Amor: una palabra con buena prensa

Una vieja leyenda persa muestra a Satán como el más leal amante de Dios: la leyenda dice que cuando Dios creó a los ángeles les ordenó que no adoraran a nadie excepto a él, pero cuando creó al hombre dio contraorden y les exigió que se inclinaran para reverenciar a la más noble de sus creaciones. Lucifer se negó, según se dice, por orgullo. Sin embargo, esta leyenda dice que se negó a hacerlo porque amaba tan intensamente a Dios que no podía inclinarse ante nadie más. Y por eso fue enviado al infierno, condenado a existir para siempre lejos del amor de Dios. Para Satán, según la leyenda, el peor de los dolores del infierno no es el fuego ni el hedor, sino la privación eterna de la visión de Dios. “¿Qué poder alienta a Satán entonces?” “Su recuerdo del sonido de la voz de Dios cuando le dijo: ‘márchate’ “. Esa es la imagen perfecta de la agonía espiritual que une dos de los ingredientes principales del amor: el éxtasis y la angustia.

La leyenda de la India que aparece en la Bṛihadāraṇyaka-upaniṣad, describe a un Ser Primigenio como un poder sin nombre ni forma, que no tenía conocimiento de sí mismo pero que luego se pensó a sí mismo (“yo”, “aham”), tomando conciencia de “ser” y adquiriendo enseguida el amor a sí mismo y el temor de ser aniquilado. “¿De qué tengo miedo?” “Si yo soy todo lo que existe…”. Y entonces se dividió en dos, un varón y una hembra, y de esta primera pareja nacieron todas las criaturas de la tierra. En el relato bíblico, en cambio, no es Dios quien se divide, sino su creación: el hombre; esta leyenda se emparenta con el concepto de la relación entre el amor y la acción creativa reproductiva.

El filósofo Arthur Schopenhauer se pregunta “¿Cómo es que un individuo puede olvidarse de sí mismo y poner incluso su vida en peligro a fin de salvar a otra de la muerte o el dolor, como si esa otra vida fuera la suya propia?” Su respuesta es que eso ocurre porque actúa en el marco del reconocimiento instintivo de que él y el otro son uno. El nombre que dio Schopenhauer a esta motivación es “Mitleid“, y la califica como la única inspiración genuinamente moral, una inspiración que provoca que uno sea desinteresado y sin ego.

Las tradiciones religiosas populares de la India formulan cinco “grados” de amor. El primer grado es el de servidor a amo; esta sería la apropiada actitud espiritual de la mayoría de los devotos de las distintas divinidades en todo el mundo. El segundo nivel de amor es el de amigo a amigo. Esto implica una mayor profundidad de comprensión y de desarrollo espiritual que el primer nivel. El tercer grado de amor es el que surge del corazón sin razón alguna; es el amor piadoso. El cuarto grado de amor es el que sienten los esposos entre sí, situación en la que ambos dejan su individualidad para ser uno con el otro. Finalmente, en esta particular mirada, el quinto y más elevado nivel de amor es el amor apasionado e ilícito. Hay que entender que en la India y en muchos lugares de Oriente el matrimonio es un arreglo organizado entre familias; en ese contexto, sentirse poseído por un amor apasionado sólo puede ser ilícito, ya que irrumpe desordenando una vida sumisa establecida. El significado final de este relato es que el éxtasis del amor va más allá de las leyes y las relaciones formales.

Los griegos tenían distintas palabras para describir el polifacético fenómeno del amor. Una de esas palabras es “eros”, que define al sentimiento basado en la atracción sexual. Otra palabra griega “storgé”, es la que define al amor-afecto, el amor familiar. Otra palabra, “filia”, es la que define al amor fraternal, recíproco, ese amor que se profesan quienes se aprecian y se tratan bien (amor de alguna manera es condicional, ya que depende de recibir de la otra parte un trato similar). Finalmente, los giregos utilizaban la palabra “agápe” y su verbo correspondiente, “agapáo”, para describir un amor incondicional, basado en el comportamiento con los demás, independientemente de que los demás lo merezcan o no. Es el amor de la elección deliberada, es la “compasión” a la que se refiere Schopenhauer, el “karuna” del budismo. Ese verbo (agapáo) es el que utiliza Jesús en el Nuevo Testamento (los evangelios de Marcos, Lucas y Juan fueron escritos en griego), con lo que parece quedar claro que lo que quiere decir es que tenemos que comportarnos bien con los demás; es el amor de la acción, del comportamiento, de la actitud desinteresada. Habla de comportamiento, no de sentimiento. En definitiva, cabe agregar, no podemos controlar nuestros sentimientos pero sí nuestro comportamiento.

Más allá de que en el idioma español no tenemos tantas palabras para definir las distintas acepciones de “amor” (en inglés menos aún: “love” y gracias), la separación y el conflicto entre la razón (y nuestras acciones) por un lado y la pasión (y nuestros sentimientos) por el otro han sido desde siempre una fuente de ansiedad no resuelta en la mirada occidental, sobre todo en la cristiana. “Los deseos de la carne están contra el espíritu, y los deseos del espíritu, contra la carne”, escribió San Pablo. Sin embargo, la idea de la venida de Jesucristo al mundo por amor al hombre, para invocar a su vez el amor del hombre a Dios no parecen estar a tono con la afirmación de Pablo. El fraile dominico alemán Maestro Eckhart, filósofo, teólogo y escritor, decía: “el que sufre por amor, no sufre; y su sufrimiento es provechoso a los ojos de Dios”. Así que, según él, Jesús no sufrió.

Sea amor como pasión o amor como compasión, representados como opuestos, uno físico y otro espiritual, en ambos el individuo sale de sí mismo y se acerca al otro, aunque con diferentes motivos.

En fin. Se ha escrito y dicho tanto, que quizá sea mejor que cada uno siga sus propias reglas.

Sin complicarle la vida a nadie, en lo posible.

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