Las ruidosas manifestaciones populares que provocó en Buenos Aires el asesinato frustrado contra Juan Manuel de Rosas del 27 de marzo de 1841, llegaron al interior envueltas en el sentimiento enardecido de los partidarios; y fue ese sentimiento, puede decirse, el que precedió las marchas del ejército federal sobre el de la coalición del norte, a cuyo frente iban Lavalle, Lamadrid y Brizuela.
El día 22 de setiembre el ejército federal llegó al Retamo, distante doce leguas de la ciudad de Mendoza. El general Gregorio Araoz de Lamadrid se encontraba con el suyo en los potreros de Hidalgo, entre el Retamo y la ciudad, a 5 leguas de ésta. El 23 Lamadrid avanzó hasta la Vuelta de la Ciénaga, a dos leguas del enemigo. El general Angel Pacheco ordenó entonces al coronel Jorge Velasco que con algunos escuadrones y compañías de volteadores marchase a reconocer el número y posición de los unitarios, sin empeñar ningún combate. Pero ese jefe tuvo que retroceder porque Lamadrid le llevó personalmente una carga, la cual quizá habría comprometido a todas sus fuerzas si no hubiese sobrevenido la noche.
Al amanecer del día 24 de setiembre el ejército federal se puso en marcha por el lado opuesto del puente de la Vuelta de la Ciénaga, en busca del unitario que se hallaba como a quince cuadras de este lado del referido puente, próximo al Rodeo del Medio, y que simultáneamente con aquel movimiento, avanzó como dos cuadras y tendió su línea al frente del puente. La columna de Lamadrid, inclusive los reclutas agregados a última hora en los cuerpos, apenas alcanzaba a 1.600 hombres que él distribuyó así: derecha, dos divisiones de caballería al mando de los coroneles Angel Vicente Peñaloza y Joaquín Baltar; centro, 400 infantes y 9 piezas de artillería al mando del coronel Salvadores; izquierda, una división de caballería al mando del coronel Crisóstomo Alvarez, y la reserva encomendada al coronel Acuña.
Análoga era la formación de las fuerzas federales, con la diferencia de que éstas alcanzaban a 3.000 hombres de los cuales 1.800 eran de infantería en su mayor parte veterana. Pacheco colocó en su derecha una división de caballería compuesta del regimiento escolta, de un escuadrón del número 3 de Línea, de otro del número 6, y del escuadrón Rioja, todo a las órdenes del coronel Nicolás Granada. En el centro, mandado por el coronel Gerónimo Costa, el batallón Independencia, compuesto de 600 hombres, y dividido en dos de maniobra a las órdenes del coronel Jorge Velasco y del mayor Teodoro Martínez; 10 piezas de artillería al mando del comandante Castro; el batallón Defensores de la Independencia con su jefe el coronel Rincón y el de Patricios al mando del comandante Cesáreo Domínguez. En la izquierda dos escuadrones del N° 2 de Línea con su jefe el coronel Juan Ciriaco Sosa; uno del N° 6 al mando del comandante Anacleto Burgoa; el escuadrón Quiroga y el de San Luis, todos a las órdenes del coronel José María Flores. Y en la reserva el batallón Libres de Buenos Aires y las compañías de San Juan y Mendoza, confiadas al coronel Pedro Ramos.
La columna de Pacheco hizo alto al llegar al puente sin que entretanto Lamadrid hubiese avanzado lo suficiente para impedirla que desplegase a su frente, ametrallándola en el momento en que tentase el pasaje y sacando ventaja así del mayor número de sus enemigos. Pacheco supuso a Lamadrid mucho más próximo al puente de lo que éste realmente estaba, y tomó las mayores precauciones, adelantando al mayor Martínez con algunas compañías de cazadores, para que hiciera un prolijo reconocimiento del campo y de la posición de su enemigo, y colocando una batería que protegiera su pasaje. Iniciado apenas este movimiento, Lamadrid descubrió sus baterías, que debió reservar para el momento propicio del pasaje del puente, y que no le dieron otro resultado que el de hacerle conocer a Pacheco la verdadera posición que ocupaba y la necesidad de comprometer sus fuerzas en el pasaje. En efecto, Pacheco ordenó inmediatamente al coronel Gerónimo Costa que con dos batallones sostuviese el pasaje y sirviese de base para desplegar su columna. Costa se lanzó al desfiladero bajo un vivo fuego de cañón de parte a parte, y por su retaguardia pasaron los demás cuerpos de infantería y caballería desplegando frente a la línea de Lamadrid.
