Con la finalización de la Primera Guerra y el advenimiento de la Revolución, se instaló entre los artistas rusos el mismo debate que afligía a los artistas de Occidente. ¿Cuál era la utilidad y el sentido de su trabajo? Los dadaístas, adoptaron una actitud nihilista, propia del espíritu anarquista. Otros, de orientación socialista sostenían que el arte debía asistir en la creación de objetos útiles para la producción industrial. La actividad creativa debía volcarse en objetos de la vida cotidiana, un renacimiento del utilitarismo de Jeremy Bentham.
En la revista Arte de la Comuna, promovida por Lunacharski, se debatió la diferencia ideológica entre burgueses y proletarios con respecto al proceso creativo. Para los ideólogos de la Comuna, los burgueses creían que el arte apuntaba a la deformación de la vida, mientras los proletarios entendían que el arte pasaba por la creación de objetos tangibles.
Kandinsky, que hasta este momento había tenido una activa participación en el intercambio intelectual después de su entusiasta retorno a Rusia, sufrió un duro revés al ser rechazada su propuesta educativa. El objetivo de Kandinsky era sistematizar las diversas experiencias pedagógicas para encontrar una ley general de la pintura y, a su vez, hallar los vínculos que la relacionasen con las demás actividades artísticas, como la danza, la escultura y la poesía, a fin de formular una teoría del arte total. Su propuesta no le resultó simpática a la conducción soviética; la consideraban individualista y burguesa. Después de este rechazo, para él resultó clara la dirección ideológica que tomaba la Revolución. En 1921, Kandinsky fue invitado por el grupo Bauhaus de Berlín; sin dudarlo volvió a Alemania y nunca más retornó a Rusia. Perseguido por los nazis, se fue a París, donde se nacionalizó francés. Al final de su vida dijo: “Cuando más temible se torna el mundo, más abstracto se vuelve el arte”, un comentario lúcido que capta la esencia del funcionamiento de nuestro cerebro: cuanto más compleja es una situación, más primitiva suele ser la respuesta inicial del individuo.
Aleksandr Ródchenko desplazó a Kandinsky como ideólogo de vanguardia y promovió el concepto del artista como un técnico, al que llamaba artista “ingeniero”. De esta forma pensaba que el artista servía mejor al proletariado. Ródchenko resucitó el concepto griego del tekné —etimología de la palabra “arte”: que no sólo significa “virtud” sino también “habilidad técnica” para llevar a cabo el proceso creativo—. Así propugnó la utilización de los mismos materiales que eran utilizados en la construcción, a fin de lograr una mayor funcionalidad. Para Ródchenko, el artista debía asistir a la fábrica, como un obrero más.
Dentro de este esquema utilitarista, surgió el constructivismo —propuesto por Aleksei Gan en su libro de 1922 (aunque la palabra fue utilizada por Malévich para describir el trabajo de Ródchenko en 1917 con cierta connotación despectiva)—. El constructivismo favoreció el desarrollo del arte gráfico, el diseño de muebles y ropas. Rápidamente el constructivismo se dispersó por el mundo junto a la difusión ideológica del comunismo.
Ródchenko* se convirtió en uno de los mayores exponentes del constructivismo con su obra Negro sobre negro.
En el seno del constructivismo, aparece un movimiento “productivista” que propugnaba un arte “más puro” para renovar el lenguaje estético industrial, lugar donde realmente se movía el proletariado.
*Rodtchenko había trabajado con Vladimir Tatlin (1885-1953), quien después de ver los collage tridimensionales de Picasso había comenzado a experimentar con chatarra y materiales industriales. Antoine Pevsner (1888- 1962) en Rusia y Joaquín Torres García (1874-1949) en el Uruguay, fueron entusiastas impulsores del constructivismo.
Extracto del libro La Marea de los Tiempos de Omar López Mato.