Según Arias, esa relación con Borges fue sin embargo para Bioy más provechosa que perjudicial: “Bioy dejó constancia a lo largo de su vida de esa incomodidad que le provocaba la constante referencia a Borges, ese diluirse en comparaciones implícitas con él, pero por otro lado sus literaturas son tan diferentes que tengo para mí que si bien podía sentirse molesto por no ser ‘visualizado’ sin esa sombra, su amistad con él fue mucho más fuerte y valiosa que cualquier otra consideración”, explicó Arias en una entrevista. Pero reconoce que la constante comparación y relación con la “aparente complejidad de la genial obra de Borges” pudo haber alejado de los libros de Bioy a “no pocos lectores advenedizos”.

Arias, que frecuentó a Bioy Casares durante los últimos cinco años de su vida. “El hecho de haberlo frecuentado fue un motor determinante en la decisión de encarar el trabajo. Sentí la necesidad de volver a él. Como él mismo decía, recordar la felicidad da un poco de felicidad. Al mismo tiempo, consideré fundamental mantener una prudente distancia en pos de la objetividad”, comentó Arias.

En Bioygrafía se rescata una figura central en el universo literario latinoamericano; un escritor, sin embargo, infravalorado durante décadas: “La verdad -cuenta Arias- es que a Bioy lo ignoraban (en 1966) más o menos desde hacía unos veinte años, desde que en 1945 había publicado Plan de evasión, y tenía para sí que eso se debía a su condición social y al hecho de ser conservador. Pero decía también sentirse a gusto en su propia isla”. Fue ese año (1966) cuando el periodista y escritor Marcelo Pichon Rivière publicó en la revista Confirmado un artículo sobre Bioy bajo el título de El gran olvidado. Arias achaca en parte ese desconocimiento de su obra por parte del gran público a la aversión del autor a conceder entrevistas. “Los grandes olvidados abundan en nuestra literatura pero no considero que un autor del que siguen editándose regularmente sus libros, corra esa desdichada suerte”, precisa la biógrafa, que no dudaría en integrar a Bioy Casares “en un lugar de privilegio” dentro del canon de la literatura en español del siglo XX.

El libro de Arias ahonda en las primeras incursiones literarias del escritor, donde ya se refleja su original visión de lo fantástico y su luminosidad narrativa. Mientras trataba de hacerse un hueco en el mundo literario en la Argentina de los años 30, un jovencísimo Bioy publicaba ya sus primeros cuentos, de los que renegaría con los años, llegando incluso a rogar a la que sería su agente literaria, Carmen Balcells, que no reeditara esas obras (Prólogo, 17 disparos contra lo porvenir, Caos…). Relatos que, sin embargo, fueron muy valorados por Silvina Ocampo, la mujer con la que convivió toda su vida. Fue en la aristocrática Villa Ocampo (la célebre quinta de San Isidro, a las afueras de Buenos Aires, en la que Victoria Ocampo, hermana mayor de Silvina, solía reunir a lo más granado de la cultura nacional e internacional) donde Bioy trabó amistad con Borges, quince años mayor que él.

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Amistad con Borges

Bioy entablaría enseguida una relación muy estrecha con Borges; encuentros en los que ambos ponían a prueba su ingenio y su inmensa cultura (en ocasiones, jugaban a hablar en una jerga anglo-ítalo-española), y conversaban durante horas sobre sus referentes: Johnson, De Quincey, Stevenson… Charlas y anécdotas que Bioy recogería en su monumental Borges, publicado post-mortem (en 2006) por expreso deseo del autor.

Fruto de esa amistad y complicidad intelectual fueron los relatos policiales de Honorio Bustos Domecq, el autor ficticio bajo cuyo nombre firmarían varios libros de cuentos. “Qué extraña gente sin Dios eran los dos cuando estaban juntos”, expresó en su día el escritor Juan Forn. Siempre se respetaron los dos genios mutuamente pero en el ocaso de la vida de Borges, éste se distanció de Bioy Casares. Una anécdota muestra a las claras el enojo de Bioy por un comentario del autor de El jardín de los senderos que se bifurcan. Corría el año 1983 y a Borges le preguntaron si podía pedir la firma de Bioy para una declaración tras el atentado contra la redacción de una revista. “Pero es más bien tímido ese hombre, ¿no?”, zanjó Borges. Cuando Bioy leyó esas palabras en la prensa, se quedó boquiabierto. Después de tantos años, su gran amigo se refería a él como “ese hombre”.

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La vida acomodada de Bioy estuvo siempre signada por su relación con las mujeres. Silvina supo de algunas de sus muchas infidelidades. La relación extramatrimonial que más huella dejó en Bioy fue sin duda la que mantuvo de manera intermitente con Elena Garro -la gran escritora mexicana (Los recuerdos del porvenir) y pareja de Octavio Paz-, de la que Bioy llegó a estar profundamente enamorado. Tan “comprensiva” era la Ocampo que llegó a aceptar como propia a la hija (Marta) que su marido tuvo con una de sus amantes. “Fueron unos adelantados a su época”, sostiene Arias.

Bioygrafía aporta algo más de luz sobre otro de los enigmas de Bioy, su hijo Fabián (ya fallecido), a quien no reconocería hasta el final de su vida. “Hubo siempre mucho respeto y timidez. Los dos éramos tímidos y eso, a pesar de que me confesó varias cosas íntimas, me impidió preguntarle muchas más”, declaró Fabián en cierta ocasión. Para Arias, el reconocimiento tan tardío de ese hijo es todavía un misterio. Tal vez se debió, conjetura la biógrafa, “a la buena relación que tenía con sus tres nietos y acaso el temor de que la presencia de un hijo fuera a deteriorarla”. O a no irse de este mundo con cuentas pendientes. Mejor, debió de pensar el gran escritor, irse en paz antes de descansar para siempre, aunque tenga que ser a la sombra de un ombú.

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