El suicidio: ¿un acto de cobardía o de coraje?

La muerte debe ser hermosa. ¡Descansar en la blanda tierra oscura, mientras las hierbas se balancean encima de nuestra cabeza, y escuchar el silencio! No tener ni ayer ni mañana. Olvidarse del tiempo y los males de la vida; quedar en paz.

Oscar Wilde – “El fantasma de Canterville”.

¿No es lo suficientemente impresionante en sí el hecho de quitarse la vida para que se anden buscando motivos?

Emil Cionan – “En las comas de la desesperación”.

Penado con el infierno por el Creador (ese tirano omnipotente que el patriarcado inventó para biopolitizarnos), temerosamente aceptado por la mayoría de los mortales, esa decisión de ponerle final a nuestra existencia terrena hace más de 20 siglos que sigue suscitando mambo jambos y conflictos morales variopintos. Para la mayoría, aún, es considerado como un pecado magnánimo, una ignominia, una insurrección rotunda a la Ley Divina; mientras que para otros es ponderado como un excelso acto de coraje.

Para mí, particularmente, el suicidio no solo es un acto de suma intrepidez, sino también hasta puede llegar a ser una suntuosa obra de arte. Si la vida es un work in progress que solo culmina con la muerte, el suicidio puede ser entendido como la firma personal que concluye la obra y el modo en el que se lleva adelante una mirífica performance.

Virginia Wolf, Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y más de mil más tuvieron las agallas para volarse los sesos, colgarse de techos, ahogarse en mares y lagos, tirarse al vacío desde balcones y terrazas de rascacielos, empastarse hasta añusgarse, inhalar monóxido y/o estrellarse raudamente contra alguna férrea superficie. Ninguna de todas estas acciones debe ser simple de realizar, hay que estar muy determinado para aventurarse a tal cometido; no es para medrosos ni pusilánimes, y menos aún si el averno es la carcoma somatopolítica imperante.

Siempre me pregunto qué se sentirá ese segundo antes de cometer el acto. También, cuál será la menos lacerante de todas las opciones de auto fenecimiento posibles… Pienso en Virginia Woolf y en su consciencia de pulsión de vida al haber decidido llenar los bolsillos de su abrigo con piedras antes de lanzarse al río Ouse ese 28 de marzo de 1941. -Por más tanatológicos que los humanos seamos, cuando la tercera de las Moiras (Áproto) se acerca, la primera (Cloto) hace su última jactancia-. Tantos deben haber sido los pedruscos que la acompañaron en su hundimiento que llevó casi un mes encontrar su cadáver. Antitéticamente, el de Alfonsina Storni fue encontrado pocas horas más tarde de esa madrugada del 25 de octubre de 1938 después de -haciendo honor a su nombre (dispuesta a todo)- haber tomado la determinación de arrojarse al mar desde uno de los espigones del balneario marplatense “La Perla”. ¿Qué habrán sentido ambas cuando el agua comenzó a penetrarles los pulmones? ¿Cuán cerval habrá sido ese santiamén? ¿Habrán sido esos 3 minutos previos a la hipoxia cerebral vivenciada por Horacio Quiroga ese 19 de febrero de 1937 tras la ingesta de cianuro parecidos a la sensación de asfixia por ahogamiento de las escritoras? ¿Y el whisky con cianuro que se bebió Leopoldo Lugones ese 18 de febrero de 1938, con el que materializó sus palabras: “heroísmo de amor hasta la muerte”, le habrán producido la misma convulsión que a su amigo Quiroga un año atrás?

Depresiones, enfermedades terminales, angustias interminables, dolores viscerales, apatías mundanas irreconciliables o simple cansancio de existir; sean cuáles hayan sido las causas y/o excusas, la cuestión es que todos tuvieron el coraje de tomar el toro por las astas y decidir el cómo y el cuándo ponerles fin a sus vidas. Ninguno pidió nacer, pero sí todos morir bajo su propia ley. RIP y chapeau por la osadía substancial.

Carta de suicidio de Virginia Woolf.
Fotograma de la película «Las Horas», en la que se recrea el suicidio de Woolf.
Carta de despedida de Alfonsina.
Poema de Storni.
Alfonsina Storni.
Horacio Quiroga.
Leopoldo Lugones.
Quiroga, Lugones y otros.
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