Albert Camus, un hombre en revuelta

Albert Camus, importantísimo escritor del siglo XX, es probablemente uno de los existencialistas más famosos de la historia. Afirmación que, no obstante, no pasa sin ironía, ya que él explícitamente rehuía de la etiqueta y se esforzó durante toda su carrera por establecer una clara diferencia entre su pensamiento y aquél de los sartrianos. Sin embargo, la lógica no parece tan diferente cuando se descubre que existe un punto de contacto entre su literatura y este ideario, especialmente en su forma de ver la existencia como un absurdo.

Para entender de donde sale la raíz de todo su pensamiento, en general hace falta remontarse a sus orígenes argelinos y a sus crisis de juventud. Camus había nacido el 7 de noviembre de 1913 en Mondovi, hoy Dréan, de una madre española y un padre francés que murió en la batalla del Marne antes de que él lo pudiera conocer. Su infancia estuvo marcada por la miseria y no fue sino gracias a su intelecto que logró distinguirse y conseguir varias becas de estudio que posibilitaron su educación a distintos niveles. Interesado en la filosofía y en el deporte, para cuando llegó a la universidad se comenzó a proyectar como académico y potencial docente mientras, en paralelo, se formaba como arquero en el Racing Universitaire Algerios. Todo esto, sin embargo, se acabó abruptamente cuando se le diagnosticó tuberculosis.

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Albert Camus.
Albert Camus.

 

La enfermedad, algo que parece en principio una mera contingencia, terminaría por cambiar su vida profundamente, afectando toda su concepción de la realidad. No sólo nunca volvió a jugar al futbol ni tuvo la oportunidad de actuar como profesor, sino que la sensación de este arrebato generó en él un inmenso sentido de la injusticia que se volvería el tema central de su vida. La noción del absurdo -noción de que nada tenía sentido y de que, frente a la inevitabilidad de la muerte lo único que quedaba era conquistar el presente- se empezó a colar en su visión del mundo y por estos años se nota que él intentó darle algún sentido a su existencia sin éxito. Se casó, se divorció, se unió al Partido Comunista, lo abandonó… Todo para finalmente encontrarse con el teatro y, específicamente, con la escritura, profesión a la que consagraría su vida.

En 1936, como parte de la troupe de teatro social que fundó llamada Teatro del Trabajo (luego de su ruptura con el PC, “del Equipo” ) coescribió la obra antifascista Révolte dans les Asturies, algo que lo volvió conocido y que ayudó a sellar su identidad de “escritor comprometido”. Esta experiencia teatral no prosperó, pero Camus fue convocado por Pascal Pia a participar como periodista en el diario del Frente Popular, Alger Républicain, y de forma contemporánea fundó su propia revista, Rivages. Sus textos de denuncia se fueron poniendo cada vez más intensos y finalmente, luego de la publicación de un reporte sobre las condiciones de miseria en Kabylia, el gobierno argelino lo censuró.

Imposibilitado de permanecer en Argelia, Camus partió a Francia en 1940. Allí, mientras trabajaba de periodista para Paris-Soir, comenzó uno de los momentos más productivos y centrales de su carrera. En los siguientes tres años no solo escribió y publicó con gran éxito dos de sus trabajos más reconocidos – la novela El extranjero (1942) y la colección de ensayos por la cual sería tildado de existencialista, El mito de Sísifo (1943) – sino que también se casó con quien sería la mujer de su vida, la pianista y matemática omaní Francine Faure, y se unió a la Resistencia, poniéndose a cargo de la publicación de su portavoz, Combat.

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Albert Camus.
Albert Camus.
 

Una vez acabada la guerra, publicó su segunda novela La Peste (1947) y aunque siguió trabajando para este periódico intentando darle un nuevo rostro más asociado a sus ideales humanitarios, rompió al poco tiempo al percibir diferencias ideológicas irreconciliables. Para él – aunque la revuelta era la forma de transitar el absurdo que el percibía en la realidad – toda ideología dogmática, ya fuera religiosa o política, alejaba al hombre del ahora y del contacto con los otros. Es por eso que, en estos años que vieron la publicación de obras como El Estado de Sitio (1948), Los justos (1950) y el ensayo El hombre rebelde (1951), los intelectuales existencialistas y marxistas, encabezados por Jean Paul Sartre, rompieron toda relación con él, acusándolo, básicamente, de tibieza.

Lejos de la toma de posiciones extremistas, la realidad es que Camus, con todo su humanismo y su genuino interés por señalar las injusticias, terminaría siendo una figura incómoda en lo que respecta a cuestiones puntuales, como la situación en Argelia. Específicamente se destacan momentos como 1956, año en el que además de sacar su novela final, La caída, lanzó un pedido de tregua civil en su país natal que terminará por ensombrecer su legado, tanto entre los colonos como entre los locales. Es que, aunque siempre había denunciado las injusticias del colonialismo, nunca se cuestionó realmente su naturaleza ni propició la independencia argelina.

Más allá de estas polémicas, siguió publicando muchas recopilaciones de sus artículos y de forma algo sorpresiva para 1957 se vio galardonado con el premio Nobel de literatura, algo que él consideró haber recibido meramente como forma de demostrar que había voces jóvenes en Francia como algo que decir. Querido o no, Camus fue a Suecia, aceptó el dinero y con él se compró una casa en la región de Lourmarin en la Costa Azul, región que le recordaba a Argelia y en la que se instaló con su mujer y sus dos hijos.

Aunque era un gran momento para Camus, quien para finales de los cincuenta estaba comprometido con la dramaturgia, sin embargo, la ironía del destino terminó por hacer lo suyo cuando murió en un accidente automovilístico cerca de su nuevo hogar el 4 de enero de 1960.

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El qué hubiera pasado, desde entonces, se mantuvo como una incógnita flotando sobre su muerte prematura. Mucha de su obra inédita terminaría siendo publicada de forma póstuma y queda claro que el compromiso de Camus estaba con la revuelta como forma de cuestionar el absurdo. Así y todo, mucho de lo que publicó en vida continúa siendo considerado canónico y habilita, aún en las mentes del siglo XXI, un espacio para repensar, gracias a una prosa despojada que habilita múltiples sentidos, la realidad en la que vivimos.

 

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