Los gauchos de Aldao y el Poema Conjetural (“Zumban las balas en la tarde última…”)

Jorge Luis Borges sostenía que solo había un par de cuentos y poemas de su autoría “que no me deshonran…”. Uno de ellos era el “Poema Conjetural”, donde relata la muerte de Francisco Narciso Laprida, el abogado sanjuanino que presidió la jornada del 9 de julio de 1816 y cuya “voz declaró la independencia de estas crueles provincias”. Narciso Laprida cayó vencido por las montoneras de Aldao el 22 de septiembre de 1829, en pleno enfrentamiento entre unitarios y federales.

Los poemas, como toda la literatura en especial y el arte en general, suelen eclipsar a la historia o solo revelar una parte de ella. En este caso, la historia de un ancestro del autor que se esforzó en dar leyes a un país en formación. En este poema, Borges construye un paralelismo entre la muerte de Laprida, a manos de los gauchos de Aldao, y la del capitán Montefeltro, citado en la Divina Comedia, quien “huye a pie y ensangrentando el llano”. Ambos personajes, separados por cinco siglos de desencuentros, son asesinados y sus cadáveres jamás hallados.

Mucho se ha conjeturado sobre el destino final de Laprida. Domingo Sarmiento, presente en la batalla de Pilar, dijo haberlo visto atropellado por la montonera. Otros sostienen –en un ejercicio perverso– que su cuerpo fue enterrado vivo y la cabeza expuesta mientras los caballos pasaban sobre ella. Hay quienes afirman que Laprida murió emparedado, encerrado entre muros tapiados para asegurarle una larga y terrible agonía. Lo más probable es que en nuestras humildes guerras civiles no tuviesen tiempo para tales refinamientos y lo hayan degollado sin más.

El poema solo nombra al pasar a los gauchos de Aldao y a la victoria de los bárbaros. Mientras que todos reconocen la figura de Laprida, no todos saben quién era José Félix Aldao, más conocido como “el fraile”, pues este hombre había dejado los hábitos, convirtiéndose en un apóstata dispuesto a servir al Ejército de los Andes donde también luchaban sus hermanos. Todos fueron oficiales leales al general San Martín y acompañaron al Libertador durante su campaña en el Perú.

Vueltos de la guerra de independencia, luciendo las medallas ganadas por coraje y entorchados uniformes de coroneles, los hermanos Aldao se convirtieron en los hombres fuertes de las milicias mendocinas y adhirieron a las huestes de Facundo Quiroga, que enarbolaban la bandera de “Religión o Muerte”, paradójicamente conducidas por este fraile apóstata.

Después del derrocamiento de Dorrego, el general Paz se había dispuesto a conquistar el interior del país. Primero derrotó a Bustos en Córdoba y más tarde a Quiroga y al fraile en La Tablada. En esta batalla Aldao fue mal herido y tardó varias semanas en recuperarse. En el ínterin, una revuelta en Mendoza depuso al gobernador Corvalán, hombre del riñón de los Aldao. La provincia quedó en manos de las huestes unitarias dirigidas por el veterano de las guerras de la independencia, el general Rudecindo Alvarado. El fraile avanzó al frente de las tropas federales, con refuerzos de las provincias cuyanas al mando de José Benito Villafañe y José Ruiz Huidobro, hombres de confianza de Quiroga.

El 22 de septiembre, los dos ejércitos se vieron cara a cara a las afueras de la ciudad de Mendoza, en un lugar llamado El Pilar. Por largo rato se estudiaron, intercambiaron algunos disparos y, por último, intentaron evitar un derramamiento de sangre entre hermanos.

El día transcurrió en una tensa expectativa, hasta que José Félix Aldao envió a su hermano Francisco a conferenciar con el jefe de las tropas unitarias, el coronel Moyano. Nadie sabe ni sabrá cómo ni quién dio la orden, pero las tropas de Aldao avanzaron y un oficial unitario consternado por lo que consideraba una traición asesinó a Francisco Aldao, acusándolo de haber violado la tregua.

Rápidamente, los “gauchos de Aldao” tomaron el campamento unitario, donde todo era desorden. Fue entonces que el fraile vio el cadáver de su hermano y abrió las puertas del infierno… Cientos de personas fueron fusiladas y degolladas, incluso por el propio fraile, enceguecido por las furias.

Aldao se convirtió en gobernador de Mendoza y general de la Confederación. Se lo conoció por sus excesos para pacificar la provincia, pero la paz impuesta a lonjazos permitió el progreso económico y la reconciliación con algunos enemigos políticos que pudieron volver a su hogar. El fraile convivió con tres mujeres y tuvo varios hijos bastardos, pero cuando vio llegar sus últimos días, abrazó, una vez más, las órdenes dominicas y fue enterrado solemnemente con su sable, sus medallas, su sayo y el llanto inconsolable de sus esposas e hijos …

Sarmiento se refugió en Chile por un tiempo y, con el tiempo, volvió a su provincia. Pero diez años más tarde, en 1840, debió emprender su segundo exilio al país vecino. En la Quebrada de Zonda escribió sobre una roca ON NE TUE POINT LES IDÉES – “Las Ideas no se matan”. Esta frase de Hipólito H. Fartoul impregnó la historia argentina, al igual que lo hizo otra estrofa de un poema de Borges (“Buenos Aires”) donde declara que “no nos une al amor sino el espanto”.

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Esta nota también fue publicada en LOS ANDES

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