El primer ejemplo es Rayuela. Su autor, Julio Cortázar, pone en la primera página, antes de que comience el relato en sí, un “tablero de dirección” en el que ofrece al lector dos opciones para leer su novela. Le dice al lector que “está invitado” a elegir dos posibilidades: la primera es “...leer en la forma corriente, que termina en el capítulo 56. El lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue”, agrega. En la segunda opción, propone “…leer empezando en el capítulo 73, siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo”. El autor, “hace como que” brinda una ayuda (ahora y sólo ahora) guiando al lector en el caso de que el mismo hubiera decidido la segunda opción: “en este caso o en caso de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente: 73-1-2-116-3-84-4-71…”, determinando así en qué orden leer los capítulos hasta completar los 155 capítulos de la novela.
Prescindiendo de cualquier crítica a Cortázar (en definitiva, podrá gustarle o no a cada uno), esta “ayuda” al lector después de proponerle una aventura literaria propiciada por él mismo suena más a un ególatra desplante intelectual que a un genuino interés en que el lector disfrute del libro. Literatura ergótica, allá vamos; mejor dicho, “vayan ustedes, los que decidan leer mi genial novela”. En fin.
Posiblemente el formato más original y complejo que se haya visto en un libro (al menos en una novela) es “La casa de hojas”, de Mark Danielewski. Al menos el autor no es (tan) demagógico, y en la primera página escribe, como única frase en la inmensidad de la blancura del papel: “Esto no es para ti.”
En lo que hasta ahora parece ser el libro-emblema de la literatura ergótica (rubro formado por los libros que “demandan esfuerzo para leer y asimilar debido a su estructura”), el autor anticipa al lector que está a punto de enfrascarse en un viaje literario absolutamente único y por momentos demencial. Y lo bien que hace en avisarlo, porque hay que tener resiliencia para adentrarse en esa/s historia/s. La novela es apabullante, enorme (adjetivos no usuales para una novela). Pero ese no es el punto a tratar aquí, sino la forma en que está escrita. Y en ese aspecto, esta novela supera todo lo visto: hay distintas tipografías de letra (al menos cinco), distintos tamaños de letra (al menos cinco), hojas con escritutra vertical, diagonal, inversa, patas para arriba, circular, párrafos enclavados dentro de otros párrafos más grandes (“párrafos collage”), referencias al pie que ocupan mucho más espacio que el texto, fotos, distribución asimétrica del texto, texto escrito a dos columnas, a cuatro columnas, hojas con un solo renglón (o dos, o tres, o cuatro), hojas en blanco y todas las locuras que uno pueda imaginarse. Cada página es en sí un desafío y terminar cada una de ellas es un logro. La novela desconcierta, avasalla, oprime, angustia, maravilla, y el formato de escritura tiene bastante que ver en ello. Esta obra excede en mucho el concepto de “libro”, y bienvenido que así sea. Pero… hay que sumergirse en la locura para disfrutarla.
La última mentira es una novela negra de suspenso de David Ellis. Es es una gran novela, cuya particularidad es que comienza con el final de la historia y a partir de ahí el relato sigue en dirección hacia el comienzo de la misma. O sea, está relatada “al revés”. Una novela de suspenso que empieza por el final parece augurar un fiasco ya que el final está a la vista desde el comienzo, sin embargo la novela no pierde ni un gramo de interés en ningún momento; es un thriller astuto y complejo que indaga hacia atrás a través del tiempo.
La escoba del sistema. En esta novela, David Foster Wallace (un genio, un desquiciado, una mente superior, lo que sea…) utiliza prácticamente todos los modos narrativos: cuentos, ensayos, narrativa novelada, diálogos, pseudoinformes, historias dentro de historias, relato en primera persona, personajes diferentes con idéntico nombre, relato omnisciente, saltos en el tiempo, sobreentendidos, acertijos, guiños, todo. Pone todas las posibilidades narrativas sobre la mesa. El resultado es una obra no convencional, anárquica, fuera de todo rango. Es bizarra, desopilante, incoherente y a la vez brillante. Mientras se la lee se pasa por todos los estados: ganas de tirarla a la basura, sorpresa por no poder creer lo que se lee, reconocimiento a lo brillante del autor e impaciencia por llegar a lo medular de la novela, que resulta que no existe, porque no hay una historia; hay decenas de historias, casi todas inconexas.