Contando con que su centro era inconmovible, Pacheco intentó flanquear la derecha de la columna unitaria, y con este objeto hizo correr sobre su izquierda el batallón Rincón y una batería de artillería. Lamadrid comprendió el movimiento y se propuso conseguir una ventaja a su vez sobre el ala derecha de su enemigo, sin inquietarse de la que éste pretendía, pues confiaba en la excelente caballería al mando del “Chacho” Peñaloza y de Baltar. Simultáneamente con aquel movimiento ordenó al coronel Alvarez que cargase a la división Granada, y a aquellos dos jefes que hiciesen otro tanto con la infantería que los amenazaba. Alvarez realizó brillantemente lo que se proponía Lamadrid, pues arrolló a Granada que tenía doble fuerza que la suya, y lo obligó a repasar el puente, sacándolo del campo de batalla. Mas no sucedió lo mismo con Baltar, quien se resistió a cargar, alegando que tenía delante una fuerte columna de infantería, y arrastró en su increíble desobediencia y en dispersión al bravo e ingenuo coronel Peñaloza, de quien aquél era, según el general Paz, alma, sombra, consejero y director. Esta desobediencia inaudita en un jefe como Baltar, que además de las responsabilidades del mando inmediato que se le había confiado, tenía las inherentes a las funciones de jefe de Estado Mayor, fue fatal para Lamadrid. Un esfuerzo de la caballería de la derecha unitaria habría producido un resultado análogo al obtenido por la de Alvarez. Las columnas de caballería federal habrían repasado el puente, envolviendo quizá a una parte de la infantería del centro, y Lamadrid podría haber aprovechado ese momento para aumentar la confusión de su enemigo, enfilando contra éste sus cañones y llevándole una carga decisiva con su infantería. Cuando quiso verificarlo, ya su derecha lo había hecho derrotar.
El coronel Salvadores y el comandante Ezquiñego llevaron una carga brillante sobre el campo federal, pero sus 400 infantes fueron acribillados por más de 1.000 veteranos que se rehicieron completamente sobre la derecha de Lamadrid. Se puede decir que ese puñado de infantes y esos pocos artilleros era lo único que quedaba en pie de la columna unitaria, pues la división Alvarez había sido llevada fuera del campo en el ímpetu de sus cargas, y la división Baltar había huido en dispersión sin combatir. Al retroceder Salvadores y Ezquiñego, vencidos por el número superior, Lamadrid reproduciendo sus romancescas proezas en la guerra de la Independencia, se precipitó sobre ellos, les dirigió varoniles palabras de aliento, y los formó todavía sobre los fuegos enemigos. Así se replegó con ellos en orden, bajo los fuegos del centro federal, y cuando la caballería de Flores comenzaba a envolverlo. Perdida ya toda esperanza, Lamadrid se retiró con los pocos hombres que le quedaban en dirección a Mendoza, dejando en el campo de batalla cerca de 400 hombres fuera de combate, 9 cañones, su parque y bagajes, y como 300 prisioneros, los que alcanzaron a 500 en la persecución que llevaron las partidas que Aldao había situado de antemano en los desfiladeros de la cordillera de los Andes.
En su retirada contuvo todavía una partida de caballería federal, cargándola personalmente con 7 de sus soldados. En seguida corrió a contener a sus dispersos para hacer menos desastrosa la derrota, mientras el coronel Alvarez hacía otro tanto con los restos de su columna. Así reunió unos 500 hombres, y pretendió caer nuevamente sobre los vencedores. Pero la desmoralización había cundido en la tropa, y fue preciso seguir camino de Chile por Uspallata, y a cordillera cerrada. Este pasaje por los Andes era una nueva batalla librada contra elementos que se desencadenas destructores e inauditos, allí donde el esfuerzo y el heroísmo humano son impotentes. A ellos fue a desafiar todavía Lamadrid, seguido de sus compañeros de infortunio, a la cabeza de los cuales iban los coroneles Crisóstomo Alvarez, Angel Vicente Peñaloza, Lorenzo Alvarez, Sardina, Avalos, Fernando Rojas, Salvadores, los comandantes Ezquiñego, Acuña y Alvarez.
Con la derrota del Rodeo del Medio concluyó la coalición del norte en las provincias de Cuyo.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal http://www.revisionistas.com.ar
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951)