Florence Nightingale: la dama de la lámpara

El 4 de noviembre de 1854, Florence Nightingale llegó al puerto de Escutari, a las afueras de Constantinopla, al frente de 38 asistentes a fin de atender a los heridos y enfermos en la Guerra de Crimea. Este conflicto había comenzado apenas meses antes y los periódicos ingleses se quejaban del lamentable estado de los hospitales de campaña. A raíz de estas quejas, Sidney Herbert, por entonces ministro de guerra, le pidió a su amiga Florence Nightingale que se desempeñara como administradora de los hospitales del ejército británico y que introdujera al primer grupo de enfermeras. 


La tarea era colosal, no solo por el déficit de higiene (incluso sacaron caballos muertos de las letrinas del cuartel), sino también debido a la resistencia de los médicos militares, poco proclives a recibir órdenes de una dama, ni a seguir las mínimas normas de asepsia. Sin embargo, no pudieron contra esta joven, quien demostró no solo tener una voluntad de hierro, sino también conocimientos estadígrafos que respaldaban su gestión. “Para entender el pensamiento de Dios, uno debe estudiar estadísticas porque éstas son las medidas de sus intenciones”. Las evidencias pronto estuvieron a la vista. Para febrero de 1855, la mortalidad había bajado del ¡60%! al 42%. Al final de la contienda, ésta había descendido al 2,2%, en gran parte gracias a que Florence dispuso de su dinero para comprar equipamiento hospitalario y alimento saludable para los enfermos. No solo demostró la eficacia de sus métodos, sino que también ganó el afecto a sus pacientes, quienes esperaban ansiosos a la “Dama de la lámpara”, como la llamaron debido a sus recorridas nocturnas para constatar que todo funcionara como correspondía. Pronto se convirtió en una heroína no solo para los soldados, sino para el público en general. El poeta Henry Wadsworth Longfellow le dedicó un poema:


Veo una dama con una lámpara. 
Pasa a través de las vacilantes tinieblas 
y se desliza de sala en sala.
Y lentamente, como en un sueño de felicidad, 
el mudo paciente se vuelve a besar 
su sombra, cuando se proyecta 
en las obscuras paredes.

Terminado el conflicto, cuando la reina le donó una joya y miles de suscriptores juntaron 250.000 libras, ella destinó ese dinero a la construcción de un pabellón en el Saint Thomas Hospital para la formación de enfermeras.
Florence pertenecía a una familia adinerada. La llamaron así porque nació en la ciudad Toscana, cuna de grandes artistas. Su hermana tuvo menos suerte, la llamaron Parthenope por el barrio griego a las afuera de Nápoles donde llegó al mundo (Parthenope fue escritora y se casó con el barón de Verney y ambos colaboraron con la gesta de Florence).


Dueña de una férrea voluntad y firmes convicciones personales, se dedicó a la asistencia de los enfermos a pesar de la oposición de sus padres. Profundizó  los estudios de matemáticas que su propio padre le había enseñado, recorrió hospitales en Europa y Medio Oriente, enseñó y escribió muchos artículos donde expuso sus conceptos sobre enfermería y su filosofía de vida. 


Estas son algunas de esas expresiones:
“No hay parte de mi vida que pueda mirar atrás sin dolor”
“Atribuyo mi éxito a esto: Yo nunca di ni acepté ninguna excusa”
Las enfermeras que se formaron a su lado decían que era implacable. “La enfermería es un arte, quizás el arte más sublime”. “Nunca pierdan la oportunidad de ser personas prácticas”, esa era un consigna que se repetía una y otra vez. “Los grandes héroes son aquellos que cumplen su tarea todos los días”. 
Florence insistía en mejor las condiciones de vida en los hospitales, con ambientes aireados, buenos alimentos y mejor trato. “La enfermería debe poner al paciente en las mejores condiciones posibles para que la naturaleza actúe sobre él”. “La más importante de las lecciones prácticas de una enfermera es saber observar y como buscar los signos de mejoría… por eso es que jamás puede considerarse una enfermera completa, se sigue aprendiendo todos los días”. 
Todo esto que enseñaba lo había aprendido por propia vivencias. “La vida es una lucha dura… cada pulgada de ese camino está en disputa”. “Que cada personas diga la verdad por su experiencia”. 
“Para vivir nuestra vida, que  es un espléndido regalo, debes hacerlo con disciplina”. Este espíritu la convirtió en un líder nato.
“Estar a cargo no es solo hacer nuestra tarea, sino como los demás hacen la suya… y que cada uno haga su tarea como le ha sido encargada”. 


Su esfuerzo fue reconocido en vida. Recibió medallas, condecoraciones y reconocimientos de distintas partes del mundo ya que sus discípulas llevaron sus conocimientos a cada rincón del planeta. Aunque era tímida y despreciaba la adulación, ella sabía que de esta forma tendría los medios para formar más y más discípulas.
Paso los últimos años de su larga existencia postrada por un cuadro que no se ha podido definir … ¿Era brucelosis, fibromialgia o un cuadro de fatiga crónica? 


Lo cierto es que murió el 13 de agosto de 1910.
Le fue ofrecido ser enterrada en Westminster Abbey pero la familia rehusó ese honor.


“Prefiero diez veces morir en el mar nadando hacia un nuevo mundo, que quedarme quieta en la playa con los brazos cruzados”,
y Florence nunca se quedó quieta…

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Esta nota también fue publicada en La Prensa

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