Un clavel Rojo, un clavel blanco

El tiempo no siempre cura estas heridas, y los rencores subsisten con espíritu retaliatorio, que a veces la muerte no llega a borrar.

Por años se colocó sobre la tumba de Manuel Dorrego, en el Cementerio de la Recoleta, un clavel blanco y uno rojo como símbolo de reconciliación de los argentinos, una forma de recordar que, a pesar de las diferencias políticas, somos hermanos, connacionales que amamos nuestra patria.

El Cementerio de la Recoleta es un lugar propicio para recordar que nuestros problemas se banalizan ante la vastedad de la muerte. Aquí yacen hombres y mujeres que en vida sostuvieron posiciones antagónicas como Dorrego y Lavalle, Sarmiento y Alberdi, Mansilla y Mármol, Rosas y Mitre, Eva Duarte y Victoria Ocampo… Muchas de sus diferencias se han convertido en polvo, como sus huesos. Miles de argentinos, a lo largo de estos dos siglos, murieron en contiendas que han perdido su sentido.

Nadie puede precisar cuándo se inició la costumbre de tributar honores a esta víctima de los disensos civiles que acosaron a nuestra historia. Estos claveles hoy adquieren una jerarquía simbólica, una visión superadora de nuestra realidad que promueve la convivencia armónica y pacífica entre argentinos. Llevados por pasiones intransigentes, muchos hombres y mujeres han perdido la perspectiva de los asuntos, embarcados en empresas conflictivas y conflictuantes. Es menester tener siempre presente que estos disensos suelen ser barridos por las volátiles mareas de los tiempos.

Estos claveles, uno rojo y otro blanco, deben ser el recuerdo más cabal de que una sola idea merece primar sobre nuestras diferencias: somos argentinos, hermanados por un pasado común, un mismo idioma y una cultura, más allá de partidismos, regiones e ideologías.

 

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