El coronel Perón ganó las elecciones el 24 de febrero de 1946, en un mundo que acababa de sufrir una guerra devastadora. Japón capituló el 2 de septiembre del 45, tras las explosiones de dos bombas atómicas.
El 17 de octubre, Perón era consagrado como líder popular y encabezó la lista del Partido Laborista, fundado por Cipriano Reyes.
Una semana después comenzaron a deliberar las Naciones Unidas. Todos pensaban que el mundo no podría resistir otro conflicto como el que acababan de vivir. “Si hubiésemos tenido esta carta… no habría los millones de muertos que tuvimos”, dijo un muy optimista presidente Truman.
Argentina tuvo dificultad para ser incluida en las Naciones Unidas debido al rechazo de Stalin. El intento de aliarse con la Alemania del general Ramírez para invadir Brasil pesaba en el ánimo del jerarca soviético. El ingreso argentino se negoció a cambio de la incorporación de Ucrania y Bielorrusia como miembros individuales, aunque ya pertenecían a la Unión Soviética.
Las esperanzas de mantener la paz mundial se diluyeron a medida que la Guerra Fría se helaba, y el general Patton proponía aprovechar la presencia de tropas estadounidenses en Europa para marchar sobre Moscú.
En marzo del 46 , Churchill, que acaba de perder las elecciones frente al laborismo, declaró en Fulton, Missouri, que acababa de caer sobre Europa una “cortina de hierro” e instó a fortalecer una “relación especial” entre EEUU e Inglaterra, propuesta que, para Stalin, era una velada declaración de guerra.
Perón asumió la presidencia el 4 de junio de 1946. Mientras que Alemania había pagado con oro y tierras las sanciones impuestas por el Tratado de Versalles, esta vez lo haría con cerebros. Los científicos alemanes fueron el botín de guerra de rusos y estadounidenses, que se adueñaron de las mentes más brillantes, los “armeros de Hitler”. Gran parte del desarrollo de la carrera espacial entre la Unión Soviética y Estados Unidos se debió a estos genios capturados. Sin von Braun, el camino a la luna habría sido más largo.
Argentina recibió una “mesa de saldos” con figuras como Adolf Galland, un as del aire; diseñadores como Kurt Tank; científicos como el Nobel Friedrich Bergius (químico que asistió a diseñar el primer plan quinquenal); y Ronald Richter, responsable del fantasioso Proyecto Huemul para desarrollar la fusión nuclear. Según el Dr. Balseiro, Richter había mostrado “una ignorancia sorprendente”.
Perón recibió un Banco Central lleno de oro, fruto de los alimentos que Argentina había vendido durante el conflicto, y utilizó esos fondos para promover programas sociales que mejoraron su caudal electoral, mientras esperaba el comienzo de una tercera guerra que le permitiría volver a gozar de los beneficios económicos, aprovechando la neutralidad argentina bajo el slogan: “Ni yankees ni marxistas” .
Con el estallido del conflicto en Corea, Perón pensó que la tercera guerra se había iniciado, pero esta no evolucionó en enfrentamientos masivos, sino en estallidos espasmódicos y multicéntricos a lo largo décadas.
El plan de Perón fracasó. La economía colapsó y un golpe militar lo obligó al exilio madrileño, donde, periódicamente, políticos y sindicalistas lo visitaban para trazar alianzas o abrevaban de sus opiniones, mientras López Rega, por entonces su mayordomo, ofrecía copitas de anís.
Desde los albores de la humanidad, cada actor toma decisiones basadas en información imprecisa, desconociendo cómo actuarán los demás. Las consecuencias de estos actos, los escribirá la historia.
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Nota publicada en CLARIN.COM