Inmerso en una especie de delirio atrapante y debido al anárquico estilo narreativo, a las 150 páginas uno no ha entendido casi nada salvo una historia esbozada que parece dirigir el relato hacia ningún lado. A las 250 páginas (casi nadie aguanta 250 páginas de algo que no entiende) algo comienza a tener algún sentido, hay cabos que comienzan a encontrarse; el autor se aprovecha de eso y hace con el lector lo que se le da la gana. En fin, ámela o déjela. El autor apela a eso, quizá: que la disfrute sólo quien la merezca, digamos…
Irene es una novela negra-policial del conocido autor Pierre Lemaitre. Forma parte de la serie del detective Camille Verhoeven, y lo curioso acá no es la forma en que está escrita, que es convencional, sino el título. Porque el título es en sí un spoiler. Irene no es un personaje central, y cuando uno ya ha leído la mitad de la novela y se pregunta qué tiene que ver la trama con el título de la novela, se responde a sí mismo y… bueno, ya intuye el motivo, y eso le quita intriga a lo que queda. Está muy bien escrita y vale la pena seguir hasta el final, pero el título es posiblemente lo peor de la novela.
Karcino es un libro curioso y divertido del autor argentino Juan Filloy. Es el único libro basado en palíndromos (palabras y frases “capicúas”, que se leen igual al derecho y al revés). La obra contiene una historia de los palíndromos en varios idiomas, salpicada con diversas consideraciones, recetas y consejos para crearlos, y una extensa antología de ejemplos, desde los más cortos hasta los de diecisiete palabras. Filloy es un escritor muy valorado por sus colegas y tiene otras excentricidades literarias: los títulos de todas sus obras tienen indefectiblemente siete letras, y si bien tiene más de 50 obras escritas, sólo publicó la mitad, de muchas de las cuales editó unos pocos ejemplares para regalar a sus amigos. Perfil bajo, que le dicen.
Maus es una durísima novela de Art Spiegelman sobre el Holocausto judío y el sufrimiento sin fin en los campos de concentración. Lo que hace diferente a esta obra es, en primer lugar, que está escrita en formato de historieta, de comic, lo que a decir verdad no le ha quitado ni un ápice de dramatismo; en segundo lugar, que el autor representa a los personajes como animales antropomórficos: los judíos son representados como ratones (“maus” es “ratón” en alemán), los alemanes son representados como gatos, los polacos como cerdos, los estadounidenses como perros, los británicos como peces, los franceses como ranas. Representar a los personajes de esta manera colectiva es una forma de “desindividualizarlos”, tal como hacían los alemanes con los judíos en los campos de la muerte. Maus es una obra extraordinaria, de culto, que vale la pena leer, sin duda.
La vida, instrucciones de uso es una novela coral de Georges Perec. Las historias rondan alrededor de las peripecias de los habitantes de un edificio en el que viven unas 25 personas. Lo “especial” es que el autor escribe como si el lector ya conociera a todos los vecinos del edificio y supiera en qué parte del edificio vive cada uno. Es cierto que en el libro hay un plano del inmueble, pero dicho plano está al final de las más de 550 páginas y no muestra a todos los inquilinos, así que hay que deducir por las diferentes historias dónde vive cada uno, cuestión que tiene su importancia. La escritura tiene un estilo collage, con carteles, anuncios, saltos en el tiempo y demás vituallas. Considerado un autor de culto, otros libros del autor mantienen el estilo típico de “escribo como se me canta, si lo entendés bien, si no, no estás a mi altura”.
Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu es un libro de Maurice Joly en el que ambos personajes históricos dialogan a lo largo de toda la obra. El formato de diálogo en una novela no es innovador, pero en este caso lo diferente es que tanto Maquiavelo como Montesquieu sostienen el diálogo “en el infierno” con frases y pensamientos propios que han dicho o escrito a lo largo de su vida. Es casi como dos autobiografías entrelazadas y no exentas de desacuerdos.
