El Zorro es uno más de los personajes míticos que configuran la leyenda del buen ladrón, ese que apoya a los más humildes corrigiendo los abusos de los poderosos.
El apodo fue aplicado a varios personajes históricos para honrar su astucia como fue el caso de George Washington, el mariscal Rommel y, en nuestro país, al general Roca. Pero hoy vamos a referirnos al personaje de historieta que habitó California en tiempos de la dominación española y mexicana, inspirado en distintos personajes de la vida real.
Periódicamente, estas figuras de vidas aventuradas pasan de las leyendas folclóricas a las letras y de la literatura al cine, desde donde se incorporan a la cultura popular.
Los antecedentes de El Zorro
“Mi vida se contará de muchas formas”, decía Pancho Villa, personaje histórico que se inició como bandido rural –tal los descritos por el historiador Eric Hobsbawm– y del que siquiera se conoce su verdadero nombre. De hecho, el mismo Villa relataba su historia de distintas maneras según la inspiración del momento.
La figura del Zorro como justiciero enmascarado que recorre California defendiendo a pobres y desamparados y castigando a los malvados, marcando la Z como acto vindicatorio, reconoce antecedentes como Robin Hood, Bairoleto, Segundo David Peralta (conocido como Mate Cosido) y otros personajes que proliferaron a lo largo de la historia y la geografía del mundo transitando el esfumado límite entre las leyes injustas y la justicia de los poderosos.
Como dijimos, la figura del Zorro está basada en un personaje real que inspiró la novela de Johnston McCulley (1883-1958) “La maldición de Capistrano”, publicada en 1919. La historia trata sobre un joven aristócrata –el famoso don Diego de la Vega– durante el periodo en que California había pasado del dominio español a ser parte del gobierno de México. Sus aventuras transcurren en las vecindades de Los Ángeles (ciudad que, durante el periodo de dominación hispana, había sido tomada por los navíos del capitán Hipólito Bouchard, puerto donde ondeó la bandera argentina por unos días).
La principal inspiración para El Zorro
Hubo distintas figuras para construir la imagen del justiciero enmascarado. El primero de ellos fue William Lamport (Irlanda, 1611-Ciudad de México, 1659), un aventurero y místico irlandés que debió huir de su país por escribir sobre las atrocidades cometidas por Oliver Cromwell contra los católicos. Luchó con los tercios españoles en Flandes (combatientes inmortalizados en las novelas de Arturo Pérez-Reverte) y en 1640 viajó a México como informante del conde-duque de Olivares. Estando en América se hizo pasar por el hijo natural de Felipe III con el propósito de usurpar el puesto del virrey para liberar a indios, negros y mestizos, aunque fue rápidamente desenmascarado. Sin embargo, esto lo convirtió en un precoz precursor de la liberación de México y como tal lo reconocen en el Monumento a la Independencia de ese país.
Fue juzgado y condenado por la Inquisición y tras ocho años de cautiverio, pudo escapar. Otro hubiese desistido de sus ideas y huido del país lo antes posible pero cual un moderno Lutero, Lamport clavó en las puertas de la catedral un cartel que decía: “Pregón de los justos juicios de Dios, que castigue a quien lo quitare” .
En ese texto, denunciaba los crímenes del Santo Oficio. Una vez más fue apresado cuando se dirigía a Yanga, Veracruz, una población de esclavos fugitivos y cimarrones (lo que en el Río de la Plata y Brasil llamábamos “quilombo”). Un hombre que se había atrevido a alzarse contra la corona española cuestionando la Conquista y queriendo llevar a la práctica un régimen donde se liberaba a los indios y negros de la servidumbre, reconociendo su igualdad de oportunidades y expresando abiertamente sus ideales de independencia y gobierno democrático era muy peligroso para la sociedad virreinal. Fue condenado a morir en la hoguera, pero se le concedió la gracia de morir degollado antes de soportar tal suplicio del fuego.
Tras esta romántica historia, como todas las que involucran a estos justicieros, se esconde un mensaje político: McCulley ponía de relieve al despótico régimen de los gobernadores mexicanos, reflejando la carencia de valores morales que el Zorro combatía con denuedo. Era una justificación elíptica a la conquista norteamericana de California, aunque la realidad era otra ya que la nueva constitución mexicana aseguraba los mismos derechos para todo el mundo, mientras que en Estados Unidos aún estaba vigente la esclavitud.
Como ya dijimos, Lamport tiene su monumento en el Panteón de la Independencia y su vida fue novelada por Vicente Riva Palacio (1832-1896).
Sin embargo, casi todas las adaptaciones cinematográficas del Zorro transcurren durante la dominación española, como una prolongación de la leyenda negra del imperio y, por otro lado, porque el Zorro se ha convertido en un relato pasatista donde el mensaje geopolítico poco importa.
Otros bandidos que inspiraron a El Zorro
Figuran también personajes como Salomón Pico y Tiburcio Vásquez, aunque el que más se puede parecer al Zorro es Joaquín Murrieta Orozco (1829-1853), nacido en Sonora, México. Lo cierto es que el tal Murrieta apareció en California en plena fiebre del oro, donde los latinos, en su mayoría mexicanos y chilenos, eran perseguidos y desplazados por los mineros norteamericanos, a punto tal que el gobernador de California, Persifor Smith, anunció que los impuestos que pagaban los extranjeros eran significativamente superiores. Murrieta, que llegó a California en busca de fortuna, solo encontró racismo, violencia (su esposa fue violada y asesinada) y discriminación. Hombre de armas llevar, se convirtió en líder de varias bandas, la más conocida se llamaba “Los cinco Joaquines”.
En sus fechorías, lo secundaba su amigo Manuel García, conocido como Jack Tres Dedos. Ambos eran acusados de robar más de cien mil dólares, matar 19 personas y robar cien caballos en Sierra Nevada. Tres veces fueron apresados y tres veces lograron escapar después de feroces balaceras en las que mataron a tres oficiales de justicia.
El nuevo gobernador de California, John Bigler, no estaba dispuesto a dejar escapar a Murrieta. A tal fin contrató a Harry Love, un exranger de Texas, para atrapar a los Joaquines, vivos o muertos, y con una recompensa de 5000 dólares.
En Paso Panoche, los rangers de California se toparon con los bandidos mexicanos y según las crónicas, dos de ellos murieron: Murrieta y García. Como prueba, le cortaron las manos a García (Jack Tres Dedos) y la cabeza a Murrieta. No solo cobraron la recompensa, sino que a todos aquellos que quisieron ver los trofeos de los ajusticiados debían pagar 1 dólar…
Sin embargo nadie estaba seguro de que los muertos fuesen quien decían ser y pronto la leyenda tomó cuerpo. Murrieta fue visto con su antifaz en distintas localidades donde decían que los defendía de la injusticia. El mito no tardó en pasar a las letras y en 1854 apareció “La vida y aventuras de Joaquín Murieta: el célebre bandido de California”, obra de John Rollin Ridge (1827-1867), un escritor de origen cherokee, quien también huía de la justicia por haber matado a sangre fría al asesino de su padre.
No solo la leyenda de Murrieta se hizo letra sino corridos mexicanos y cuecas chilenas que cantaban la gesta del famoso vengador de injusticias. Hasta Pablo Neruda le dedicó una obra de teatro que el compositor Sergio Ortega Alvarado convirtió en ópera. Al cine y la televisión, llegó por mérito propio y por carácter transitivo se convirtió en el Zorro, una figura más que engrosa la lista de aquellas figuras míticas que imparten justicia cuando las leyes no son equitativas e imponen sus leyes donde no hay justicia.
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