El Síndrome de Alicia en un país no tan maravilloso

Todos conocemos el libro de “Alicia en el país de las maravillas”, pero no todos saben que su autor, Lewis Carroll, era un diácono protestante tan tímido y tartamudo que jamás dio un sermón en su vida. Además, era un profesor de lógica en la Universidad de Oxford.
La historia de Alicia dio nombre a un síndrome del que el mismo Lewis era víctima, aunque entonces no lo supiera.
Este síndrome consiste en la percepción alucinatoria distorsionada de imágenes (metamorfopsias), con agradecimiento (macropsia) y achicamiento (micropsia) de las percepciones visuales, síntomas que pueden acompañan o preceder a una jaqueca o un brote epiléptico. También puede ser causado por el virus de Epstein-Barr.
El término fue acuñado por el Dr. John Todd, un médico psiquiatra inglés que estudió estas distorsiones de la visión de causa extraocular (vale aclarar que hay metamorfopsias de origen ocular, como ocurre en las maculopatías).
Buen conocedor de los clásicos, el Dr. Todd también describió el “Síndrome de Otelo” o celos mórbidos, que puede darse un epilépticos o alcohólicos. En ningún momentos Shakespeare sugiere que su famoso moro fuera epiléptico, pero el Dr. Todd estudió la vida y obra del reverendo Charles Lutwidge Dodgson –el verdadero nombre de Lewis Carroll– y sospechaba que el profesor de lógica era un jaquecoso, y que había volcado sus experiencias en el relato que lo hizo famoso.
En una parte de esta singular historia, una jovencita llamada Alicia recorre un mundo sin sentido aparente, donde cambia de tamaño después de beber una poción. También aparece una oruga fumando plácidamente un narguile. Vale aclarar que, en esa época, se tenía libre acceso a la morfina y otras drogas que hoy están prohibidas ¿Acaso Dodgson había experimentado con ellas?
Dodgson era el hijo de un predicador protestante, formado también en Oxford, donde se graduó “cum laude”. A pesar de su brillante carrera, eligió criar a su familia como párroco de una iglesia rural. Charles nació en 1832 y fue el tercer hijo del matrimonio, aunque el primer varón, razón por la cual heredó un nombre que ya había llevado una docena de ancestros.
Su padre era un admirador del cardenal John Henry Newman, reformador de la Iglesia Anglicana que luego se convirtió al catolicismo y fue beatificado por el Papa Francisco. Para algunos exegetas de “Alicia en el país de las maravillas”, la obra es un relato simbólico de las luchas en el seno de la Iglesia Anglicana, encabezadas por Newman, quien en el cuento sería “la Reina Blanca”, una figura amable que asiste a la niña extraviada en un mundo donde no siempre impera la razón.
Charles era un niño tímido pero de notable inteligencia. Sobresalía entre sus compañeros, aunque sin descollar como lo había hecho su padre. Recibió una esmerada educación, pasando por varios colegios distinguidos de la Inglaterra victoriana. Durante tres años estudió en el célebre Rugby School –donde nació el deporte homónimo–, aunque sus recuerdos de ese periodo no están entre los más felices de su vida. Probablemente haya sido víctima del bullying.
Desde joven empezó a tartamudear, y a los 17 años sufrió una otitis que lo dejó sordo del oído derecho.
Charles se convirtió en un adolescente alto, flaco, miope, encorvado, con un párpado ligeramente caído y, como dijimos, tartamudo. Son curiosas las historias que circulan sobre esta condición que, según algunos, desaparecía cuando hablaba con niños (aunque nadie pueda dar fe de ello).
Desde 1854 se desempeñó como tutor rentado de la Universidad de Oxford, cargo que ejerció durante 26 años, sin mucho entusiasmo. Fue en esa época cuando comenzó a escribir poemas bajo el seudónimo de Lewis Carroll, que es, por un lado, la anglicanización de su apellido materno (de Ludovicus a Lutwidge y de este a Lewis) y, por otro, Carroll, que es la latinización de su nombre Charles.
De joven se familiarizó con el uso de la cámara fotográfica, convirtiéndose en un fotógrafo conocido… y también discutido. Dodgson acostumbraba retratar a jóvenes púberes, a veces escasas de ropas o transmitiendo una sensualidad inquietante para la estricta (aunque hipócrita) moral victoriana. Muchas de estas fotos no fueron exhibidas durante años y, algunas fue obligado a destruirlas.
Vale destacar que no era el único fotógrafo que hacía estos retratos, que para algunos eran símbolos de pureza virginal.
El cuento de Alicia, que visita un mundo maravilloso y subterráneo, nace el 4 de julio de 1862, un espléndido día de verano, cuando Dodgson y su amigo Duckworth llevan en un viaje por el Támesis a las hermanas Liddell, hijas de su superior en la universidad.
Charles estaba particularmente interesado en Alicia Liddell (la segunda de las tres hermanas), a quien entretuvo inventando la singular historia de una niña que, al perseguir a un misterioso conejo, cae en un mundo donde conoce a curiosos personajes y vive las más diversas aventuras, como la que agrandarse y achicarse .
Tan impresionada estaba Alicia con este relato que le pidió a Dodgson que se lo escribiera. Él no dudó en hacerlo y le entregó una copia manuscrita que sería el germen de su cuento. Le llevó dos años completarla con sus dibujos. En Navidad de 1864 se la obsequió a Alicia, aunque para entonces el vínculo con los Liddell se había enfriado: la madre de Alicia no veía con buenos la relación romántica entre su hija y este joven profesor. La Sra. Liddell tenía otros planes para Alicia, quien llegó a frecuentar al príncipe Leopoldo, aunque esa relación tampoco prosperó –esta vez por la razón inversa: ella no era partido para un miembro de la familia real.
Dodgson publicó su libro con ilustraciones de Sir John Tenniel, conocido dibujante de la revista “Punch”, la primera publicación de humor político de Inglaterra.
Lewis Carroll continuó su carrera literaria, aunque ninguno de sus libros alcanzó el prestigio de “Alicia”. Dodgson alternaba la literatura con su pasión por la fotografía y las matemáticas, y escribió libros sobre este tema. Se cuenta que la reina Victoria, cuando le agradeció el ejemplar de “Alicia” que le había regalado, le pidió que le enviara su próximo libro. Así lo hizo… pero el texto enviado era uno de juegos matemáticos.
En 1886, es decir, 22 años después de ese viaje por el Támesis, Dodgson le escribió a Alicia Liddell una carta para recuperar la copia original y hacer una edición con sus dibujos. Fue la última vez que se hablaron. Tiempo después, él moría de neumonía.
Su vida ordenada y metódica se prestó a todo tipo de suspicacias: desde ser un pederasta –por sus fotos de púberas desnudas– hasta estar incluido en la eterna lista de candidatos a ser Jack el destripador.
Las áureas con metamorfopsia que precedían sus migrañas, cobraron vida propia y se convirtieron en ese síndrome que lleva el nombre de su obra más conocida: ese viaje por un mundo tan alejado de la lógica que él enseñaba.
Y sin embargo, a pesar de la Reina Roja que condena a sus súbditos a ser decapitados por cualquier razón, el Sombrerero Loco y sus frases disparatas, y todos los personajes insólitos que desfilan en este primer cuento infantil donde predomina el sinsentido y no la crueldad de los cuentos de Perrault, La Fontaine y especialmente los hermanos Grimm, Dodgson nos dice que está existencia azarosa e incierta, vale la pena de ser vivida.

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