Una vez le pidieron al famoso escritor irlandés que hiciera una lista con los que consideraba los doce mejores escritores de la historia. Shaw se limitó a escribir doce veces su nombre.
No se podía esperar otra respuesta de un hombre que creía que “los hombres irracionales intentan adaptar al mundo a su medida, razón por la cual el progreso depende de ellos”.
Quizás Shaw fue el mejor ejemplo de un hombre irracional …
En 1925 ganó el Nobel de Literatura, pero rechazó el dinero porque no lo necesitaba. Ganó un Oscar por su adaptación al cine de Pygmalión (My Fair Lady), aunque despreciaba a Hollywood, y también rechazó la Orden al Mérito del Imperio Británico, que detestaba.
Por otro lado, en un momento se declaró admirador de Mussolini y Hitler…
Shaw estuvo casado con Charlotte Payne-Townshend, una rica heredera anglobritánica, aunque algunos autores sospechan (vaya uno a saber por qué) que este era un matrimonio de conveniencia que nunca se consumó. Sin embargo, vivieron juntos hasta que la muerte los separó.
Fue un crítico de los médicos victorianos, a quienes retrató impiadosamente en El Dilema del doctor, aunque tuvo a muchos de ellos como amigos.
“Los médicos imaginan que tienen las llaves de la vida y de la muerte, pero no es su voluntad la que se cumple”, escribió. Es verdad, pero cualquier profesional con mínima experiencia sabe que no es así, que no es dueño de llave alguna …
El escritor apoyaba un sistema de atención socializada, y no se puede descartar que su influencia haya contribuido a la transformación de la medicina británica.
Si eso fue para bien o para mal, es un tema de arduas discusiones.
Por otro lado, era vegano, se oponía a la experimentación con animales y a la vivisección, además de estar en contra de la vacunación. No consumía alcohol, ni café, y llevaba una vida metódica, dedicando muchas horas a leer y escribir.
“La vida no se trata de encontrarte a ti mismo. Se trata de crearte a ti mismo”, solía decir, aunque no aclaraba que, para crearse a sí mismo, necesitaba una inspiración: y esa era Charlotte.
Cuando ella murió en 1943, a causa de un cáncer, esa fuerza estoica que Shaw mostraba ante la adversidad se desvaneció. Por primera vez, dejó ver su lado sentimental.
Aun así, con más de 80 años a cuesta, publicó su última obra: Everybody’s Political What’s What?. Un tratado político, algo divagante y repetitivo, pero que fue un éxito de ventas. Conservaba aún esos destellos de espíritu confrontativo, al borde de lo panfletario, con buenas dosis de humor sarcástico.
En julio de 1950 celebró su cumpleaños número 94. Lo de “celebrar” es una expresión de deseo: ese día nadie lo visitó en su casa de “Shaw’s Corner”, en Hertfordshire.
Como pasaba mucho tiempo solo y no siempre podía caminar, llevaba un silbato al cuello para llamar a su ama de llaves, una señora escocesa llamada Alice Laden. Ese día, ella escuchó el silbato y salió a buscarlo. Lo encontró tirado en el jardín.
Resulta que el escritor había estado podando ramas (su tarea favorita) y se cayó. Entre la Sra. Laden y su marido pudieron llevarlo hasta su casa. Fue trasladado al hospital de Dunstable, donde le diagnosticó una fractura de cadera y un riñón traumatizado. Inmediatamente fue operado por el Dr. L.W. Plewes.
A pesar de su edad y la gravedad del caso, Shaw sobrevivió a la operación.
Mientras se recuperaba, el Dr. Plewes le comunicó que necesitaba una segunda intervención, esta vez por el daño renal. Shaw se negó.
“Usted no será famoso si me recupero ”, le dijo. “Los cirujanos solo se hacen famosos cuando muere su paciente”.
Como Shaw estaba muy anémico al ingresar y se resistía a comer carne, le hicieron una transfusión y le dieron una dieta con extracto de carne (sin su conocimiento). Esto mejoró notablemente su estado, a punto tal de permitirle volver a su hogar.
Allí le dijo a la Sra. Laden que estaba muy cansado y prefería morir. A fines de octubre comenzó con fiebre por una infección pulmonar. Pronto entró en coma. A las 5 a.m. del 2 de noviembre de 1950, George Bernard Shaw falleció.
La Sra. Laden comentó que su semblante había mejorado y hasta parecía esbozar una sonrisa. La última risa ante el inevitable final.
“La vida no deja de ser graciosa cuando la gente muere, al igual que no deja de ser seria cuando las personas se ríen”.
Shaw dejó instrucciones precisas: su cuerpo debía ser cremado, sin ceremonia religiosa, ni llevar una cruz ni “cualquier otro símbolo de tortura” o “sacrificio de sangre”.
Algunas de sus cenizas se mezclaron con las de su esposa; el resto fue arrojado al jardín de “Shaw’s Corner”.
Su epitafio dice: “Sabía que algo así podía ocurrir si perseveraba”.
La vida es esa delgada línea, no siempre perfecta, entre la solemnidad y la ironía, que nunca faltan … y hasta coexisten en los momentos más sublimes y en los más espantosos.