La Biblia (autores varios) es un enorme conjunto de textos escritos a lo largo de siglos; según los religiosos, desde el origen del universo, que dicho sea de paso está relatado en un resumidísimo relato que se encuentra en el Genesis, el primer libro del Antiguo Testamento. ¿Cómo calificar esta obra? Literatura de aventuras, mitología, relatos místicos, en fin… Es una obra totalmente dispar en la que se encuentran enseñanzas morales, enseñanzas morales que contradicen las anteriores enseñanzas morales, fábulas, fábulas que se utilizan para explicar aquellas fábulas, historias insólitas contadas en serio, historias imposibles de creer contadas con severidad y dureza, limpiezas étnicas, zarzas ardientes, matanzas y destrucción de ciudades llevadas a cabo por un ser que es descripto como la suma del bien y del amor (Dios), plagas varias, castigos y venganzas, crímenes que se enaltecen como epopeyas y otras yerbas. Como obra de literatura fantástica, el Antiguo Testamento está para competir con las grandes obras. El Nuevo Testamento, agiornado, desarrollado en un ámbito más local que universal, muestra todas las intrigas palaciegas y pueblerinas en tiempos de revoluciones y hervidero social, con un personaje central que hace milagros que contradicen las leyes físicas que su propio padre (bueno, él también) ha creado y con cuatro escritores (los evangelistas) que son considerados sagrados e inefables pero que llegan a relatar de manera diferente un mismo hecho. Con innumerables puntos en común con la Torah, el Corán y tantos otros “libros sagrados” de distintas creencias religiosas, el conjunto de tantos textos diferentes es un gran bazar que no sigue ninguna línea, ya que hay libros de estructura muy diferente dentro de ese gran compilado: hay un libro que sólo contiene números y datos (“Números”, del A.T.), otro que sólo contiene salmos (“Salmos”, A.T.), otros que son sólo cartas (las epístolas del N.T.), otro que es una especie de predicción sobre el futuro (“Apocalipsis”, N.T.), etc, etc. Elíjase lo que se prefiera.
Ágape se paga, de William Gaddis, título en palíndromo, es una novela indescrifrable. El relato gira alrededor de un monólogo “mental” e introspectivo de un moribundo. Su reflexión termina como una punzante crítica a la sociedad, y las ideas desordenadas y el libre fluir de su conciencia se refleja en la forma de la escritura, que reniega de la puntuación convencional y no tiene ni un solo punto y aparte: todos los renglones de todas las páginas están llenos de letras.
En ese sentido, cabe mencionar en este espacio a los libros de José Saramago, escritor portugués ganador del premio Nobel de literatura. Sus novelas son muy conocidas (algunas de ellas: La caverna, El Evangelio según Jesucristo, Las intermitencias de la muerte, Ensayo para la ceguera, Caín, etc), y su escritura se caracteriza porque casi no usa punto y aparte (hay uno cada 4 o 5 páginas, digamos), usa muchísimas comas y no usa renglones de diálogo; en su lugar usa una coma y a continuación de la misma una palabra escrita con mayúscula. Cada uno puede escribir como se le da la gana, por supuesto. Habrá lectores a quienes les resulte atractivo ese estilo (Saramago es un escritor muy vendido, después de todo), pero no rersulta tan cómodo para el lector.
Finalmente, una pequeña excepción:
La caja negra, de Amos Oz, ganador del premio Príncipe de Asturias y eterno candidato al premio Nobel de literatura, empieza así: “Querido Alec: Que no hayas destruido esta carta al reconocer mi letra en el sobre prueba que la curiosidad es más poderosa que el odio. O que tu odio necesita carne fresca.” La frase es tan rica que imaginen las 295 páginas que le siguen. Es una novela epistolar (todo el texto se compone de cartas enviadas por los personajes de la trama), lo que no tendría nada de especial; lo que la hace diferente es que las cartas que intercambian los personajes de la novela (el personaje principal, su hijo, su abogado y amigo, su ex-esposa y la nueva pareja de la ex-esposa y algún personaje más) tienen un registro amplísimo que va desde lo trágico hasta un humor del más alto nivel de sarcasmo, pasando por la compasión, la perversión, el rencor… Todos los sentimientos, todas las bajezas humanas y a la vez el más desinteresado y puro amor rondan esas páginas. Cómo se puede lograr conmover al lector leyendo intercambios de cartas es algo extraordinario.
Este caso está citado como excepción ya que “la forma” de la escritura no es rara ni especial, pero para una novela epistolar lograr el efecto de conmover al lector es mucho más difícil, y esta lo logra.
Hay muchas otras obras (interesantes y de las otras) escritas en forma no muy convencional. Aquí sólo se han mencionado algunas de ellas. La literatura tiene muchas formas de penetrar en el lector, y las historias y relatos siguen siendo por lejos lo más importante.
Pero los detalles “formales” de la escritura y el estilo… bueno, también tienen lo suyo, parece.